Puro show (San Andrés y Providencia)
Querido mundo: ni se les ocurra juzgarnos como si fuéramos del mundo
Hay fechas que no nos permiten olvidar que Colombia es su delirio. Días como del odio de Dios que da vergüenza ser colombiano. En la mañana del jueves 17 de marzo, cuando empezaba el paro nacional, la Corte Internacional de Justicia de La Haya se declaró competente para seguir conociendo las demandas de Nicaragua en su propósito de extender su mar hasta las aguas colombianas del archipiélago de San Andrés y Providencia. Y desde ese momento los medios nacionales tuvieron a bien titular, en promedio, “Colombia se une para no comparecer más ante La Haya”. Debajo de semejante encabezado fue publicada además una imponente foto del impopular Presidente de la República mientras vocifera “estamos en la obligación de unirnos para defender la soberanía” rodeado de un “quién es quién” –más bien: de un “ni uno se salva”– de la política criolla: los amigotes, los opositores.
Quedó claro que Colombia no sólo es una nación cuando juega su selección de fútbol, sino también a la hora de desconocer los fallos de la justicia internacional.
César Gaviria exclamó en la radio “no podemos seguir entregando el territorio a pedazos porque a la Corte le provocó ir más allá de sus competencias: no nos vamos a dejar joder”. Tal vez sea importante aclarar que el señor César no es cualquier Gaviria, ni es un transeúnte nacionalista, ni un maleante, sino todo un expresidente de Colombia. Y que ese jueves su tono encrespado, de país en guerra, de borracho que grita a la policía “usted no sabe quién soy yo”, fue el tono de los principales políticos colombianos. Se oían a lo lejos las sensatas voces de los aguafiestas: qué clase de nación prefiere –dijo el editorial de El Espectador– “patear el tablero a seguir jugando con las reglas que aceptó al iniciar la partida”. Pero el tono en general era ese: el ardor, el ímpetu de los necios.
El señor Endis Livingston, representante de los raizales que suele recordarle al país la falta de voluntad política y de justicia social allá en el archipiélago, en cambio respondió con mesura las preguntas que un noticiero tremebundo le lanzó encima en plena protesta: “luego de revisar las normas internacionales sabíamos que la Corte se iba a declarar competente –explicó–, pero la lucha continúa porque no vamos a someternos a la desidia de un Estado que no entiende a su pueblo”; “no hay garantía de trabajo para los pescadores –agregó–, pero diga lo que diga el Gobierno sabemos que los fallos se acatan”. Quería decir que San Andrés ha quedado lejos desde el día de 1803 en el que la Corona española le dio la jurisdicción a Santa Fe de Bogotá. Y que la disputa por aquella soberanía comenzó antes de que existiera Nicaragua.
Quizás sigo atando los cabos según la cuarta temporada de House of Cards, que prueba que hacer política es complotar, pero creo que a los políticos colombianos –al oficialismo cansino sitiado por el paro y a la oposición ponzoñosa arrinconada por la fiscalía– les convenía gritar “¡desacato!”, “¡no cederemos ni un milímetro!” porque la Corte y Nicaragua seguirán adelante con el proceso, porque perder territorio no se ve bien en los libros de Historia, porque sus hastiados electores sólo les creen a la hora del patrioterismo. Por supuesto, María Ángela Holguín repitió el fin de semana la sentencia “no confiamos en la Corte de La Haya”. Habría que decir que no se trata de una raizal, sino de la Canciller de Colombia. Y que entre líneas está diciendo que la justicia internacional será a favor o no será.
Querido mundo: dennos plata para nuestra paz, celébrennos con amnistías el fin del conflicto, consuélennos por las víctimas de esta guerra inútil avivada por las drogas, pero ni se les ocurra juzgarnos como si fuéramos del mundo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.