“El Bolsa Familia llegó en un momento en el que no tenía ni para comprar pan”
Un subsidio que beneficia a 13 millones de familias pobres tendrá que sobrevivir en un gabinete formado por detractores del programa, convertido en bandera electoral del PT
Hace cinco meses que Bartolomeu Brito Franca, un obrero desempleado de 45 años, vive del salario de 1.000 reales (unos 283 dólares) de su mujer. La pareja tiene una hija de cuatro años y viven en una casa de ladrillos en Heliópolis, una de las mayores favelas de São Paulo, a más de una hora en autobús del centro de la ciudad. La familia es una de las 13 millones de beneficiarias del Bolsa Familia, un programa que entrega de 19 a 85 euros a los más pobres a cambio de que escolaricen a sus hijos. Bartolomeu recibe hace tres años 112 reales (28 euros) al mes, un importe que no resuelve sus apuros económicos, pero paga los zapatos y la ropa de la pequeña Beatriz.
Votante del Partido de los Trabajadores (PT), la sigla de Dilma Rousseff y Luiz Inácio Lula da Silva que sacó a más de 30 millones de brasileños de la pobreza -gracias, entre otras cosas, al Bolsa Familia-, Bartolomeu teme ahora perder su beneficio: “Sin ese dinero pasaríamos aún más dificultades”.
El cambio de gobierno en Brasil, tras la suspensión del mandato de Dilma Rousseff el pasado jueves, ha generado esperanza en los mercados e inquietud en los más pobres. La misma Rousseff alertó de que su vicepresidente y hoy sustituto, Michel Temer, que ha formado un gabinete enteramente masculino con la élite política más conservadora del país, recortaría los programas sociales. El discurso ha calado en sus votantes. “El nuevo Gobierno tiene que cortar muchos gastos y eso va a perjudicar a los más débiles. Está claro que va a cortar beneficios. Lula y Rousseff han hecho mucho por las clases populares, pero Temer….”, dice Bartolomeu.
Temer se ha apresurado a afirmar que no cortará beneficios sociales. A pesar de eso tiene entre sus ministros detractores del programa. Hay hasta quien ha querido reducirlo hasta un 35%.
En uno de los callejones que dan forma a esta favela, Vanessa Massone, de 34 años hace las mechas a su única clienta. La peluquera recibe también 112 reales (unos 32 dólares) por su hija de 13 años, dinero que dedica a pagar la cuenta de la luz. “Temer ha dicho que no va a cortarlo, así que habrá que confiar, el Bolsa Familia ayuda mucho a los políticos. Lo que no puedo es estar preocupada por perder 112 reales, la misma Dilma podría habérmelos quitado con esta crisis, pero es que mi preocupación es mucho mayor, es el futuro de mi hija”, explica.
Su marido, junto al que consigue una renta mensual de 1.500 reales (424 dólares), llega al salón y pasa a dirigir la conversación. “El Bolsa Familia, indirectamente, se convirtió en una herramienta para conseguir votos y es lo suficientemente importante como para que nadie quiera a acabar con él”, afirma Wilson Massone, de 44 años.
Contrarios al PT hace dos elecciones, los Massone creen que el programa debería ofrecer, además de dinero, formación para que sus beneficiarios, uno de cada cuatro brasileños, se emancipen de los brazos del Estado. Es una opinión parecida a la del actual ministro de Desarrollo Social, Osmar Terra, que en 2011 dijo en Twitter: "Un programa social que no estimula la emancipación de los jefes de familia, que no promueva su autonomía a medio plazo, es una atadura política”. La crítica alimenta el prejuicio recurrente entre la élite brasileña que afirma pagar impuestos para que el beneficiario del Bolsa Familia pueda pasar el día bajo la sombra de un árbol sin hacer nada.
En São Paulo, capital económica del país y segundo Estado en número de beneficiarios después de Bahía, el Bolsa Familia funciona más como un complemento de renta, pero en el nordeste, región mucho más deprimida y rural, el programa es responsable por llevar un plato de comida a la mesa. La realidad en el nicho electoral del PT es que, a pesar de los posibles fraudes, hay familias que pasan hambre, viven en casas de barro construidas en terrenos baldíos y su único sustento es el Bolsa Familia.
“El programa llegó en un momento de mi vida muy difícil, cuando no tenía un real para comprar pan”, recuerda Valeria da Silva, votante del PT, madre de tres hijas de 16 a 27 años y una de las primeras beneficiarias desde 2003. “Fue un regalo, lo valoro mucho y estoy muy agradecida por ello. Mi situación mejoró con los años, pero aún me hace falta”, completa la educadora que da sus 112 reales a su hija menor.
Vilma Gomes, madre soltera de una niña de 12 años, reduce su discurso a un par de frases que, de alguna manera, reflejan la sensación de sus vecinos: “Ya voté mucho en el PT y no confío más en ellos. Para nosotros, Temer es uno más, para los pobres nunca cambia nada”.
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