‘Momento Kennedy’ en la UE
La división Norte-Sur en economía y Este-Oeste en inmigración deja la cumbre de Bratislava con una sola agenda, la de seguridad, con los líderes tratando de evitar el debate del 'Brexit'
El portazo de Reino Unido sonó seco en Europa. A pesar de las advertencias, casi nadie lo esperaba. Sucedió algo parecido antes de la Gran Crisis que estalló en 2007: la supuesta autocorrección de los mercados era una especie de fin de la historia en la que no cabían ya las depresiones, hasta que el estruendo de la caída de Lehman Brothers despertó al mundo de ese ensueño. Tuvo que llegar el Brexit para que sucediese lo mismo en Europa: ni la Gran Recesión ni sus ramificaciones políticas, con un ascenso imparable de la extrema derecha y serios problemas en migración, seguridad y defensa, propiciaron esa caída del caballo. Europa ha sido en los últimos años un colectivo de naciones melancólico, pero Bruselas citaba una y otra vez sus mantras —la Unión se forjará en la crisis— para no mentar el peligro. Pero Reino Unido se fue, y los riesgos de desintegración cristalizaron de un día para otro: Bratislava será hoy escenario de la cumbre de los Veintiocho menos uno. Londres no está invitada a la fiesta.
No faltará una foto en el Danubio con los líderes de la UE intentando dejar claro que están todos en el mismo barco: “Europeos, pedimos perdón por los errores; hemos captado el mensaje”, ese es el objetivo de Bratislava. Nada más lejos de la realidad: los Veintisiete llegan a la capital eslovaca como siempre, con enormes fracturas en su seno. En las prioridades. En las recetas para resolver los problemas. Y, cómo no, en las consecuencias e incluso en las causas del Brexit, que sobrevolará todo el encuentro, como atraviesa todos y cada uno de los pasos que da Bruselas en cualquier dirección desde hace semanas.
Rajoy: "Hay que devolver la confianza a los ciudadanos"
El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, ha apostado este viernes por "devolver la confianza a los ciudadanos en el proyecto europeo con instrumentos válidos que garanticen su seguridad", según fuentes de Moncloa. En su intervención ante los jefes de Estado y Gobierno de los Veintisiete (todos los de la UE salvo Reino Unido), reunidos informalmente en Bratislava (Eslovaquia), para diseñar una hoja de ruta con la que hacer frente al Brexit, Rajoy ha esbozado un diagnóstico sobre los ejes que motivan la creciente desconfianza de los ciudadanos en la construcción de Europa, apuntando a la falta de seguridad en el control de las fronteras, la lucha contra el terrorismo y el mantenimiento del Estado del bienestar, debido al débil crecimiento económico.
Frente a estos retos, ha abogado por poner el acento en la creación de empleo y el crecimiento económico, mejorar la coordinación y eficacia en la lucha contra el terrorismo yihadista y dar una solución a la crisis de los refugiados. La intervención de Rajoy, muy genérica, se alinea con la respuesta que el presidente de la Comisión Europea, Jean Claude-Juncker, defendió el pasado miércoles en el Parlamento europeo frente al auge de los movimientos populistas, y con la defendida por el presidente del Consejo Europeo, Donal Tusk, con quien se reunió en Madrid el pasado día 12. Se trata de evitar debates esencialistas, que profundicen en la división entre europeístas y euroescépticos, y buscar medidas concretas, que incidan en los beneficios que la existencia de la UE tiene para los ciudadanos.
