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Cambio de tono: perfil bajo y al contraataque

A punto de cumplir dos años al frente de la Comisión Europea, Juncker se enfrenta a un curso plagado de peligros

El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, se ajusta la corbata antes de su discurso del Estado de la Unión, este miércoles.Foto: reuters_live | Vídeo: JEAN-FRANCOIS BADIAS (AP) / QUALITY
Claudi Pérez

Forzados a hacer juicios sumarísimos de aprobación o de condena, según parecen exigir estos tiempos de nuevo asfixiantes, los integrantes de ese magma informe llamado Bruselas disparan desde hace semanas opiniones rotundas sobre Jean-Claude Juncker. Muy pocas son positivas. La caricatura de la prensa británica es demoledora: una especie de peligroso dinosaurio, fumador, borracho y archifederalista (eso último es, de largo, mucho peor que todo lo demás al otro lado del Canal). Cada país tiene sus propios fantasmas: los alemanes se muestran molestos por la manga ancha con los déficits del Sur. La izquierda le achaca sus 20 años al frente del pseudoparaíso fiscal de Luxemburgo. Y la irritación es máxima en el Este, que le censura las cuotas obligatorias de refugiados. Sus detractores (encabezados por los países de Visegrado, la CSU alemana, EE UU por su acercamiento a Rusia y versos libres como el jefe del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem) aprovecharon el Brexit para lanzarse a la yugular y cuestionaron su continuidad este verano. Juncker ha aceptado las críticas con deportividad: “No dimitiré; no estoy enfermo o cansado”. Resistir ha sido su divisa desde entonces.

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Hay edades a las que la cámara solo enfoca implacable. Pero bajo los focos del discurso sobre el Estado de la Unión, lo que más destacó ayer de Juncker no fueron las arrugas de sus poco más de 60 años —el mayor peligro de Europa es el cansancio, decía Husserl—, sino su cambio de piel. La metamorfosis del presidente se pudo ver en directo. El nuevo curso trae a un Juncker menos político. Menos provocador, menos divisivo, sin el vibrato característico de los grandes discursos. Más aburrido, pragmático y realista. Perfil bajo, en suma: la sensación general es que ha cambiado de táctica después de los golpes encajados. Al menos en su lenguaje. Porque por la vía de los hechos la impresión general es la contraria: acaba de pasar al contraataque.

Juncker recibió un fuerte revés a raíz del Brexit, está claro. Le ha tocado lidiar con media docena de crisis al mismo tiempo; todas confluyen en la Gran Recesión y sus efectos secundarios en forma de populismos, de hartazgo del establishment, de insolidaridad con algunos detalles vintage, años treinta. Sus propuestas suelen ser reactivas: migración y pacto con Turquía, por ejemplo. Pero más allá de las palabras, empieza el curso político con el mordisco a Apple, prepara un revés a Alemania por Volkswagen, refuerza el acuerdo con Turquía y avisa de que va a seguir peleando contra la versión más ortodoxa —alemana y austera— del Pacto de Estabilidad: todo lo contrario del supuesto perfil bajo.

El expediente de Juncker no presenta grandes éxitos en ninguna de sus prioridades: no ha conseguido resultados impactantes. Puede que ni siquiera haya logrado convencer a los socios. Y puede que a la vista de algunos fracasos el presidente haya llegado a la conclusión de que le conviene buscar consensos en las políticas que provocan más división. Solo una cosa está clara: no está dispuesto a irse sin pelear.

“Es injusto culparle por crisis como la del Brexit”, apunta Guntram Wolf, de Bruegel. “El no británico fue un voto contra la libre circulación de trabajadores y contra la pérdida de soberanía en favor de instituciones supranacionales. Fue un voto de rechazo contra lo que representa Europa: no contra la Comisión”, añade. Daniel Gros, del CEPS, asegura que la era Juncker “está repleta de claroscuros”. “El plan de inversión es filfa, el acuerdo con Turquía no fue idea de la Comisión, y con Reino Unido había poco que Bruselas pudiera hacer. Y en el caso de la flexibilidad del Pacto de Estabilidad, lo único que ha hecho Juncker es pura dejación de responsabilidades”. Es curioso: la manga ancha fiscal es lo que le pide medio mundo (FMI, G20, EE UU, todo quisque), y lo que más revienta en Berlín, en Viena o en algunas de esas casas de análisis.

A Juncker le esperan una temporada de aúpa. Deberá conservar cierta capacidad de iniciativa si no quiere que el referéndum italiano y las elecciones en Francia y Alemania desplacen la narrativa europea claramente hacia las capitales. Y en lo económico, lo mejor que le puede ocurrir a la eurozona es seguir en el limbo y que no se reabran las desventuras del euro. Europa sigue metida en una guerra de baja intensidad entre acreedores y deudores y de Este y Oeste, con fracturas que han colocado el proyecto ante un riesgo de desintegración —a fuego lento— por primera vez. “No cabe esperar éxitos o fracasos rotundos, sino una fase de enfrentamientos, ralentización y punto muerto. Con o sin Juncker. Probablemente con él, a la vista de la resistencia que ha demostrado”, cierra un veterano embajador.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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