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La justicia internacional es imprevisible

La absolución del caudillo nacionalista Seselj no es la única decisión sorprendente del tribunal de la antigua Yugoslavia

Radovan Karadzic, durante el juicio.
Radovan Karadzic, durante el juicio.Getty Images

La guerra de los Balcanes (1991-2001) abarcó a la antigua República Federal Socialista de Yugoslavia y dejó un rastro de 100.000 muertos y cerca de un millón de refugiados. Debido al carácter interétnico del conflicto, más que vencedores y vencidos, lo que quedó fueron víctimas en todas las comunidades que siguen sin reconciliación del todo. En particular serbios, croatas, bosnios y kosovares, protagonistas de los peores enfrentamientos. El Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia (TPIY), creado en 1993 a instancias de Naciones Unidas, ha tratado de juzgar desde entonces a los principales causantes de la tragedia, ilustrada por el genocidio y los crímenes de guerra y contra la humanidad perpetrados. Ahora que ya solo quedan dos juicios pendientes, el del exgeneral serbobosnio Ratko Mladic, y el del antiguo líder serbocroata Goran Hadzic, los logros y decisiones polémicas de la corte empiezan verse con cierta perspectiva.

Las dos sentencias más recientes son un buen ejemplo de que la justicia internacional, a pesar de estar sujeta, como aquí, a estatutos especiales, es tan imprevisible como la ordinaria. El pasado 24 de marzo, Radovan Karadzic, antiguo presidente de la República Serbia de Bosnia, fue condenado a 40 años de cárcel por haber “aprobado el plan que culminó en el genocidio de Srebrenica”, donde perecieron unos 8.000 varones musulmanes bosnios en 1995 a manos de las tropas serbobosnias. En cuanto al sitio de Sarajevo, que causó más de 12.000 muertes, los jueces concluyeron que “contribuyó desde su liderazgo al plan destinado a aterrorizar a la población”. Milorad Dodik, actual presidente serbobosnio, criticó el fallo porque “perpetua el tópico de que el pueblo serbio es el culpable de la guerra que llega hasta hoy mismo”, dijo.

No es la primera vez que se airea esta descalificación. El 2013, el presidente de Serbia, Tomislav Nikolic, afirmó que el tribunal “ha creado un ambiente de linchamiento sistemático de todo lo que suene a serbio”. “Los juicios no averiguan la verdad, y por eso la reconciliación no podrá ser auténtica y honesta”. Tres años después, y con siete días de distancia, a la condena de Karadzic le ha seguido una absolución sonada. El protagonista es Vojislav Seselj, presidente del Partido Radical Serbio, de larga trayectoria ultranacionalista. Los jueces desestimaron los nueve cargos de crímenes de guerra y contra la humanidad presentados por la fiscalía, porque esta “no demostró que los discursos del acusado incitaron a la muerte, tortura y deportación de la población no serbia de Bosnia y Croacia”. Ejecutados por militares sobre los que Seselj no tenía mando, sus soflamas solo “eran una manera de arengar a los soldados en tiempo de conflicto”. Adoptado por mayoría de dos de los tres magistrados, la opinión de la discrepante, Flavia Lattanzi, subrayaba que sus colegas “no evaluaron correctamente el apoyo moral prestado por Seselj con sus encendidas palabras a la comisión posterior de los crímenes contra los no serbios”.

Pero hay dos fallos polémicos que sorprendieron incluso a sus protagonistas. Ante Gotovina, antiguo general croata, fue condenado en 2011 a 24 años de cárcel por practicar la limpieza étnica contra los serbios. Un año después ganó la apelación por goleada: salió en libertad sin cargos. La fiscalía no entendió cómo podía absolverse a un condenado a semejante pena. Ramus Haradinaj, exguerrillero kosovar, pasó por un trance aún más llamativo. Acusado de perseguir, torturar, violar y asesinar a civiles serbios, tuvo dos juicios y ganó ambos. Regresó a Kosovo entre aclamaciones. ¿Será posible la reconciliación?

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