La reunión a Veintisiete en Bratislava tiene un solo antecedente: la última cumbre en Bruselas, con el primer ministro británico David Cameron el primer día, y sin Reino Unido en la sala al día siguiente por primera vez en más de 40 años. De ahí se salió con un mensaje más o menos consensuado, pero en el interior, sin cámaras ni micrófonos, las divergencias afloraron en todos y cada uno de los asuntos. En algo sí coinciden los presidentes y primeros ministros: el Brexit “es un movimiento tectónico para Europa”, resumió la canciller Angela Merkel, según las notas diplomáticas de esa reunión, a las que ha accedido EL PAÍS. “Este es nuestro momento Kennedy: recuerdo cuando Kennedy dijo que Estados Unidos pondría un hombre en la luna. Hay que intentar lanzar un mensaje de optimismo y demostrar que el proyecto europeo está bien equipado para resolver la crisis”, apuntó el estonio Taavi Roivas. “Pongamos a un británico en la luna”, espetó con humor el danés Lars Lokke Rasmussen.
Nadie en Bratislava quiere hablar abiertamente del rey desnudo: el Brexit será el elefante en la habitación, pero el presidente del Consejo, Donald Tusk, ha tenido problemas incluso para introducir referencias indirectas en las conclusiones —esta vez no habrá declaración—que presentará a los periodistas hoy viernes. Tusk aboga por abordar las “consecuencias imprevisibles” de la libre circulación de personas —uno de los catalizadores del referéndum británico—, en un mensaje muy confuso en el que a la vez aboga por “reforzar el principio de la libre circulación”. Merkel y los demás líderes prefieren concentrarse en asuntos que no generen división. Las diferencias Norte-Sur en economía y Este-Oeste en inmigración obligarán a los líderes a centrarse en la única agenda en la que hay consenso: seguridad y defensa.
Tras una década de gestión insuperablemente mediocre, la crisis europea ha dejado al descubierto grietas que habían estado bien disimuladas en los últimos años, con una batalla de baja intensidad entre los socios. El Brexit precipita las cosas: de golpe y porrazo, los Veintiocho son Veintisiete, y en Bruselas se detecta cierto temor a que a Reino Unido le vayan bien las cosas tras el divorcio. Más aún con partidos antieuropeos llamando a las puertas de Austria a Holanda, de Grecia a Finlandia, incluso en Alemania. El riesgo de desintegración, del todo punto impensable en aquella Unión cada vez más estrecha anterior a los problemas, está ahí: las grandes crisis abren capítulos impensables y demuestran que es imposible anticipar la creatividad de la historia. De la cumbre de Bruselas se salió con una idea fuerza: basta de grandes discursos y de generar enormes expectativas, es la hora de hacer funcionar el proyecto con decisiones concretas, guante que ha recogido el jefe de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, en su aportación al debate sobre el estado de la Unión. En caso de duda, lo que diga Merkel: “Sería un error hablar de convocar una convención, hablar de cambios de Tratados. Hay que activar una agenda estratégica centrada en empleo y crecimiento, en los jóvenes y en seguridad. Hay que demostrar que actuamos, explicar qué hacemos”. “Necesitamos claridad”, añadió.
Bratislava es la primera de un reguero de cumbres en las que empezará a perfilarse la nueva Europa sin Reino Unido, en un proceso que se cerrará con el 60 aniversario del Tratado de Roma, en primavera del año próximo. Cuando ese tratado cumplió medio siglo, en 2007, los líderes parieron un par de páginas llenas de palabras pomposas y esdrújulas, en las que no había una sola referencia a la crisis que estaba a la vuelta de la esquina. “Las grandes crisis producen grandes hombres”, decía el citado John F. Kennedy. Los dos grandes nombres que firmaban ese documento, presentado hace casi 10 años en medio de la presidencia alemana de la Unión, eran Angela Merkel y José Manuel Barroso. La prensa alemana especulaba ayer con la posibilidad de que Merkel, líder indiscutible de la Europa de las mil y una crisis, no se presente a las próximas elecciones. El pasado y el presente de Barroso son bien conocidos: exanfitrión del trío de las Azores, exjefe de una Comisión cuya gestión de la crisis fue muy discutida y, hoy, flamante presidente no ejecutivo de Goldman Sachs.
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