Identificado un segundo estudiante desaparecido de Ayotzinapa
La procuradora Arely Gómez asegura que un análisis revela la muerte de Jhosivani Guerrero de la Cruz, de 19 años
Tiene 20 años, se llama Jhosivani Guerrero de la Cruz y acaba de dejar el mundo de los desaparecidos de Ayotzinapa para entrar en el de los muertos. Su identificación, lograda por el laboratorio genético de la Universidad de Innsbruck (Austria), fue anunciada el miércoles por la procuradora general de la República, Arely Gómez. Se trata del segundo normalista cuyos restos han sido reconocidos mediante pruebas genéticas. El primero fue Alexander Mora Venancio, de 21 años. Pero aún quedan otros 41, y los expertos consideran extremadamente difícil que se consigan muchos más avances por esta vía.
El logro, en todo caso, supone un pequeño respiro para el Gobierno. La versión oficial sostiene que los 43 normalistas, tras su detención por la Policía Municipal en Iguala, fueron entregados al cártel de Guerreros Unidos. Sus sicarios, en una cadencia bárbara, los mataron y quemaron en el basurero de la vecina Cocula. Luego, para eliminar cualquier prueba, arrojaron sus restos en bolsas de basura al río San Juan. Una de ellas fue recuperada por los agentes y ha permitido los análisis genéticos.
Esta reconstrucción ha sido puesta en duda por las familias. El hecho de que ningún hueso recuperado en el vertedero de Cocula haya servido para las pruebas genéticas ha aumentado sus sospechas. Unas dudas que la semana pasada se dispararon cuando un perito internacional, avalado por un grupo de expertos de la Organización de Estados de Americanos (OEA), concluyó que no había evidencia de que se hubiese registrado fuego en el basurero.El logro, en todo caso, supone un pequeño respiro para el Gobierno.
Ante esta andanada, el Gobierno mexicano reaccionó con cautela. Consciente de la volatilidad emocional del caso y en vísperas de una reunión del presidente Enrique Peña Nieto con los padres, decidió seguir las recomendaciones de los expertos de la OEA, ampliar las líneas de investigación y permitir un nuevo peritaje del basurero. Pero su credibilidad había quedado dañada.
Ahora, con la segunda identificación, ve fortalecerse su tesis. Pero se trata de un logro de alcance limitado. Los especialistas de Inssbruck consideran muy difícil conseguir más identificaciones. Las temperaturas de 1.600 grados alcanzadas durante la quema de los cadáveres han dañado en exceso el ADN de la mayoría de las 17 piezas óseas enviadas al laboratorio austriaco.
“No nos lo creemos, son puros trucos, salen siempre con sus tonterías, son unos mentirosos”, sentenció un portavoz de los padres al conocer los resultados. Su reacción no supone ninguna novedad. El perfil familiar de Jhosivani Guerrero, apodado El Coreano por sus ojos rasgados, se corresponde al de muchos otros normalistas: campesinos pobres que tienen en la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, su única puerta a un mundo laboral digno. El centro ha sido un caladero histórico de la izquierda radical y ha vivido como pocos las convulsiones de Guerrero. Un Estado paupérrimo y marcado por el estigma de la violencia, que en los años setenta sufrió una salvaje guerra sucia. La memoria de esta represión, amparada por las estructuras estatales y con cientos de desapariciones, aún pesa entre los muros de Ayotzinapa y de los padres de los normalistas. La desconfianza es allí la norma.
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