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Tribuna
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Ya hay más animales que niños en los hogares brasileños

¿No es mejor que las familias se pueblen de animales de compañía que no de armas y muros electrificados de los que nunca brotará la “molécula del amor”?

Juan Arias

En las familias brasileñas se vacían las cunas de los hijos mientras crece la presencia de animales de compañía. Como en los países más desarrollados del planeta, por ejemplo en Estados Unidos y Japón, también en Brasil el número de animales que conviven en las familias supera ya al de los niños hasta los doce años.

Los datos son del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) recogidos en 2013 pero procesados y publicados hace unos días. De cada 100 familias, 44 crían por ejemplo perros y sólo 36 tienen niños hasta 12 años de edad.

Contando los gatos y otros animales la cifra asciende a cien millones. Según el IBGE las familias brasileñas cuidan de 52 millones de perros contra 45 millones de niños. Y la tendencia indica que habrá cada vez más espacio en las casas para los animales y menos para los hijos pequeños.

Según el IBGE las familias brasileñas cuidan de 52 millones de perros contra 45 millones de niños

A la noticia se le ha dado poca importancia en los medios de comunicación y sin embargo se presta a una serie de preguntas que merecen un análisis antropológico, psicológico y hasta político.

Es cierto que también en los Estados Unidos el número de animales de compañía (48 millones) supera por ejemplo al de los niños (38 millones) Se trata sin embargo del país más desarrollado económicamente del mundo, mientras que Brasil está aún a caballo entre el primer y tercer mundo, agobiado por una crisis que lo está empobreciendo. ¿Cómo se explica que las familias alimenten más animales que hijos?

La disminución de los índices de natalidad junto con el aumento de la presencia de animales que forman parte de la familia suele darse en los países más ricos, donde las mujeres disfrutan de trabajos bien remunerados y prefieren tener el menor número de hijos para disfrutar de mayor libertad. Y también porque temen dañar la belleza de su físico con el multiplicarse de las maternidades.

Al revés, en los países menos desarrollados, con menos recursos económicos, donde las mujeres poco profesionalizadas se sienten menos sujetas por un trabajo de responsabilidad, los índices de maternidad siguen siendo altos.

Al mismo tiempo, los países más ricos están menos influenciados por motivos religiosos conservadores. Son más laicos. Y fueron siempre las religiones quienes predicaron, y lo siguen haciendo, que la sexualidad debe ejercerse sólo en función de la procreación y no como fuente de placer.

En la España catolicísima de la dictadura militar franquista, los sacerdotes, desde los púlpitos de las Iglesias, exhortaban a las familias a tener todos los hijos “que Dios les enviara”, y aseguraban que cada nuevo hijo “traía una hogaza de pan debajo del brazo”.

En Brasil, con una sociedad mayoritariamente conservadora, fuertemente influenciada aún, sobre todo en sus esferas más pobres e incultas, por predicadores religiosos que siguen viendo el sexo como pecado fuera de la órbita de la procreación y con una fuerte ayuda estatal a los recién nacidos, choca que los animales hayan superado ya a los hijos.

Los datos del IBGE los confirma el mercado en torno de los nuevos hijos con cuatro patas que mueve cada año en Brasil la cifra de 5.150 millones de dólares.

Ese crecimiento del interés de las familias brasileñas por los animales, a quienes se les dispensa tantas veces un cariño parejo al de los niños, lo revela también el interés cada vez mayor de los políticos por aprobar leyes a favor de sus derechos, como los cementerios personalizados, las clínicas veterinarias gratuitas para las familias menos pudientes, o una mayor libertad de movimientos en las ciudades para que esos animales puedan circular en los medios públicos de transporte.

Se aconseja cada vez más a las familias de hijos únicos que suplan la falta de un hermano con un animal

O también una mayor permisividad para que los animales puedan visitar a sus amos en los hospitales.

¿No será que la sociedad brasileña, a la que fuera se la sigue viendo como conservadora y aún distante de la modernidad de los países más desarrollados económicamente, empieza a estar a la vanguardia de ciertos descubrimientos recientes de la ciencia que está revelando que los animales se parecen a los humanos más de lo que nos imaginábamos y que hasta parecen indispensables para el equilibrio familiar?

En Brasil, los psicólogos subrayan, por ejemplo, la importancia emocional de la convivencia con animales. Y ello no sólo en el campo terapéutico, como por ejemplo, con los que sufren de algún tipo de autismo, sino con todos.

Se aconseja cada vez más a las familias de hijos únicos que suplan la falta de un hermano o hermana con un animal de compañía que se convierta en su mejor amigo y confidente.

Aumenta también en Brasil el número de personas separadas en sus matrimonios y que viven solas, así como el de ancianos con el aumento del índice de vida. También para ellas se está descubriendo la importancia de convivir con algún tipo de compañía animal.

Uno de los últimos descubrimientos científicos, publicados en la prestigiosa revista Science, es que los perros aman a su amo con el mismo amor del bebé a su madre. También se afirma que el convive con un animal de compañía, al mirar a su mascota a los ojos, jugar con él o acariciarle, produce fuertes dosis de oxitocina, llamada la “molécula del amor”.

Se sabía que la oxitocina inhibe la amígdala, el área cerebral encargada de ofrecer respuestas al miedo y a la agresión. De ahí que dicha sustancia, muy presente en los momentos del enamoramiento, sirva también para reducir el miedo social.

Si en los humanos la carga de oxitocina suele disminuir con el desgaste de las relaciones amorosas, no así el de los animales, que se mantienen siempre bebés y consideran a su dueño, hombre o mujer, como a su madre.

De ahí que se considere el amor que nos profesa un animal de compañía como inquebrantable y de absoluta fidelidad. Ellos están eternamente enamorados de nosotros. Exactamente como el bebé de su madre.

Sin duda pueden ser muchas las respuestas a la noticia de que las familias brasileñas crían, alimentan y aman a un número mayor de animales que de hijos. Algunas de esas respuestas podrían ser cuestionables o de difícil interpretación.

Creo, sin embargo, es positivo que los hogares brasileños, y más en estos momentos en los que esta sociedad sufre de miedos y desencantos con sus gobernantes que deberían ofrecerles seguridad y confianza, se pueblen con los queridos bichos de compañía en vez de con armas y muros electrificados.

De esas armas y esos muros nunca brotará esa “molécula del amor” que anida en el corazón de esos seres que nos enseñan la difícil virtud de la fidelidad.

¿No es en definitiva esa fidelidad, una flor cada más exótica, la que los humanos vamos buscando lo confesemos o no?

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