Trump: un macho para América
El candidato republicano humilla la fragilidad de Clinton haciendo de su propia salud un alarde propagandista
El patatús de Hillary Clinton en Nueva York ha precipitado el vuelo carroñero de Donald Trump. Un buitre en coreografía circular que acecha al cordero herido. Y que expone su propio vigor físico y sexual como atributos de su idoneidad a la Casa Blanca.
Para eso le acompaña una esposa modelo 25 años más joven. Y por la misma razón ha exhibido su historial médico, concediendo la evidencia de que ha cogido peso, 107 kilos pesa Trump (según afirmó ayer su campaña), pero relativizando la aguja de la báscula como el único reproche que puede hacerse a su aspecto de estibador irlandés.
Viene a decirnos Trump que la presidencia de los EE UU requiere un macho como él. Y no el riesgo de una mujer acaso tísica que se desmaya en los momentos que la patria requiere mayor erección. Por ejemplo, cuando se trata de conmemorar la tragedia del 11-S.
Trump, por tanto, identifica su buena salud con la buena salud a la que puede aspirar EE UU si lo eligen sus compatriotas. Y no es una estrategia original, sino la propaganda de la virilidad y la corpulencia que han ejercido los líderes llamados a exagerar su propio providencialismo.
Por eso Berlusconi se hizo una implantación capilar e hizo erigir, bunga, bunga, un serrallo de veline. Y por idéntica razón Vladimir Putin cultiva su imagen de atleta superdotado. Un torso trabajado por photoshop que redunda en la iconografía del presidente Rambo, hasta el punto de domeñar un oso entre sus bíceps o de domesticar un tigre de Siberia.
Trump ejerce su propia divinización. Oculta que ni siquiera hizo la mili. Y tiene presente que Roosevelt demoró hasta que pudo el trance de mostrarse en silla de ruedas porque una nación fuerte no podía permitirse la imagen de un presidente inválido.
Le sucedió al Rey Juan Carlos. Su bastón y sus visitas al garaje sobrentendieron la propia decadencia de la monarquía. Lo dice un aforismo vaticano: el Papa está bien hasta que se muere, aunque Juan Pablo II hiciera apología o pedagogía de su propia agonía.
Un hombre, un pueblo, sostiene Donald Trump con los destellos de su dentadura de cerámica. Por eso alardea de una melena sansoniana que lo transforma en el león del circo.
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