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Miedo a la libertad
Columna
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La herida abierta

Que el FMI se reúna en un país de América Latina exige a su directora saber cómo se percibe al organismo en la región

Al ser europea, Christine Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional, (FMI) no tiene por qué ser sensible al sentir de América Latina en cuanto a su relación con unos organismos internacionales que, normalmente, han estado ligados a los intereses de Estados Unidos. Por esa razón, ha sonado casi ofensiva al destacar casi como una concesión el hecho de que la reunión anual del FMI se haya celebrado en Lima. Podría parecer que ni Perú ni el resto de Latinoamérica, además de ser contribuyentes de esa institución —a veces por las buenas y otras por las malas— tienen derecho a ser sedes de esas cumbres, a menos que sean buenos y pacientes.

Que el FMI se reúna en un país de América Latina —cuando ha sido un instrumento político percibido en esa región como una entidad oscura que nunca se asoció con la sanidad económica financiera de los países, sino con la pérdida de soberanía y con esa dependencia agudizada en aquellos tiempos de América para los americanos— exige que su directora sepa al menos que la herida está abierta.

América Latina es un espacio muy singular que, día a día, se muestra cada vez más preocupado por sus reservas de materias primas, su bono demográfico en descenso y su incapacidad para articular desde dentro una estabilidad institucional que le dé paz social. Ahora, esa región está en un momento fundamental para definir sus políticas. Porque es un lugar que por su historia, sus condiciones y su cercanía con Estados Unidos no sólo vivió con las venas abiertas, como decía Eduardo Galeano, sino que tuvo la necesidad de cultivar una utopía. Una utopía donde irrumpe, a la vez que Osama Bin Laden y el 9/11, el chavismo. Y donde también se incluye —por mucho que el régimen cubano se haya convertido en una dictadura— la dignidad que por primera vez habló español con la Revolución cubana.

Y esa utopía, que es la herida abierta, explica la importancia histórico-política de que un obrero metalúrgico llegara a la presidencia de Brasil. Lula da Silva se convirtió en una revelación al lograr rescatar de la pobreza a más de 40 millones de personas, pero el costo de todo eso no debía ser la impunidad a cargo de unos corruptos que, mientras reformaban el país, iban enriqueciéndose e institucionalizando el robo permanente.

En mi opinión, el mundo moderno tiene dos problemas. El primero es que se muestra como un mundo plano, donde todo se percibe sin matices en todos los sitios a la vez. Y el segundo es que los responsables de la mayor estafa colectiva de la crisis de 2008 no pueden llenarse la boca con los peligros que representan los gobiernos populistas, ni atacar la necesidad de soñar.

Porque las preguntas son muy claras. ¿Dónde estaba el FMI cuándo se esfumaron miles de millones de dólares? ¿Dónde estaban la ortodoxia y las buenas maneras? Al FMI y a su prestigio le pasa lo que a la vieja leyenda de los auditores con la compañía Arthur Andersen y el escándalo financiero de Enron. Permitió que desapareciera algo fundamental para ejercer los poderes, que es la autoridad. Ahora tenemos una crisis moral porque los que han sido libres durante unos años, no han sido capaces de resolver la corrupción endémica.

Y también tenemos una crisis externa en la que ya no sé que es peor, si ver el escándalo de Pedro Barusco, exgerente de Petrobras, devolviendo 51 millones de dólares, sólo una parte de todo lo que robó, o ver el hambre, la destrucción y la muerte, creados por la especulación financiera, cabalgando sobre el planeta y que nadie pague por eso. Porque a fin de cuentas, tanto los países del ALBA como todos los que no controlaban el FMI, fueron sujetos pasivos de una realidad económica que resultó ser una gran estafa.

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