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Un documental cuestiona el fracaso de la Constitución ciudadana islandesa

Tras la crisis el país votó en referéndum una nueva Ley Fundamental que nunca entró en vigor

Un grupo de manifestantes durante un acto de protesta contra el Banco Central de Islandia, en Reikiavik, el 10 de octubre de 2008.
Un grupo de manifestantes durante un acto de protesta contra el Banco Central de Islandia, en Reikiavik, el 10 de octubre de 2008.Agencia Associated Press

De la noche a la mañana de un día de otoño de 2008 los bancos de Islandia entraron en quiebra debido a la crisis de los bonos basura. Miles de islandeses perdieron sus propiedades, sus coches, viviendas y estilo de vida. Aquel sistema socioeconómico considerado hasta entonces modélico fue, de pronto, emblema del fracaso de una sociedad opulenta. “Más que una crisis económica, fue una crisis de valores, de los valores que nos guiaron durante tanto tiempo y que se demostraron equivocados”, explica uno de los entrevistados por Eileen Jerrett en el documental Bloubarry soup, dedicado a la crisis islandesa y al proceso impulsado por los movimientos civiles para la promulgación de una nueva Constitución. La película se ha presentado el martes en Madrid en la facultad de Ciencias Políticas de la UNED y está disponible en Internet.

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El modelo constitucional elegido consistió en involucrar a los ciudadanos en el debate a través de una web y las redes sociales. Los ojos del mundo miraron a Islandia, un caso de vanguardia en participación directa para modificar su ley de leyes. De los 320.000 islandeses, más de 500 se presentaron a la consulta para elegir a los 25 ciudadanos que formaron el consejo que iba a elaborar las propuestas concretas de una nueva Constitución. Ninguno de ellos era político. El texto fue elaborado en 2013 y votado por un referéndum en el que la participación fue inferior al 50% del censo. El Parlamento islandés decidió no debatirlo, congelando la revolución islandesa.

Eileen Jerrett, una joven productora neoyorquina de 32 años que ha dado voz a los promotores de aquel proyecto, considera, sin embargo, que por lo que respecta a la relación entre tecnología y política se trató de un “experimento exitoso”: “No creo que fuera una revolución, pero sí un método innovador sobre cómo involucrar más personas en la política gracias a las redes sociales. Esto vale tanto para la pequeña Islandia como para la comunidad global, y esto sí que puede considerarse revolucionario”, ha afirmado Jerrett. La relevancia del caso islandés, insiste Jerrett, concierne al hecho de que, por ejemplo, en Alemania los partidos políticos están ahora mismo experimentando métodos participativos a través de Internet y las redes sociales, cuyo fin es dirigir e influir en la agenda política.

Blueberry Soup (sopa de arándano, en inglés), el título del documental, es una metáfora de la crisis islandesa: puede tomarse fría o caliente, de la misma forma que no todos consideran el proceso constituyente islandés 2.0 como relevante o innovador. Santiago Sanchez González, catedrático de derecho político de la UNED, cree que lo que se consiguió en Islandia fue un “llorar en el desierto”. “La idea del nuevo empiezo, aunque sea a través de una nueva Constitución, lleva consigo siempre algo de simplismo”, explica el catedrático, añadiendo que el “modelo islandés” difícilmente podrá exportarse. Sobre todo porque faltan las condiciones necesarias para crear una red homogénea de codecisión: “Islandia es un país pequeño –un simple distrito de Madrid tiene más población de todo el país escandinavo-; está aislado del resto del mundo y su proceso constituyente recuerda la revolución de 1968, cuando nos preguntábamos: ¿‘La revolución tiene futuro’?”, ha explicado el catedrático durante la presentación del documental.

Más que una revolución, el esbozo de Constitución ciudadana islandés fue una reforma del texto vigente, con la aportación novedosa de la inclusión de los derechos de los animales entre los derechos fundamentales del Estado. Cada asamblea del consejo de los 25 constituyentes terminaba con una nota positiva o una canción, y el objetivo de muchos de ellos era dar un nuevo fundamento a “una sociedad de ciudadanos y no de consumidores”. “Hace falta idealismo”; “No quiero acatar leyes sin preguntarme por qué”; “Siento gratitud porque todo acabó en pedazos”; “Quiero un cambio”; “Odio la política” fueron solo unas de las frases de los islandeses entrevistados por Jerrett en el documental. El proyecto quedó de facto atrapado en su proceso, aunque sus promotores consideren que la principal victoria fue precisamente el paso intermedio: “Quiero un lugar donde poder ser feliz”, explicaba utópicamente uno de los entrevistados.

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