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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Diez años en la Cancillería

Sin carisma, grandes proyectos ni oratoria, Merkel ha llegado a la cima del poder

Una década lleva Angela Dorothea Merkel presidiendo gobiernos de coalición en la República Federal de Alemania. La Chica, como la llamaba con paternalismo Helmuth Kohl, su antecesor en la jefatura del partido democristiano CDU, es hoy una política veterana, conceptuada por la revista Forbes la mujer más poderosa del planeta.

Más fácil de demostrar es que sigue gozando de una estima alta entre sus compatriotas, insuficiente, sin embargo, hasta la fecha para obtener un triunfo electoral con mayoría absoluta. No importa. Es receptiva, prudente, afable; se adapta, sabe vencer sin zaherir y ha desarrollado una particular habilidad para que le cedan el paso. Sin carisma, sin grandes proyectos, sin especiales dotes para la oratoria, ha llegado a fuerza de pragmatismo y cálculo a la cima del poder. Será difícil moverla de allá arriba si no dimite. En su partido no hay competidor que le haga sombra y se da por seguro, en espera de un anuncio oficial, que volverá a optar a la cancillería en 2017.

¿Su credo político? Favorecer el mercado, persuadida de que, si se amontona el dinero sobre el tablero, a los que están bajo la mesa les caerá su parte y tendrán calefacción, coche y vacaciones, y ante las urnas se mostrarán agradecidos. Hace 10 años se estrenó como canciller con un programa de clara tendencia liberal (gusta del concepto “democracia compatible con el mercado”) y los peores resultados de su partido en unos comicios generales desde la reunificación. Postuló privatizaciones de los servicios públicos y recortes masivos en gastos sociales, sin apenas tocar a las grandes fortunas ni a los depósitos de capital.

Pero ha cambiado o la han hecho cambiar y ahora mismo preside, no por primera vez, un gobierno de coalición con los socialdemócratas del SPD, algunos de cuyos postulados ha hecho suyos, hasta el punto de que de vez en cuando se levantan leves rumores de protesta, si no de estupor, en su partido. Se trata en todos los casos de concesiones concretas en cuestiones sociales, laborales y ecológicas que tienen aceptación más allá de las capas conservadoras clásicas. Y ello sin apearse de sus firmes convicciones liberales en materia de economía, mientras continúa creciendo la leyenda de que lo tiene todo controlado.

¿Cuáles han sido sus grandes logros que merezcan el calificativo de históricos? Pues a decir verdad ninguno. Tampoco parece que se haya propuesto afrontar vastas empresas sociales y acaso ahí radique la clave de su éxito, en que transmite calma: calma para los negocios, para salir a la calle, para viajar, para todo. Merkel es experta en evitar mediante reformas que ocurran acontecimientos. De hecho, cuando se produce una huelga, descarrrila un tren o se desborda un río, pone cara como de haber sido ofendida personalmente.

Quizá su mérito mayor hasta la fecha haya consistido en mantener a Alemania al margen de los infortunios, frenando el activismo de otros, intercediendo de buena fe en las zonas de conflicto internacional, rehuyendo riesgos, madreando a los ciudadanos de izquierdas o de derechas o de centro, qué más da, pues todos son sus ciudadanos, sus hijos a los que ella, por encima de cualquier ideología, debe proteger.

Merkel gobierna protegiendo. Y, por supuesto, se expresa en el comprensible lenguaje del hombre común. Va al supermercado del barrio. Aplaude con manos maternas a la selección alemana de fútbol. Ante los micrófonos, formula objetivos con vaguedad cautelosa, como para dar la impresión de que lo que no manifiesta sólo lo sabe ella y difundir el mensaje tranquilizador de que nada sustancial va a cambiar.

Se ha dicho de Angela Merkel que es capaz de hacer malabarismos con distintas realidades, con situaciones, ideas y proyectos diferentes, incluso contrapuestos. Nacida en una dictadura colectivista, criada en el seno de una familia presidida por un eclesiástico, pronto aprendió el arte de bandearse entre dogmas y dogmáticos, de mantener en cualquier circunstancia la cabeza fría, y de ejercitarse en la perseverancia complementada por una firme voluntad y unas aptitudes desmesuradas para el trabajo. Gobierna sin apenas oposición. No admite en el gabinete de gobierno colaboradores que escapen a su control. Es, como dice un lema muy del gusto suyo, la canciller de todos, empezando por los que no quieren que sea la canciller de todos y acaso, desde su perspectiva, de estos más que de otros.

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