Michelle, la aliada perfecta
Su esposo y ella siempre han trabajado en equipo, como a Hillary le hubiera gustado hacer con Bill pero nunca lo logró del todo
A mediados de los sesenta del siglo pasado tuve la suerte de pasar un año en Chicago. Mi marido, Harold Solomon, fue invitado como profesor a la Facultad de Derecho de la Universidad de Chicago y allí pude experimentar en primera persona con un mundo completamente distinto del de Nueva York.
En aquella misma época nació en Chicago Michelle Obama, en 1964. Ella creció en el South Side, la parte sur de la ciudad, una zona que creció rápidamente con la llamada Gran Migración, es decir, la llegada en masa de la población negra que abandonó las zonas agrarias del sur del país en busca de nuevas oportunidades en el norte industrial. Mis dos hijas fueron al Chicago Lab School, el mismo colegio al que muchos años después asistirían las hijas de los Obama.
Al principio ella expresó su preocupación ante la carrera política de su marido, pero en 2008 demostró ser un activo fundamental
Los Obama organizan su vida en torno a sus dos hijas, Malia y Sasha. Son una familia de clase media alta muy estable —que incluso tiene a un rabino judío entre sus parientes—. Michelle ha sufrido terribles pérdidas en su vida, como la muerte de su padre, Fraser C. Robinson, y la de su mejor amiga, Suzanne Alele, de cáncer. Tengo la sensación de que estas dos desgracias y la vida en Chicago le han conferido una sensibilidad especial respecto al futuro de sus hijas (Chicago siempre ha contado con alta tasa de delitos y no está considerada una ciudad demasiado segura).
Michelle fue una estudiante brillante en Princeton y luego en la Facultad de Derecho de Harvard, y ha tenido la lógica preocupación de que sus niñas sientan la presión de tener que estar a la altura de sus padres. Entre sus muchos interes estuvo el trabajo que desarrolló en la Oficina de Ayuda Legal de Harvard, asesorando a inquilinos con bajos ingresos en sus temas de vivienda.
Al principio Michelle expresó públicamente su preocupación por la decisión de su esposo de seguir con su carrera política, y por cómo esto podía repercutir en sus hijas, pero, cuando llegó el momento de su nominación como candidato demócrata, era obvio que su esposa era un activo fundamental para su campaña. Tras su discurso en la Convención Nacional Demócrata, el índice de aprobación de Michelle entre los estadounidenses alcanzó el 55%.
En la vida de Michelle Obama siempre hubo una mezcla de actividad física, buena alimentación y buena educación que hizo que, al llegar a la Casa Blanca, su primer objetivo como primera dama fuera ayudar a que los niños comieran mejor. También ha enseñado a los jóvenes a cultivar sus propios huertos. Estados Unidos, a diferencia de Europa, ha tenido durante mucho tiempo muy malos hábitos alimenticios, y ella ha sido una de las primeras figuras públicas que ha luchado por cambiarlos.
Pero lo más interesante de Michelle es que su esposo Barack y ella siempre han trabajado en equipo. Era lo que Hillary Clinton aspiraba a tener en su día con Bill, pero nunca lo logró del todo. A Bill le gustaban demasiado las mujeres y Hillary era demasiado ambiciosa.
La bella e inteligente Michelle ha demostrado ser un ejemplo de perfección. Sin embargo, a pesar de su glamur y de su enorme talento, en la Casa Blanca de Hillary no va a haber mucho hueco para ella. Michelle es extraordinariamente inteligente y está interesada en mejorar la situación de los niños y el mundo. Hillary, ante todo, cree en su derecho a ser presidenta, un cargo que va a ejercer bien. Pero las dos mujeres no estarán unidas por un destino común. Por mucho que Michelle haya contribuido a impulsar la campaña de Hillary, sabe que no formará parte de su círculo.
Barbara Probst-Solomon es escritora estadounidenses
Traducción de M.L. Rodríguez Tapia
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