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“Iguala nos abrió los ojos”

Intelectuales, escritores y artistas explican su visión de la tragedia

De izquierda a derecha y de arriba a abajo: Herbert, Poniatowska, Bartra, Monge, Bilbao y de Mauleón.
De izquierda a derecha y de arriba a abajo: Herbert, Poniatowska, Bartra, Monge, Bilbao y de Mauleón.

México vive un aniversario dramático. Hace un año que desaparecieron 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa. Desde entonces, la indignación no han dejado de crecer. El caso sigue abierto y la desconfianza en las instituciones persiste. Un grupo de escritores, intelectuales y creadores ofrece a petición de EL PAÍS su visión de la tragedia.

Información elaborada por Juan Diego Quesada, Pablo de Llano y Jan Martínez Ahrens

Elena Poniatowska

Elena Poniatowska, escritora“Espero que los jóvenes levanten México, que es ahora un país perdido, con muy pocas oportunidades y con estados como Guerrero en manos del narcotráfico. Pero es también un país que tiene una sociedad civil que va muy por delante de sus partidos. Espero que nos levanten los estudiantes, esos jóvenes que se organizaron a través de las redes sociales para protestar contra la matanza”.

Roger Bartra, antropólogo. "Lo que hubo hace un año fue una trágica confrontación entre el activismo de extrema izquierda de los estudiantes y la extrema putrefacción de las autoridades de Iguala. Yo creo que el resultado de eso es que los estudiantes fueron asesinados. Es una realidad que tarde o temprano hay que aceptar. Fue un asesinato de narcotraficantes apoyados por policías municipales, y eso es lo que los grupos de extrema izquierda no quieren aceptar por razones políticas".

Julián Herbert, escritor. "En otro lugar describí la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa como una fractura de la médula espinal que alguna vez unió al Estado y a la sociedad en México; vivimos en un país políticamente parapléjico.


A la violencia, la corrupción, el auge de la delincuencia organizada, las desapariciones forzadas y el abuso de poder, que continúan, el régimen de Enrique Peña Nieto añadió una completa impericia para lidiar con sus sucesivas crisis, una impericia que linda al mismo tiempo con el humor involuntario y con la inhumanidad. Más que cinismo (que lo hay), el gobierno mexicano nos ha obsequiado doce meses continuos de estulticia, como lo demuestra el resultado de la última reunión entre el presidente y los padres de los jóvenes desaparecidos: en la cumbre de la megalomanía, las autoridades decretaron como un éxito lo que un amplio sector de la sociedad consideramos un insulto a la vida civilizada: el empantanamiento de la investigación.


Hay un sentimiento generalizado de indignación e impaciencia entre amplios sectores de la sociedad. Menos entre la clase política, que ha convertido las sucesivas desgracias nacionales en el negocio de su vida. En mi caso lo que prevalece es la desesperanza: quienes militamos en 1988 y votamos por la democracia en el año 2000 perdimos, en tres lustros, la batalla. No puedo no querer a mi país, pero estoy enseñando a mi hijo a no quererlo para que un día se largue de este cementerio."

Tatiana Bilbao, arquitecta: "Hoy es un día lluvioso, frío y obscuro. Tengo una amiga que solía decir, el día está como uno... Hoy, definitivamente, no es un aniversario que festejar. Es un día obscuro, todavía el gobierno no se ha responsabilizado por lo que ocurrió hace un año. Quisiera pensar que el horror que nos llegó al enterarnos hace un año de la matanza de 43 estudiantes nos llevará a buscar un mejor país. A exigir como sociedad gobiernos limpios, leales y que trabajen para sus ciudadanos. Me gustaría que un día pudiéramos recordar este hecho como el que marcó el día que nos cansamos de los gobiernos corruptos y sucios que nos han caracterizado por años. Me gustaría pensar que, en el futuro, este día llegue a ser un día en el que al menos podamos festejar que la sociedad asumió su papel: el de exigir lo que queremos ser."

Emiliano Monge, escritor. "Siento una mezcla demasiado espesa que no me permite separar la tristeza de la rabia ni de la impotencia ni de la desconfianza ni de la vergüenza. Y es que me da vergüenza, por ejemplo, tener un presidente y una secretaria de Relaciones Exteriores que montan un espectáculo televisivo -para lavarse la cara- porque unos soldados egipcios matan a unos turistas mexicanos pero no dan la cara cuando son mexicanos los soldados que matan o entregan (para que otros maten) o ven cómo matan a un grupo de estudiantes pobres. Y me da vergüenza ser parte de una sociedad que tolera a estos gobernantes, que no es capaz ni parece querer ser capaz de modificar su realidad y que sólo consigue generar empatía (aquella parte que lo consigue) con las ideas pero no con los seres humanos (con una profesión pero no con una persona). Y me da aún más vergüenza mi propio hacer, pues en un año no he conseguido hacer nada que me quite esta vergüenza que está llena de impotencia.


