El señor Jung quiere dinamitar el régimen norcoreano con telenovelas
Introduce de contrabando y con drones micromemorias para romper el bloqueo informativo
El señor Jung Gwang-il pretende derrocar un régimen que se apoya en la bomba atómica con un arma minúscula y aparentemente inofensiva: el USB y la microtarjeta de memoria. La munición con la que los carga son reality shows surcoreanos como Ahora estamos casados, donde una pareja convive antes de decidir si casarse o no, el taquillazo de Hollywood Objetivo: Londres (London has fallen), o la serie británica Contraataque (Strike Back). Es la versión contemporánea de aquellas emisiones radiofónicas de Radio París o de la BBC que servían de rendija al mundo libre a muchos de los que vivían en dictaduras hace décadas.
El norcoreano Jung —que no tiene aspecto de revolucionario, ni siquiera de agitador social, sino que más bien parece un eficaz funcionario— lleva años haciendo una tarea de hormiguita con la ONG No Chains que espera que logre que sus 25 millones de compatriotas despierten. Que despierten y descubran que ahí fuera hay un mundo que nada tiene que ver con lo que siempre han conocido, la sospecha constante, el miedo más atroz, el gris monótono de una de las dictaduras más crueles de mundo. Ese país que en las imágenes de satélite aparece como un gran agujero negro que destaca entre Corea del Sur y China.
“Quiero dar esperanza a quienes viven en mi país, en la oscuridad”, explica. Sueña con que con estas películas y programas (y algunas entrevistas con desertores) la información vaya permeando, generando preguntas, creando descontento y que se levanten contra el régimen de Kim Jong-un. “Quiero que cuando vean la información que les enviamos sientan algo así como una revelación”, explica en un hotel de la capital noruega, donde ha participado en Oslo Freedom Forum, una especie de cumbre mundial de activistas de derechos humanos y emprendedores tecnológicos para crear alianzas que combaten tiranías.
La red que lidera Jung ha introducido este año unas 4.000 micromemorias. Ahora, gracias a la tecnología y al apoyo de la Human Rights Foundation, que organiza el foro de Oslo, lo hacen con helicópteros teledirigidos, y así reducen los riesgos. Cuando empezó, en 2009, mandaban las películas en CDs, explica Jung en una entrevista. Las llevan a la frontera chino-coreana, pero no son ellos quienes trasladan las memorias digitales al otro lado de la frontera. Pagan a contrabandistas, a norcoreanos dedicados al estraperlo que entran y salen legal o ilegalmente o funcionarios que fueron compañeros de Jung. “El año más fuerte, introdujimos unos 8.000 USB”, dice, y se felicita de cómo los avances tecnológicos aumentan las posibilidades de no ser descubierto o de llegar a más gente.
Él empezó a descubrir que vivía en un mundo de mentiras la primera vez que vio, en una visita a China como funcionario de comercio exterior, una emisión de la tele pública surcoreana. Poco a poco también dentro del país se han abierto rendijas. Cuenta que cuando logran hablar por teléfono con alguien que vive en Corea del Norte, donde los líderes son venerados como cuasi-dioses, ya no se refieren al dictador como Kim Jong-un, El mariscal, sino solo por su nombre de pila, como si fuera un par. Y aunque está prohibido tener contacto con foráneos sin permiso, viajar o llamar al extranjero, y la tele solo emite películas norcoreanas, de la Unión Soviética o de la Alemania comunista, las pelis de contrabando no son novedad. Cuenta Jung, a través de un traductor, que a finales de los noventa, tras la hambruna, vio Lo que el viento se llevó, OO7 James Bond y Titanic, cuando aún vivía en Corea del Norte. Pero en 2000 le internaron en Yodok, un campo para prisioneros políticos. “Me acusaron falsamente de ser espía”. Huyó de su patria 12 días después de que le excarcelaran tras tres años recluido en condiciones infrahumanas. El régimen obligó a su esposa a divorciarse y entregó su casa a otra familia. “Huí el 25 de abril de 2003”. Tardó un año en llegar a Corea del Sur.
Explica Jung, que recientemente compareció en el Parlamento británico para explicar cómo pretende romper el bloqueo informativo norcoreano, que las micromemorias son incluso mejores que los USB porque se pueden esconder hasta en la solapa, ese lugar donde todo norcoreano adulto lleva la imagen del Gran Líder y este desertor se ha colocado el pin del OsloFF. Los USB y las micromemorias evitan además el riesgo que supone tener que estar conectado a la red eléctrica para ver la película. Hace unos años no era raro que, ante la sospecha, el vigilante de la escalera cortara la luz en un edificio —y la película delatara al espectador al quedarse atrapada en el vídeo—, según documentó la ONU en su informe sobre las violaciones de derechos humanos en Corea del Norte.
Los reproductores portátiles y los USB estuvieron prohibidos pero se popularizaron tanto que “el régimen se rindió”, dice Jung. Poco a poco se van abriendo rendijas por las que colar información sensible que vuele el régimen por los aires. Jung repite el mantra de los activistas de derechos humanos —“ninguna tiranía dura para siempre”— mientras busca colaboradores y financiación para derrocar a la potencia nuclear más imprevisible a golpe de telenovelas y pelis de acción.
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