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Tribuna
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‘Viagra’, ‘cacique’, ‘drácula’, ‘momia’ y otros motes de políticos brasileños

Las empresas brasileñas no deberían tratar a los políticos, por poco respeto que les infundan, como caciquillos de una republiqueta

Juan Arias
Un manifestante en una protesta en Sao Paulo.
Un manifestante en una protesta en Sao Paulo. Miguel Schincariol (AFP)

A algunos les ha hecho reír, a otros les ha obligado a pensar. Me refiero a los motes con los que aparecen muchos de los más de doscientos políticos en la lista de los subvencionados por Odebrecht, no se sabe aún si lícita o ilegalmente. Más que la responsabilidad de una de las mayores empresas de Brasil, que tiene presencia en más de 20 países, de financiar ilegalmente a políticos es que revela el poco respeto que dichos personajes parecen merecer a ojos de la compañía.  En la lista hay de todo: ministros, senadores, diputados, gobernadores, alcaldes y hasta expresidentes de la República.

Con pocas excepciones, como la del expresidente José Sarney, que figura como “el escritor”, por ser miembro de la Academia de las Letras, el resto son registrados con motes de desprecio o de burla: Cangrejo, Viagra, Nervosito, Guapito, Momia, Feria, Drácula, Escondidito, Enjabonado, Candomblé, Colorido, Pasivo, Bruto, Eva, Cacique, etc.

“No son una cuadrilla de bandidos de la Rocinha (favela famosa de Río), son los personajes que conducen la política brasileña”, ha escrito irónico, en O Globo, Nelson Motta. Son los personajes, añadiría yo, que representan o han representado, el motor político y económico de América Latina, esa potencia mundial que sigue siendo Brasil a pesar de la crisis que la azota en este momento.

Nos extrañamos en estos días que los políticos de cualquier rango y formación ideológica sean tratados, sin sutiles distinciones, como ladrones y corruptos en medio del huracán de pasiones que la crisis despierta en la gente de a pie, algo que aparece cada vez más evidente y peligroso en las redes sociales

Más grave quizás resulte el reconocimiento que esa falta de respeto y estima por los políticos, hasta por los de mayor renombre, aparezca ahora entre las grandes empresas, responsables por un buen pellizco del PIB del país. Para ellas, dichos políticos son vistos con el poco respeto que le otorgan con los motes jocosos o de desprecio, dibujados al lado de sus nombres de pila bautismal.

Más importante, quizás, que el posible desenlace de la crisis institucional que podría conducir a un recambio del actual sistema político brasileño, sea hoy, y con urgencia, que los políticos, los de hoy y los que puedan llegar con las próximas elecciones, recuperen un mínimo de dignidad y respeto no sólo entre la población sino entre las empresas responsables por el crecimiento económico del país.

No existe hoy en el mundo civilizado una democracia sólida que no se apoye en el respeto y defensa de la política para la que no hay un sustitutivo válido. Todas las otras aventuras, fuera de la política representativa, llevan siempre el hedor del autoritarismo. Las empresas llamadas a crear riqueza y a demostrar que no es inconciliable el capitalismo moderno con el respeto a la democracia y a la defensa de las conquista sociales son indispensables para forjar el bienestar público y el creciminto del empleo.

Cuando hasta ellas prefieren, sin embargo, divertirse con un espectáculo de “feria” de compra y venta de políticos que puedan favorecerlas en sus juegos de intereses en la sombra de la impunidad no tenemos el derecho de criminalizar a la sociedad cuando insurge contra los políticos, a veces hasta con ira.

“En Brasil, todo sucede antes de lo imaginado”, ha escrito Claudia Jorge Imenes en una red social. Ojalá sea profeta y tengamos la sorpresa de que la recuperación económica, ética, política y de confianza de los brasileños en sus instituciones, llegue “antes de lo imaginado”.

Ojalá llegue sin excesivos desgarros, sea cual fuere el desenlace final para que los brasileños demuestren al mundo que son capaces de mantener viva y en pie su democracia y la fuerza aún no corrompida de sus instituciones en las que tienen los ojos puestos fuera de sus fronteras. Vean si no la nueva Argentina de Macri o el poderoso líder americano, Barack Obama. Ambos, y con ellos muchos más, están observando hacia donde camina Brasil, que no es una república de las bananas en América Latina, ni siquiera Venezuela. Es un país continente con vocación de imperio, algo que pocos le niegan.

Las empresas brasileñas, apreciadas en el exterior, no deberían entrar en el juego de tratar a los políticos, por poco respeto que les infundan, como si se tratara de caciquillas de una republiqueta. Brasil es más que eso. Más que sus políticos y que sus propias empresas. Brasil son los más de 200 millones de habitantes conscientes de que su tierra, su capacidad de salir a flote de las crisis, les permitiría vivir no sólo sin pobreza sino participar, sin irritantes desigualdades sociales, del festín que les corresponde.

No porque “Dios es brasileño”, sino porque Brasil es capaz de hacer milagros con la fuerza de su creatividad y la habilidad innata de saber “arreglárselas”. Lo conseguirá mejor uniendo fuerzas y esperanzas que enfrentándose, sacudido por las pasiones de la política con minúscula.

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