En la estela del Kremlin
La cita entre el líder de la Iglesia ortodoxa y Francisco da esperanzas sobre una mejora en sus relaciones
La cita en Cuba del patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa Cirilo con el papa Francisco alimenta la esperanza de que la relación entre estas comunidades cristianas se haga más fluida. En sí, la reunión es una buena noticia y lo será aún más si los contactos entre los miembros de estas iglesias se multiplican y, con ellos, el intercambio de ideas, a modo de savia revitalizadora de una relación que ha sido rehén de la historia, la política y de las aprensiones de la jerarquía ortodoxa, sobre todo durante el papado del polaco Juan Pablo II.
Los jerarcas ortodoxos apoyan el “patriotismo” entendido a la manera del Kremlin, y suelen acompañar los pasos de las autoridades políticas. En julio de 2013, el presidente Putin y el patriarca Cirilo fueron a Kiev a celebrar el 1025 aniversario de la cristianización de la Rusia medieval. El viaje fue una cruzada conjunta contra los políticos prooccidentales y los “sectantes” religiosos de Ucrania.
El acompasamiento o paralelismo político-religioso se produce ahora también, pero en otro sentido y en otro contexto: Putin y Cirilo alteran un sistema de coordenadas desfavorable en el tablero europeo con una maniobra estratégica consistente en relegar un problema enquistado en este continente para actuar sobre otro problema en otra parte desde un tablero global.
Al igual que Putin ha buscado una colaboración con EE UU y Occidente para combatir el Estado Islámico en Siria sin haber resuelto antes sus conflictos con Ucrania, Cirilo aborda la colaboración con Francisco en nombre de los cristianos amenazados en Oriente Próximo y el norte de África, sin que se hayan solventado los conflictos con los católicos de rito oriental de Ucrania (uniatos). Con un papa polaco como Juan Pablo II o alemán como Benedicto XVI eso hubiera sido mucho más difícil —tal vez imposible— que con un papa americano como Francisco, para el cual las nuevas coordenadas son algo natural.
Francisco ha embarcado a la Iglesia católica en un proceso de renovación y da ejemplo de pobreza. La jerarquía ortodoxa rusa se caracteriza por sus concepciones arcaicas y no ha experimentado un aggiornamento ni ha tenido su Vaticano II. En la Iglesia ortodoxa rusa hay popes abnegados que dan ejemplo de caridad y entrega a los fieles de su parroquia, pero miembros de la Iglesia ortodoxa, incluido el patriarca Cirilo, han mostrado apego por lo material, según los medios de comunicación rusos, que han escrito sobre la posesión de relojes de marca, coches de lujo y bienes inmobiliarios particulares. La contraposición entre un dignatario ortodoxo conformista que apoya un sistema autoritario y corrupto y un pope que comparte los problemas cotidianos de su comunidad se reflejaba en la película Leviatán del cineasta Andréi Zvyagintsev, candidata al Oscar de 2014.
La Iglesia ortodoxa rusa considera el territorio del Estado como un patrimonio propio y ha visto con suspicacia el desarrollo en él de otras comunidades religiosas, aparte de las que —por ley— se consideran tradicionales del país (islam, budismo y judaísmo). De ahí las reticencias ante una Iglesia católica percibida, en tiempos de Woytila, como avasalladora.
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