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La cara oculta de la exitosa transición democrática tunecina

En la cuna de la revolución, cunde el desánimo entre los jóvenes por la falta de expectativas

Póster de Mohamed Bouazizi en la plaza central de Sidi Bouzid
Póster de Mohamed Bouazizi en la plaza central de Sidi BouzidRicard Gonzalez

”Las cosas van de mal en peor aquí. No hay futuro. Mi única esperanza es conseguir un visado para inmigrar a EE. UU. con mi tío”, comenta resignado Essam Kitly, un ingeniero en Informática desempleado de 24 años. Su estado de ánimo sombrío contrasta con las entusiastas alabanzas dedicadas a la transición democrática tunecina en medios de comunicación y think tanks extranjeros, sobre todo tras la concesión este año del Premio Nobel de la Paz al llamado “Cuarteto del diálogo”, integrado por las cuatro instituciones de la sociedad civil que ejercieron de mediadores entre los partidos políticos en la fase más crítica de la transición.

Essam y su amigo Mohamed están sentados en la plaza principal de Sidi Bouzid, a escasos metros del lugar en el que Mohamed Bouazizi, un vendedor de frutas y verduras ambulante, se inmoló después de que una agente de policía le requisara el carro que trasteaba diariamente por el centro de la ciudad. Era el 17 de diciembre del 2010, y aquel acto de desesperación fue la chispa que alumbró la revolución tunecina, provocando una reacción en cadena que puso patas arriba el fosilizado orden político del mundo árabe. Actualmente, un monumento piedra de su carro y un póster gigante con su fotografía presiden la plaza. “No olvidaremos el primer mártir de la revolución”, grita un grafiti.

“Mohamed llamó a su tío y le contó su plan de martirio, pero no le hizo mucho caso. Creía que quería solo llamar la atención. Un cuarto de hora después, se enteró que estaba en estado muy crítico”, recuerda Lamine Bouazizi, un familiar lejano. Licenciado en Antropología y buen conocedor de la historia del país, no le extrañó que el estallido revolucionario tuviera lugar en su ciudad: “La rebelión contra Ben Alí debía iniciarse en el corazón de Túnez, donde lo han hecho todas las otras revueltas, contra la conquista árabe, la ocupación francesa, la dictadura de Burguiba, etc.”.

Una región tradicionalmente marginada

Región agrícola, la provincia de Sidi Bouzid figura entra las más pobres y atrasadas del país: su tasa de paro, superior al 25%, dobla la media nacional y la del analfabetismo, del 36%, la triplica. Los responsables locales de la patronal UTICA y del sindicato UGTT -ambas miembros del cuarteto ganador del Nobel- coinciden en su diagnóstico el porqué del subdesarrollo de la zona.

“Existe una discriminación histórica contra esta región, el Estado nunca ha invertido aquí”, lamenta el empresario Salah Omry. “No hay un proyecto sobre cómo desarrollar la región. Nunca la hubo, y la revolución no ha cambiado esta realidad”, apostilla el sindicalista Lazhar Gharbi desde la sede de la UGTT, situada en el centro de la ciudad, al lado de la comisaría y el juzgado. Entre las causas de esta marginación, el historial rebelde de la zona y el hecho de que la clase dirigente del país tradicionalmente proviene de las regiones costeras, y allí es donde invierte.

“Nosotros pagamos el precio de la revolución, y otros han recogido sus frutos ... Los políticos todos son iguales, solo buscan sus intereses”, espeta Essam, mientras muestra una cicatriz en la mejilla, recuerdo de las batallas callejeras del 2010. Su frustración es compartida por buena parte de la juventud de todo el país, que padece una tasa de paro cercana al 50%. Encima, las expectativas no son halagüeñas, pues el golpe al turismo que representaron los ataques yihadistas de los últimos meses ha vuelto a situar la economía al borde de la recesión.

En las elecciones presidenciles del año pasado, votó poco más del 30% del censo, y los jóvenes fueron el grupo social más abstencionista. El hecho de que el presidente actual, el laico Beji Caïd Essebsi, tenga 88 años, y su principal adversario en el campo islamista, Rashid Ganuchi, 74, no ayuda a estimular la participación de la generación que protagonizó la revuelta.

Karim Miri, un militante del Partido de los Trabajadores, aún cree en la política. “Nuestro problema es que los dos grandes partidos, el laico Nidaa Tunis, y el islamista Ennahda profesan una misma política neoliberal”, se queja. A pesar de su desencanto posrrevolucionario, sí admite mejoras. “Ahora hay una libertad de expresión y organización plena. Y ya no nos la podrán arrebatar”. Precisamente, ante un mundo árabe que se desangra por los cuatro costados, este es el logro que ha deslumbrado a Occidente.

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