“Todos tiraban sus cosas para escapar”
El relato de los que se disponían a tomar un vuelo esta mañana habla de polvo, humo y el ruido de explosiones
“Hemos visto muertos en el suelo. Había maletas por todas partes. Todo el mundo tiraba sus cosas para escapar”. Así recordaba la belga Ragea, una estudiante de enfermería que con su compañera Asma se preparaba para tomar un avión, el atentado que golpeó una de las grandes infraestructuras de Bélgica, el aeropuerto de Bruselas-Zaventem, por el que en 2015 pasaron más de 23 millones de viajeros. El ataque comenzó en torno a las ocho de la mañana, cuando dos explosiones —probablemente causadas por sendos terroristas suicidas, según la fiscalía belga— dejaron un reguero de muertos y heridos. Y a miles de viajeros afectados que arrastraban sus maletas desorientados e incrédulos.
Tras el atentado, un goteo de pasajeros se dirigió a pie a la carretera para encontrarse con familiares o amigos que los recogieran. De camino, con la carretera cortada al tráfico, tiraban de sus maletas en un ambiente de pesadilla. “¡También en el metro!”, decía con horror una de las estudiantes de enfermería a su compañera mirando el móvil. La noticia del ataque al suburbano les llegaba caminando hacia la carretera por una vía cerrada. “Una de nuestras compañeras está herida en la pierna”, contaban las universitarias, exhaustas por la caminata de varios kilómetros. El 22 de marzo ya no será para ellas el recuerdo de un viaje de estudios a Lisboa. Será el de una travesía de varios kilómetros a pie de vuelta a la ciudad, intentado no pensar qué podría haber pasado si se hubieran situado unos metros más allá. O los terroristas unos metros más acá.
Como ellas, muchos otros pasajeros tenían previsto dormir en otra ciudad, en otro país, en otro continente. Y de repente ahí estaban, envueltos en la nube de humo y partículas desintegradas del aeropuerto que apenas permitía ver unos metros más allá. Todos habían madrugado para tomar un vuelo. Jeff Lassomer, militar estadounidense que estuvo destinado en Afganistán, debía viajar a Estados Unidos junto a su mujer y otra de sus hijas para ver nacer a su nieta en San Antonio. No llegó a entrar al aeropuerto. Su vehículo quedó atrapado cuando la carretera fue cerrada por la policía. Los que sí habían entrado salían guiados por agentes y sus destinos pronto se separaban.
Con el aeropuerto evacuado y el cordón policial impidiendo el paso al aeródromo. Algunos grupos de pasajeros salieron hacia el centro de Bruselas en autobuses fletados por las autoridades. Otros pusieron rumbo a un polideportivo cercano reconvertido en centro de acogida temporal. Junto al recinto, el ghanés Samuel Owusu-Gyan, de 28 años, daba de comer un sándwich a su hijo Xander, de un año y nueve meses. Cuando crezca podrá contarle lo que vivió en la zona de tránsito del aeropuerto de Bruselas en un vuelo entre Ghana y Estados Unidos. “Cuando oí las explosiones cogí a mi hijo en brazos y eché a correr”, contaba al lado de su esposa.
Al polideportivo llegaron en los primeros instantes más de 2.000 personas. Mediada la tarde ya solo quedaban unas cien después de que parte se trasladara a ciudades como Amberes y Lovaina, desde donde buscarían cómo llegar a sus destinos.
En el polideportivo los viajeros se registraron en una lista para facilitar que los allegados los localizaran. El desafío logístico de alimentar a cientos de personas encontró respuesta en la solidaridad de un barrio, el de Zaventem, que se volcó con sus nuevos inquilinos. “He traído sopa, pan y algo de beber. Es muy necesario”, decía Inge Drabs, una comerciante de la zona de 35 años.
En el centro deportivo, algunos descansaban en colchonetas, sobre el suelo, los niños jugaban, y la tranquilidad volvía por momentos mientras fuera, el transporte público se cerraba y Bélgica se situaba en alerta máxima para combatir una amenaza que la masiva presencia de policías y militares en las calles estos días no ha podido contener. Una mujer que dormía sentada en las gradas repentinamente abría los ojos sobresaltada. Sí. Ha ocurrido de verdad.
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