Grecia: ¿hay alternativa?
La autonomía de las políticas económicas nacionales se estrecha hasta el límite
“Fueron dos minutos y medio. Doscientas setenta palabras interminables que leí con toda la convicción de que fui capaz. Mientras desgranaba los recortes (...) miraba una y otra vez a los diputados de mi partido, seguramente para encontrar un refugio en sus gestos, para adivinar en ellos una actitud de comprensión. Las caras de los compañeros eran serias, graves y con algún rictus de amargura. Pero no advertí rechazo, más bien resignación”. ¿Tsipras, julio de 2015? No, Zapatero, octubre de 2010.
“Hemos llegado a un punto en que no podemos elegir entre quedarnos como estamos o hacer sacrificios. No tenemos esa libertad. Las circunstancias no son tan generosas. La única opción que la realidad nos permite es aceptar los sacrificios y renunciar a algo, o rechazar los sacrificios y renunciar a todo”. ¿Tsipras, julio de 2015? No, Rajoy, julio de 2012.
Antes que el primer ministro griego fueron dos jefes españoles del Ejecutivo, de distinto signo ideológico, los que se vieron obligados a rectificar. Gobiernos que no pueden gobernar con las políticas que escogieron. El estrechamiento del rango de las políticas económicas que se pueden adoptar en el marco nacional es tan notable que, para frustración ciudadana, los cambios de Gobierno no desembocan en cambios de políticas.
Entonces, ¿tenía razón la señora Thatcher cuando hizo famosas las siglas de TINA (There is no alternative)? ¿No hay alternativas cuando uno pertenece a las reglas de juego del euro? No sólo a las del euro, sino a las de la propia UE. Hace ya mucho tiempo, en 1981, el presidente socialista francés Mitterrand fue obligado, por la presión de los mercados, a abandonar la política keynesiana con la que había comenzado su mandato (incremento del salario mínimo, expansión de la demanda a través de la inversión pública, reducción de la jornada laboral, nacionalización de 36 grupos bancarios, incremento del déficit público, etcétera). Aquella rectificación hizo que, unos meses después, Felipe González tirase a la basura el programa electoral con el cual había ganado las elecciones con 11 millones de votos —muy parecido al de Mitterrand— e iniciase una vía de ajuste que duró varias legislaturas.
¿Tiene Grecia alguna posibilidad de autonomía en su política económica? En un momento melancólico, cuando escribía su libro El Minotauro global, su anterior ministro de Finanzas, el dimitido Varoufakis, reflexionaba sobre las aporías. Una aporía es un razonamiento del que surgen contradicciones o paradojas irresolubles. Dice Varoufakis que nada nos humaniza más que la aporía, ese estado de intensa perplejidad en el que nos encontramos cuando nuestras certezas se hacen añicos; cuando de repente nos encontramos en un punto muerto sin poder explicar lo que ven nuestros ojos, que a veces son verdades insoportables.
¿De verdad no hay alternativa?
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