Hebe, de la heroicidad al esperpento
Durante la dictadura Hebe de Bonafini había sido nuestra heroína. Luego marchamos con ella en manifestaciones monumentales que pedían respuestas por los desaparecidos
Hebe entró en el camerino de Vargas Llosa y cerró la puerta. Era marzo de 2011, y en ese reducido espacio cruzado por espejos quedamos en una extraña intimidad los tres: la mítica titular de Madres de Plaza de Mayo, el flamante premio Nobel y el escritor argentino que lo iba a entrevistar en la apertura de la Feria del Libro de Buenos Aires. Había sido una semana llena de tensiones: intelectuales orgánicos del Gobierno kirchnerista habían impugnado esa presentación de Mario a raíz de su reconocida ideología liberal, y se decía que grupos de choque irrumpirían en la Feria para impedir esa conversación literaria.
Durante la dictadura Hebe de Bonafini había sido nuestra heroína. Luego marchamos con ella en manifestaciones monumentales que pedían respuestas por los desaparecidos. Ella era entonces una líder ecuménica, dolorida y valiente. Pero a medida que la democracia se afianzó, fue abrazando posiciones más y más intolerantes. Su objetivo ya no eran solo los jerarcas militares que cometieron aquellas atrocidades, sino cualquier actor de las democracias de Occidente. Se regocijó con los atentados a las Torres Gemelas y elogió a la ETA, siempre amparada en una coraza invisible: la inmunidad que proporciona el carácter de víctima famosa.
Néstor Kirchner la conquistó con el impulso que le imprimió al tema de los derechos humanos: cientos de militares que todavía seguían libres fueron juzgados. Néstor jamás se había interesado antes por el asunto, les decía incluso a sus íntimos una frase cínica y antológica (“la izquierda te da fueros”), pero con esa medida entró con toda justicia en la Historia y se ganó a gran parte de la progresía. Hebe se volvió incondicional; las Abuelas de Plaza de Mayo también. Y el entusiasmo le permitió a Néstor usar a esos organismos como escudos humanos para políticas rapaces y autoritarias. A veces el amor enceguece, y Hebe se encegueció. Los Kirchner le permitieron meterse en negocios con el Estado para la construcción de viviendas: la iniciativa terminó en un escándalo, con fuertes sospechas de corrupción. Esa causa flagrante derivó en la Justicia, pero los Kirchner hicieron de todo para apagarla.
A pesar de tanto, yo no sabía cuánta autonomía real tenía Hebe, que siempre se había manejado a su antojo, patrona de sí misma. En el camerino de Vargas Llosa, Hebe explicó la verdad: Cristina Kirchner le había ordenado que no irrumpiera y que permitiera finalmente el acto de la Feria. En ese momento la vi muy mayor, y un rayo de certeza me atravesó el alma: Hebe ya no era libre, tenía una jefa política a la que respondía, y Madres de Plaza Mayo ya no era un organismo humanitario sino un apéndice del partido de Perón. Vargas Llosa y yo pudimos tener nuestro diálogo público sin que mediaran gritos ni empujones, pero yo me fui a casa con un sabor amargo.
Hebe era una líder ecuménica, dolorida y valiente. Pero a medida que la democracia se afianzó, fue abrazando posiciones más intolerantes
A partir de entonces vigilé las apariciones de Hebe, que fue utilizada como ariete por la presidenta: decía las barbaridades que Cristina no se atrevía a verbalizar. Cuando Mauricio Macri ganó las elecciones, levantó el cepo judicial que había sobre los jueces; les prometió públicamente que a partir de ese momento no habría instrucciones desde el Poder Ejecutivo y que eran libres de ejercer su oficio. Cientos de expedientes sobre corrupción despertaron de su siesta y los exfuncionarios kirchneristas fueron imputados unos tras otros. Fajos de dólares, lavado de dinero a mansalva, meganegociados, mansiones obscenas y bóvedas ocultas salieron a la luz, impactaron a la sociedad y dieron la razón a las investigaciones periodísticas de todos esos años. Los periodistas habían sido desacreditados por el poder, y muchos jueces “incentivados” o amedrentados habían aletargado sus pesquisas. Para defender lo indefendible, el kirchnerismo tuvo entonces la estrategia de afirmar que Macri manejaba a los jueces y que Cristina, comprometida en varias causas concéntricas, era una perseguida ideológica. Hebe fue de nuevo su más virulenta portavoz. Dijo que Macri era Mussolini, aunque pocos días después se corrigió: era Hitler. Así como Cristina nunca trepidó en hundir a Madres en el desprestigio, tampoco tuvo el buen tino de llamar a esta mujer de 87 años y pedirle que se presentara ante el juez que la investiga. Pudo haberlo hecho en un acto de piedad, para no exponerla, pero prefirió que la crisis escalara y que Hebe corriera el riesgo de ir presa, o incluso de que los policías que intentaban cumplir la orden judicial tuvieran una refriega con los militantes. La idea era que los periódicos del mundo, que no suelen conocer todos estos matices, titularan: “Feroz represión contra la Gandhi de los derechos humanos, quien denunció una persecución mussoliniana de Macri”. A los kirchneristas sólo los persigue la Justicia, y no por leer a Mao, sino por violar reiteradamente el Código Penal.
Veo en televisión el psicodrama de Hebe, y sigo sintiendo aquel sabor amargo. Empezó luchando contra la impunidad, y terminó creyendo que tenía impunidad para ponerse por encima de la Justicia. Ese largo y lacerante periplo desde la heroicidad hasta el esperpento es la obra maestra de Cristina Kirchner. La izquierda da fueros. Y ella los necesita con desesperación.
*Jorge Fernández Díaz es periodista y escritor argentino
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