El horrible mundo de Trump
La victoria del magnate en noviembre arruinaría la imagen de Estados Unidos y de la democracia en el mundo
El daño ya está hecho. Aunque Donald Trump no se convierta en el hombre más poderoso del planeta, el solo hecho de que haya conseguido la nominación como candidato de uno de los dos grandes partidos ha modificado definitivamente la política americana y la idea que el resto del mundo se hace de Estados Unidos y de su democracia. En vez de devolver a su país la supuesta grandeza perdida (Make America Great Again, como reza su lema), ya está consiguiendo con sus declaraciones disminuir su prestigio y su influencia en el mundo.
Mientras dure la campaña, Donald Trump puede seguir viviendo en la realidad paralela que denuncia su rival Hillary Clinton, en la que la idea de verdad y de mentira se diluyen y se abre paso la posverdad, esa hija de los medios de comunicación y de las redes sociales que convierte las opiniones en sagradas y los hechos en discutibles y tanto excita los instintos populistas de los votantes. Pero si obtiene la presidencia, no habrá forma de esquivar la dura realidad de un presidente fundamentalmente deshonesto en su relación con la realidad, que desconoce los problemas más fundamentales que debe tratar el primer magistrado de Estados Unidos y para colmo posee un carácter y unas ideas totalmente erráticas e imprevisibles.
Un periodista del semanario The New Yorker, Evan Osnos, ha explicado con ayuda de 12 expertos cómo serían los 100 primeros días de Trump en un reportaje estremecedor sobre el caos que podría llegar a instalarse en el mundo, empezando por el instrumento más delicado y peligroso que tiene un presidente de Estados Unidos bajo su responsabilidad. Nada inquieta más internacionalmente que la eventualidad de que el botón nuclear caiga en manos de un individuo como Trump, que ha exhibido durante los debates una ignorancia enciclopédica sobre la doctrina de la disuasión y el significado del uso del arma nuclear.
Trump se ha manifestado a favor de utilizar las armas atómicas contra el Estado Islámico en Siria e Irak, en una acción que probablemente desencadenaría una guerra de enormes dimensiones y probablemente una respuesta nuclear rusa. Abonando la realización de un disparo nuclear en Oriente Próximo sin amenaza del mismo rango, Trump ha demostrado también que no sabe exactamente lo que significa el primer disparo de un arma nuclear, una eventualidad que EE UU se reserva como uno de los elementos de la disuasión y que el agresivo y belicista candidato republicano descartó a preguntas de un periodista, a pesar de que el país que reconoce que nunca accionará el primero el arma nuclear baja un escalón en su capacidad disuasiva. En otra ocasión, y también a preguntas de un periodista, ha exhibido su desconocimiento de lo que es la tríada nuclear, piedra angular de la estrategia estadounidense, fundamentada en la acción de los bombarderos de la fuerza aérea, los lanzamisiles terrestres y los submarinos.
Pero lo peor de todo, por sus efectos inmediatos, son sus declaraciones a favor de la adquisición del arma nuclear por parte de Japón para que pueda defenderse de la amenaza de Corea del Norte, en abierta contradicción ya no con la cobertura del paraguas nuclear estadounidense sobre sus aliados asiáticos y con la Constitución japonesa, sino incluso con los principios de la no proliferación. En la lógica de Trump, que considera excesivo el gasto de Washington en la defensa de sus aliados, todos los países hasta ahora a cubierto de la disuasión estadounidense, como Alemania o Corea del Sur, deberían apañárselas por su cuenta. Estas ideas invalidan la entera lógica de la Alianza Atlántica y siembran la inquietud en los países más directamente amenazados, como son los bálticos.
El candidato republicano es un personaje imprevisible al que no se puede confiar el control del arsenal nuclear
Trump imagina un EE UU aislacionista en política internacional y proteccionista en migraciones y comercio, que levantaría barreras físicas en sus fronteras más frágiles, como la de México, y tarifarias y aduaneras en sustitución de los grandes tratados de libre comercio, como el Nafta, e incluso de las instituciones internacionales, como la Organización Mundial de Comercio, que abandonaría. Sus ideas conducen directamente a la recesión, como ha señalado el ex secretario del Tesoro Larry Summers. Según le ha contado el economista a Osnos, en su reportaje de The New Yorker, “la percepción de que podemos emprender el camino de unas políticas hipernacionalistas sería muy dañina para la confianza global e incrementaría el riesgo de crisis financieras en los mercados emergentes”. Dados sus antecedentes empresariales, en los que abundan las quiebras y los impagos, Trump ha tenido que aclarar a The Wall Street Journal que considera sagrado el servicio de la deuda federal.
Trump se ha enajenado las opiniones públicas de todo el mundo, pero especialmente de los países latinoamericanos, árabes y musulmanes, señalados directamente como objeto de las limitaciones a la inmigración y de los controles que quiere imponer para entrar en EE UU. Solo despierta simpatías entre los extremistas, incluso de signo contrario: su islamofobia sintoniza con la extrema derecha en Europa y en Israel, pero a la vez cae de maravilla entre los propios yihadistas del ISIS, que le consideran “el enemigo perfecto”, al que han utilizado al menos en tres vídeos para ilustrar la islamofobia occidental. Si vence, piensan que contribuirá a radicalizar a los musulmanes en Europa y EE UU. Incluso en Irán suscita preocupación entre los reformistas, que propiciaron el pacto de desarme nuclear, y simpatías entre los extremistas, que quieren romper el acuerdo nuclear para volver a la fabricación de la bomba y encuentran en el revisionismo de Trump la excusa perfecta.
Un apartado especial merecen sus simpatías por Putin y su alineamiento con las posiciones neoimperialistas rusas. El líder populista ruso y aliado de Putin Vladímir Zirinovski ha señalado que los estadounidenses deben elegir a Trump si quieren evitar la guerra nuclear. Trump ha avalado el papel de Rusia en Siria y la anexión de Crimea, y no ha tenido inconveniente en hacer de abogado defensor de Moscú ante las sospechas de guerra cibernética o al menos de manipulación de Wikileaks para atacar a Hillary Clinton.
Hay un daño incalculable que ya afecta a la política doméstica y se concentra en el Partido Republicano, pero hay otro daño de puertas afuera que afecta al prestigio de EE UU, de su añeja democracia e incluso de la democracia en general. A la vista de lo que puede deparar la elección presidencial estadounidense, salen ganando las descalificaciones de la democracia representativa como sistema para gobernar la complejidad del mundo actual. Aunque Trump no llegue a entrar en la Casa Blanca, la campaña presidencial ya es todo un éxito propagandístico para los sistemas autoritarios y especialmente para los más serios y previsibles, como es el caso del que monopoliza el Partido Comunista de China.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.