Mujeres sirias, de ambos bandos, dialogan por la paz
Una conferencia reúne en Beirut a 130 sirias para alentar el fin del conflicto
Entrando en el sexto año, el conflicto sirio está provocando una transformación del papel tradicional de la mujer. Empujadas por los diferentes frentes, decenas de miles de amas de casa se han visto obligadas a abandonar por primera vez su hogar, incluso su país, o convertirse en cabeza de familia tras la muerte de sus maridos. El conflicto se ha cobrado ya más de 270.000 vidas.
“La guerra siria ha servido como acelerador para el empoderamiento de la mujer. La necesidad les ha obligado a romper las barreras impuestas por la sociedad”, dice Hiba Qasas, quien dirige la sección de países árabes de UN Women y organizadora de una conferencia que reunió este mes a 130 mujeres sirias en Beirut. “Forzadas al cambio, estas mujeres necesitan de un paraguas, para no caer presas de la explotación sexual o de nuevas formas de violencia surgidas a raíz del conflicto”, añade.
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Se trata de la primera vez que opositores y seguidores del Gobierno de Bachar el Asad, que habitan fuera y dentro de Siria, se reúnen cara a cara para crear una plataforma común. Hasta ahora, las delegaciones oficiales de rebeldes y representantes del Gobierno de Damasco, mayoritariamente compuesta por hombres, no han logrado sentarse en una misma sala tras tres rondas de negociaciones en Ginebra.
Peso económico
Decenas de miles de viudas sirias se han convertido de la noche a la mañana en cabezas de familia, ocupando los puestos de trabajo vacantes por aquellos hombres que han huido al extranjero, ingresado los diferentes frentes o perecido en ellos. En Siria cada día son más los rostros de mujer los que atienden en las administraciones públicas, el mayor empleador con 1,5 millones de funcionarios. La guerra siria, al igual que en Europa tras la Segunda Guerra Mundial, ha catapultado a las mujeres a jugar un rol primordial en la economía. Ahora estas mujeres exigen dejar de ser las víctimas de la guerra para ocupar un lugar en la decisión política.
Las mujeres, que suponen hoy más del 55% de la sociedad siria, exigen su lugar en la paz. Excluidas del proceso de negociación, estas mujeres pujan por representar un mínimo del 30% de las diferentes delegaciones. Por ahora, la delegación opositora cuenta con tres mujeres, la del Gobierno de Damasco con cuatro, junto a las 12 que componen el grupo de mujeres que asesora al enviado especial de la ONU para Siria, Ban Ki-moon. Durante la conferencia, las mujeres han establecido unas demandas básicas en el plano humanitario como el levantamiento de los cercos o del embargo internacional. Las demandas puede que no difieran de las expuestas por las delegaciones ofíciales, pero muestran una actitud “más conciliadora”, valora Qasas.
La activista siria Samira Zair, de 52 años, conoce bien las transformaciones que opera el exilio en una mujer y madre. Hace 25 años que tuvo que abandonar Siria después de que tanto ella como su marido, miembros del Partido Comunista de los Trabajadores, fueran perseguidos por el entonces régimen de Hafez el Asad. Zair recorrió ilegalmente un trayecto similar al que protagoniza hoy la ola de migrantes sirios en su periplo por alcanzar Europa. “En 1990 nos quedamos dos años atascados en unas condiciones pésimas en los centros para migrantes de Alemania. Entonces, Siria tenía buenas relaciones con la comunidad internacional y no se consideraba un país en guerra, así que no se nos consideró refugiados”, relata Zair, que vive hoy en Suecia. “En esta conferencia, las defensoras del régimen han descubierto que existe una oposición de mujeres que aman y defienden a su país tanto como ellas. Esto ha sido un paso muy importante”, apostilla.
Noura Ghazi Safadi, de 35 años, es una conocida abogada siria para la defensa de los derechos humanos. Safadi vive en Damasco donde ocho meses atrás recibió una carta de la prisión central comunicándole que su marido, Basel Khatib Safadi y también activista, había sido condenado a muerte tras permanecer cuatro años entre rejas. “No sé donde lo tienen, pero al contar mi historia ante el resto de mujeres, una activista del régimen me tendió un pañuelo y me secó las lágrimas”, dice. “Solo por eso, mereció la pena venir”, concluye.
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