La reina de Europa pierde su corona
La cumbre de la UE evidencia la pérdida de poder de Merkel, incapaz de imponerse ante sus socios
Hace un mes, la canciller Angela Merkel tuvo uno de esos días —tan habituales en los últimos tiempos— en los que todo parecía ponerse en su contra. Sus teóricos aliados le daban un ultimátum para cambiar de política migratoria; y el presidente del país, Joaquim Gauck, le recordaba la necesidad de limitar las llegadas de extranjeros para evitar el éxito de los populistas xenófobos. Bajo presión, Merkel mencionó tres citas importantes en las próximas semanas: ronda de consultas turco-alemanas, la conferencia de donantes para Siria y la cumbre europea de esta semana. “Después podremos extraer un balance provisional y ver dónde estamos”, dijo entonces.
Berlín recibió como un golpe la negativa de París a acoger más asilados
Ha llegado ese momento; y el resultado es cuando menos decepcionante. Turquía no da muestras de controlar los flujos migratorios; la situación en Siria, lejos de mejorar, se agrava; y los socios europeos se niegan a andar por el camino que marca la líder alemana. Lejos quedan los tiempos en los que ella marcaba el paso. Como en 2011, cuando junto con el francés Nicolas Sarkozy acorraló al griego Yorgos Papandreu para exigirle que no convocara un referéndum sobre el rescate a su país. O hace medio año, cuando su ministro más poderoso, Wolfgang Schäuble, improvisó un plan para que Atenas abandonara el euro durante cinco años con unas formas que muchos consideraron humillantes. Acostumbrada a exigir, Merkel ahora solo pide. Con escasos resultados.
La líder alemana viajó el jueves a Bruselas consciente de que iba a obtener poco de esta cita. Días antes admitía que sería “ridículo” hablar de nuevos repartos de solicitantes de asilo en la UE, ya que de los 160.000 pactados hace medio año, no se han puesto en marcha ni 500. La canciller pospone ahora las conclusiones a una nueva cumbre con Turquía prevista para principios de marzo. “En Europa, todos somos socios siempre”, dijo en la madrugada del viernes, tras 10 horas reunida con los otros líderes. Su problema es que hace tiempo que le resulta más y más difícil encontrar socios que le sigan.
Polonia, en manos de los ultranacionalistas, aspira a liderar un eje oriental con checos, eslovacos y húngaros cuyo mínimo común denominador es la oposición a Berlín. El italiano Matteo Renzi, que el día en el que iba a visitar a Merkel le reprochó en un periódico alemán ignorarle en decisiones estratégicas, bloqueó durante semanas la ayuda a Ankara que Berlín considera fundamental. Reino Unido y España están inmersos en sus asuntos internos, y prácticamente ajenos al debate migratorio. Y Austria y Suecia, tradicionales aliados de Berlín en su política de brazos abiertos a los refugiados, han echado el cerrojo.
Pero quizás el golpe más duro llegó la semana pasada de Francia. “No podemos aceptar más solicitantes de asilo”, dijo el primer ministro Manuel Valls, que además añadió un mensaje que se parecía mucho a un corte de mangas a Merkel: “Francia nunca ha dicho: 'venid con nosotros”. El anuncio de Valls cayó como una bomba en el Gobierno alemán. La llamada “coalición de los voluntariosos” —es decir, montar un sistema de reparto de refugiados y de refuerzo de las fronteras exteriores solo con los países europeos dispuestos a colaborar— es impensable si en ella no participa París. Fuentes gubernamentales dicen no recordar un ambiente tan envenenado como el de estos días. En Berlín ven con desesperación cómo se desaprovechan estos meses decisivos, previos a que con la primavera llegue una nueva oleada de personas. Unos flujos, además, que no se han detenido. En enero entraron en Alemania 91.700 personas.
La canciller fue a la cita de los Veintiocho consciente de que iba a obtener poco
“Europa ha dejado abandonada a Alemania”, denunciaba el viernes en el Frankfurter Allgemeine Zeitung Filippo Grandi, responsable de la Agencia de Refugiados de la ONU. La politóloga alemana Ulrike Guérot echa sin embargo de menos cierta autocrítica en su país. “La falta de disposición de muchos países europeos se explica también por la actitud alemana de los últimos años”, asegura.
Contra viento y marea, Merkel se aferra a la llamada “solución europea”. Sabe que una decisión unilateral de Alemania de cerrar fronteras sería muy negativa para la economía y, sobre todo, catastrófica para el proyecto europeo, un golpe del que quizás no se recuperaría. Pero en Berlín son muchos los que dicen que, si finalmente Europa se niega a colaborar, Alemania, con o sin Merkel, se verá obligada a adoptar la llamada de forma eufemística “solución nacional”.
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