La crisis brasileña tiene solución
El PT debe mostrar grandeza, exactamente en el momento en que su atención está en la permanente lucha interna
Las manifestaciones populares de este domingo contra la presidenta brasileña Dilma Rousseff no cambiarán el escenario, ni a favor ni en contra del Gobierno. A pesar de las enormes dificultades en la economía, con reflejos en la vida cotidiana de la población y una crisis ética sin precedentes, es en el área política donde Dilma tiene sus mayores desafíos.
Una crisis política tiene una diferencia importante en relación a las crisis económicas o las internacionales. Estas últimas requieren tiempo para resolverse y generalmente causan descontento. Una crisis política es cosa de todos los días. Su resolución es relativamente fácil y da resultados en el corto plazo.
¿Pero por qué una crisis política “precisa” ser resuelta? Porque en el modelo institucional brasileño, el Poder Ejecutivo solo puede hacer lo que el Legislativo determina. Cuando el Ejecutivo no consigue aprobar lo que quiere y, peor, el Legislativo aprueba lo que el Ejecutivo no quiere, estamos en una crisis política. El Estado se traba y pierde gobernabilidad.
Esta es la crisis política que vive el gobierno de la presidenta Dilma Rousseff, después de cuatro años y siete meses de vida, y faltándole tres años y cinco meses para el traspaso del mando. Entre las alternativas de solución se considera la destitución de la Presidente, con formatos y contenidos distintos. No obstante, se debe probar (y no suponer) que Rousseff cometió un crimen de responsabilidad durante su mandato o uno electoral para llegar a él.
Si Dilma fuera destituida, el nuevo gobierno debería surgir de una fuerza política hegemónica capaz de dar la armonía necesaria para que una nueva administración gobierne Brasil. Esa nueva fuerza política no existe en el escenario brasileño.
Es bueno tener en mente que el mandato de la presidenta es tan legítimo como el de cualquier gobernador, senador y diputado electo en 2014. ¿La campaña electoral fue mentirosa? Fue y ha sido así desde que los políticos desistieron de discutir la visión que tienen para Brasil y eligieron publicitarios para decir exactamente lo que el pueblo quiere oír según lo que muestran las encuestas. Desde entonces, la verdad ha sido la primera víctima de las campañas millonarias, al lado de los cofres públicos de donde salen los recursos para pagarlas. No creo que argumentos basados sobre ello sean suficientes.
Prefiero imaginar una solución más simple, casi trivial, para resolver el impasse del Gobierno Federal con las calles y con el Congreso Nacional. Quien eligió a Dilma Rousseff tiene que ayudarla a gobernar o liberarla de lo que parece ser un fardo. Esto vale principalmente para el PT. El partido, que tiene la mayor bancada de la Cámara (Diputados) y la segunda mayor del Senado, debe cerrar filas con la presidenta. Como partido a cargo de la administración tiene que dejar la prepotencia y el menosprecio de lado. Reconocer su responsabilidad y la dimensión de la crisis y comenzar a construir la solución.
El símbolo mayor de este nuevo posicionamiento sería la entrada de su principal líder, el expresidente Luís Inácio Lula da Silva, en el Ministerio y con la función de articular un acuerdo político capaz de dar al gobierno mayoría en las dos casas. Lula es padrino, garante y responsable de las dos presidencias consecutivas de Dilma. Ahora es tiempo de mostrar grandeza, compromiso y honradez. Es hora de cambiar el lejano escenario de 2018 por la sustentación de una administración eficaz. Es hora de olvidarse de buscar culpables externos en la oposición, en el distante gobierno del presidente Fernando Henrique Cardoso o en una crisis internacional que no tiene nada que ver con nuestras penurias.
Con el PT unido alrededor de la Presidente es posible una amplia reforma ministerial, reduciendo su número y fortaleciendo los ministerios como camino para reconectar al Gobierno de Dilma con la opinión pública y con sus verdaderos aliados. Quizás así hasta la oposición, que últimamente ha votado contra su propio programa y contra sus compromisos históricos, pueda ayudar al gobierno en puntos específicos.
Esta solución puede no ser la esperada por los que no creen que Rousseff tenga capacidad de conducir el gobierno o por los que minimizan la crisis política. Sin embargo, esta propuesta preserva las instituciones y defiende la joven democracia brasileña, que no tuvo ni siquiera tiempo de crear tradición.
¿Cuál es la chance de que este consejo funcione? Pequeña, pues implica que la presidenta resuelva hacer política. Y que el PT muestre grandeza, exactamente en el momento en que divide sus atenciones en la permanente lucha interna, en la defensa de cuadros envueltos en casos de corrupción contra las empresas estatales y en los lamentos por los compañeros históricos que convictos por los procesos legales del Mensalão.
Milton Seligman es Fellow del Wilson Center Global, profesor del INSPER y ex Ministro de Justicia de Brasil. Twitter @miltonseligman
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