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Columna
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Europa y Palestina

Los Veintiocho deben actuar decididamente por la paz en la región y contra los fanatismos

Sami Naïr

El reconocimiento del Estado palestino por el Papa reviste una importancia tanto histórica como simbólica. Histórica, porque, desde luego, con este gesto la Iglesia católica mantendrá relaciones diplomáticas con dos Estados (Israel y Palestina) y no solamente con Israel respecto a los asuntos temporales en Tierra Santa (en particular sobre el Estatuto de Jerusalén).

Simbólica, pues aporta el apoyo de la institución católica mundial a la causa palestina: ¡Qué lejos estamos de los años sesenta del siglo pasado cuando Golda Meir, primera ministra de Israel, proclamaba: “¡El pueblo palestino no existe!”.

Esta decisión papal refuerza una corriente que se está desarrollando en Europa después del reconocimiento del Estado palestino por Suecia, seguida por otros países, y que la señora Federica Mogherini, Alta Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, ha avalado con mucha valentía. De hecho, ha sido ella la primera, y sólo unas semanas después de su toma de posesión, quien ha afirmado contundentemente que haría del reconocimiento del Estado palestino un elemento central de su política. Por otra parte, los miembros eminentes del grupo europeo, compuesto por varios exministros de Asuntos Exteriores y presidentes de Repúblicas, acaban de publicar una carta incentivando a Europa a tomar claramente una posición en contra del nuevo Gobierno extremista de Netanyahu. Para estas personalidades, el Ejecutivo israelí tiene una gran responsabilidad en el bloqueo de la situación actual.

Efectivamente, el balance hoy en día es desastroso. Barack Obama no ha podido imponer a Netanyahu la vía de la razón; los palestinos siguen divididos y enfrentados; el radicalismo terrorista se extiende por doquier. ¿A quién beneficia esta situación? A los extremistas de ambos bandos que están conduciendo a los pueblos de la región hacia el abismo. Lo que está pasando en Irak, Siria y Libia es sólo el comienzo, pues la contienda israelí-palestina es el corazón de todos estos conflictos.

Europa debe moverse —y rotundamente—, no solamente para luchar en contra de los fanáticos en esta región, sino también porque se ha vuelto blanda, como lo atestiguan los atentados a los judíos.

Un Estado palestino reconocido por Israel e, incluso, arrimado a este país, podría volverse un potente vector regional de paz y un aliado frente a todos los integrismos, ya que tendría el apoyo de la comunidad internacional. Barack Obama lo ha entendido pero actuó en balde. Se ha demostrado que Estados Unidos no pueden resolver ese conflicto; sólo una conferencia internacional podría imponer a los protagonistas una solución que garantice la seguridad de todos. La Unión Europea, tal y como está indicado en la carta de los miembros, debe defender en el Consejo de Seguridad de la ONU la solución de los dos Estados, la equivalencia real entre las dos partes, y el acceso a los tratados y organizaciones internacionales para el Estado palestino. Y, al mismo tiempo, Europa debería, en el futuro, condicionar su ayuda a los protagonistas por avances reales en las negociaciones de paz.

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Sobre la firma

Sami Naïr
Es politólogo, especialista en geopolítica y migraciones. Autor de varios libros en castellano: La inmigración explicada a mi hija (2000), El imperio frente a la diversidad (2005), Y vendrán. Las migraciones en tiempos hostiles (2006), Europa mestiza (2012), Refugiados (2016) y Acompañando a Simone de Beauvoir: Mujeres, hombres, igualdad (2019).

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