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LAS PALABRAS
Columna
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El presidente musical

Kuczynski mantiene una popularidad alta, pero el fujimorismo ha empezado a gobernar

Gustavo Gorriti

El día que asumió la presidencia, incluso antes de ingresar al Palacio de Gobierno, Pedro Pablo Kuczynski tocó la flauta y condujo a una orquesta de niños. Pocos días después, en el Gran Teatro Nacional, Zubin Mehta lo invitó a conducir a la Orquesta Filarmónica de Israel interpretando el Himno Nacional del Perú. Es verdad que durante la interpretación Mehta permaneció a su lado, e hizo un par de veces, con discreto énfasis, alguna mímica de conducción, pero al final casi no hubo ojos secos en el auditorio, que premió con una ovación resonante a la orquesta, a Mehta y al presidente musical.

Si la conducción de orquestas se propuso como una implícita metáfora de la conducción del país, me parece que hasta ahora, 100 días después de asumir la presidencia, el resultado para PPK ha sido más bien disonante. Una cosa es conducir con Zubin Mehta al lado y otra hacerlo adivinando si Keiko Fujimori levanta o baja el pulgar. Porque para todo propósito práctico ahora en el Perú hay un cogobierno en el que el bonachón PPK controla el Ejecutivo y la virtualmente invisible pero siempre autoritaria Fujimori, el Congreso.

Keiko Fujimori, quien, de paso, no reconoce hasta hoy su derrota, decidió utilizar a fondo la sobrada mayoría congresal que las extrañas matemáticas electorales peruanas le habían dado en la primera vuelta. PPK, por su lado, jugó por unos días con la idea de utilizar con inteligencia el poder presidencial para domar, o por lo menos contrapesar a la mayoría fujimorista —lo cual no era fácil pero sí posible y ciertamente legal—, pero desistió pronto de la iniciativa.

Es que lo que la mayoría fujimorista tiene de mediocre pero disciplinada, la rotunda minoría de los congresistas pepekausistas tiene, por su lado, de balcánicamente indisciplinada. Además, el primer ministro nombrado por PPK, Fernando Zavala, es un tecnócrata eficiente, pero su estilo y estrategias no son precisamente los de un alfa.

Desde un principio la actitud del gabinete fue sumisa y la de los fujimoristas dominante. No se ha visto, es verdad, ni cuero claveteado ni botas ni amarras, pero es que en este país lo último que se pierde son las apariencias. Cuando los fujimoristas sufrieron la primera deserción de su bancada, los pepekausas se apresuraron en proclamar (con disidentes, por supuesto) que lo último que ellos deseaban era erosionar la mayoría fujimorista; y poco después ayudaron a pasar una ley contra el transfuguismo, que penaliza a los congresistas que osen cambiar de bancada.

En lo que les concierne e interesa, el fujimorismo ha empezado a gobernar. Controlan todas las comisiones que desean controlar, convocan a su gusto a los ministros que llegan como quien pisa huevos; y esta semana nombraron en el corto tiempo que les tomó votar a tres nuevos directores del Banco Central de Reserva, uno de los cuales, José Chlimper, es el secretario general de Fuerza Popular, el partido fujimorista, quien durante las elecciones entregó audios adulterados que buscaban desacreditar una denuncia de lavado de dinero contra Joaquín Ramírez, el hombre fuerte del partido.

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A pesar de ello PPK mantiene una popularidad alta. En medio de la adustez sin luces que retrata por lo común el rostro del poder, a la gente le encantó la soltura del presidente flautista, sus extraños e inopinados pasitos de baile, su risa sin compás pero también sin sarcasmo, y su clara ausencia de mala leche, junto con saberlo experimentado y preparado.

Pero ya han reventado los primeros escándalos: un médico cercano a PPK que fue grabado fanfarroneando sobre los “negociazos” que iba a hacer con fondos de salud pública del Estado; acusaciones de cobros coimeros de dirigentes del partido de su partido y congresistas.

Aunque el Perú esté mucho mejor que otras naciones en América Latina, eso significa poco para el manejo del poder aquí. Y pese a que PPK pasó comparativamente bien sus primeros 100 días en la Presidencia, es obvio que tendrá que cambiar y mejorar mucho su estilo de conducción en los casi 1.500 que tiene por delante.

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