Esa misma impotencia que, al final del día, es el arma más importante del sistema político mexicano: con ésta vuelven estériles a los ciudadanos, los hacen sentir que no pueden hacer nada, que no saben cómo hacer algo, que no serán nunca capaces. Peor aún: que no vale la pena hacer, que aquí nadie vale para hacer. Que aún sumados, todos, somos bien poco. Yo mismo he sentido, todo este año, esa impotencia. Y casi me he convencido. Porque además, a lo largo de este año, he sentido cómo a mi rabia se la va comiendo mi tristeza, porque he visto cómo se van diluyendo la ira y el coraje sembrados por la muerte de un montón de muchachos en el pozo de ese desconsuelo que, para colmo, no es sino un arma más de nuestros gobiernos: manejan de tal modo los tiempos, el goteo de la información y el prorrateo de las culpas, que transfiguran cualquier esperanza en desahucio. Y la sociedad se los permite, aceptando su manejo de tiempos, el goteo de la información, su prorrateo de las culpas y su burla indecente: ¿o de verdad es casual que a unos cuantos días del primer aniversario de la masacre se detenga al cabo Gil y que en Innsbruk se reconozca a un segundo muchacho? ¿O de verdad es normal que el entonces gobernador de Guerrero y Murillo Karam, por ejemplo, se liberen a través del silencio y la sombra? ¿O de verdad es fortuito que del quinto camión no se dijera nada? ¿O de verdad es correcto que los militares se refugien en su cuartel cuando hay que explicar pero no cuando hay que actuar? ¿O de verdad es accidental que a los trabajadores del basurero de Cocula se les haya trasladado a Nayarit días después del supuesto incendio que ellos, estando ahí, nunca vieron?


No, no es casual ni normal ni fortuito ni correcto ni accidental. La estrategia es sembrar la desconfianza, generalizarla. Y somos los individuos de una sociedad desvalorizada y egoísta los que hacemos posible que ésta lo alcance y lo altere todo. Porque al gobierno no le importa que desconfiemos de él si, ya puestos, también desconfiamos de nosotros mismos y de todo aquél que está a nuestro lado. Y entonces, presas de la desconfianza, nos sentimos impotentes. Y la impotencia nos avergüenza. Y la vergüenza nos entristece. Y no encontramos otra manera de rememorar la masacre que con un funeral gigantesco. Porque la marcha de ayer, me parece, fue una de las marchas más tristes de nuestra historia. Y ya sé que no podía ser de otra manera, pero además de triste podía haber sido enrabiada y podía haber sembrado nuevas esperanzas. ¿Cómo me siento? Me siento triste, impotente y desconfiado. Pero, por suerte, también me siento enrabiado y avergonzado".

Héctor de Mauleón, escritor y periodista. "En la vida mexicana, Iguala marca un antes y un después. No porque el país haya cambiado o haya dejado de ser el mismo, sino porque Iguala nos dejó ver como nunca antes el México que habitamos. Nos abrió los ojos a una realidad que intuíamos, y sin embargo no habíamos mirado. Iguala nos hizo verla con una claridad brutal.


Esa noche en la que desaparecieron 43 estudiantes tuvo el mismo efecto de cuando alguien, en una morgue, quita de golpe la sábana blanca que oculta un cadáver putrefacto: nos arrojó a la cara un cuerpo en completa descomposición, un Estado inmerso en sus propias ruinas, en el que unos estudiantes pueden ser entregados a un grupo criminal... por las propias fuerzas del estado. Iguala nos dejó ver muchos de los males de México: la complicidad oficial con el crimen, la falta de escrúpulos de unos partidos y unos políticos interesados solo en el reparto del botín electoral, los peldaños de una escalera de corrupción que comenzaba en ese municipio pero infestaba todo: los tres niveles de gobierno; el desarrollo de un proceso judicial sesgado, en el que, ahora se sabe, se desestimaron pruebas, y en el que un año más tarde no existe un solo sentenciado; la aparición carroñera de quienes se dedican a medrar con el dolor, y la otra aparición, carroñera también, de quienes se empeñan en negarlo.


Hace un año que se destapó la cloaca, y la inmundicia no deja de salir. Y sin embargo, soy optimista porque gracias a Iguala en México se desató una indignación, una rabia que yo no conocía, y que viene del hartazgo de todo lo que Iguala representa. Esa indignación es por fuerza el inicio de un cambio. De algún modo, ese cambio se lo deberemos a los 43 estudiantes."

Abraham Cruzvillegas, artista. "La falta de información, de la mano de la complicidad de los medios locales, genera un achatamiento de los hechos que equivale a cierto grado de complicidad. Necesitamos entender mejor quién es quién en el suceso, sin escatimar la vergonzosa y siniestra violencia de Estado ejercida, sin importar ya qué políticos o de qué partidos podrían estar involucrados".

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