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Columna
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Gambito de sangre

El viraje de Turquía en Siria es la respuesta de Erdogan al desafío estratégico kurdo

Lluís Bassets

Al fin, Turquía ha bombardeado al Estado Islámico. Cierto, el Estado Islámico (EI) había bombardeado antes a Turquía y concretamente dejó 32 cadáveres en un atentado en la localidad de Suruç la semana pasada en la frontera siria. Hasta ahora Turquía miraba los toros desde la barrera. Sobre el papel estaba en la coalición junto a Estados Unidos para atacar las huestes de Al Bagdadi en Siria por medios aéreos, pero en realidad había hecho de la ambigüedad y de la inhibición toda una política: miraba para otro lado ante la llegada de yihadistas de todo el mundo a través de su frontera; lo mismo hacía con el contrabando de petróleo con el que se financia el terrorismo; y se permitía observar a distancia como se zurraban los peshmergas kurdos y los soldados del califato, como sucedió en Kobane el pasado septiembre.

Ahora ha movido pieza. Ha puesto a disposición de la aviación estadounidense su base de Incirlik para bombardear al EI, ha pedido el apoyo político de la OTAN y quiere crear una zona tampón en territorio sirio fronterizo, a disposición de la resistencia moderada siria, donde podría refugiarse la población, con la cobertura aérea y artillera de su Ejército (por cierto, entre los moderados están los guerrilleros de Jabhat al Nusra, rama de Al Qaeda que no quisieron incorporarse al EI). Al mismo tiempo, en un gambito sangriento, como para compensar, la aviación turca ha atacado las posiciones del PKK, el Partido de los Trabajadores del Kurdistán, y de sus milicias en Siria, los únicos grupos armados que frenaban el avance del califato, rompiendo para ello una tregua que ha durado dos años.

No es exactamente un cambio de estrategia sino un movimiento táctico para enfrentarse mejor a la amenaza existencial que representan los kurdos para la Turquía de Erdogan: ataco al califato atendiendo a los requerimientos de los aliados y a la provocación de un atentado, pero al tiempo me ocupo de lo que Mao Zedong llamaba “enemigo principal”, que son los kurdos. Ellos son la variable estratégica que nunca cambia.

El presidente turco acaba de sufrir este pasado junio una severa derrota en sus pretensiones de ampliar sus poderes presidenciales, de la mano precisamente del partido de inspiración kurda HDP (partido popular democrático), que le sustrajo la mayoría absoluta en las elecciones generales y bloqueó la posibilidad de reformar la Constitución. Erdogan no quiere que sean precisamente sus enemigos kurdos quienes venzan al EI en Siria, sobre todo porque lo único que está claro del nuevo mapa que está configurándose en la región es que el Kurdistán compartido también con Siria, Irán e Irak está hoy más cerca que nunca en su historia de adquirir el estatuto de nación independiente.

La zona tampón que Turquía quiere crear en Siria coincide con el anuncio de Bachar el Asad de un repliegue de sus tropas donde mejor puedan defenderse, una forma elegante de anunciar que deja el campo libre al EI allí donde el Ejército sirio ha perdido el control. El dictador de Damasco es un artista de la supervivencia, como ya lo fue su padre, capaz de crecerse en cada una de las derrotas. Ahora busca un nuevo equilibrio de fuerzas que le permita mantenerse en el poder y negociar cuando sea necesario en posición de ventaja, aunque sea a costa de avanzar un paso más hacia la consolidación de una Siria dividida, como lo está ya su vecino Irak.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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