Arabia infeliz
En Oriente Próximo los errores de hoy son la semilla de las catástrofes de mañana
Yemen queda muy lejos. Además es uno de los países más pobres de la tierra, en el último peldaño del índice de desarrollo humano de Naciones Unidas (el puesto 154 de 187). No hay otro más pobre en Oriente Próximo.
También es un Estado fallido, donde la guerra civil tiene carácter endémico. Esos rebeldes houthis que han echado al presidente en ejercicio, Abdrabbo Mansur Hadi, llevan dando guerra desde 2004, siete años antes de las revueltas de la primavera árabe que echaron al anterior presidente, Ali Abdalá Saleh, y once antes de los actuales bombardeos con que intenta frenarles la coalición árabe dirigida por Arabia Saudí.
Lejano e indescifrable. No hay dos bandos en la guerra civil, sino tres: el tercero es Al Qaeda, enemigo jurado de los otros dos al que nadie combate ahora, ni siquiera Estados Unidos, que ha retirado su contingente de apoyo a los bombardeos con drones. Nada más frecuente que las reversiones de alianzas, que convierten al enemigo de ayer en el amigo de hoy. Los houthis se levantaron contra Saleh, su actual aliado, a pesar de que su líder de entonces, Hussein Al Houthi, perdió incluso la vida en los combates.
Es incomprensible sobre todo desde Occidente. Desde Riad o Teherán está todo muy claro. Los saudíes y los iraníes combaten entre sí por fuerzas interpuestas para asegurarse la hegemonía sobre la región, dejando de lado al enemigo menor que más asusta en Occidente como es el Estado Islámico. Así sucede en Siria como en Yemen, casillas de un laberíntico tablero geopolítico en transformación, donde cada uno pone a prueba sus fuerzas, justo antes de un acuerdo nuclear con Irán que los saudíes, como los israelíes, preferirían que fracasara.
El 26 de marzo, con los bombardeos saudíes sobre Yemen, empezó una desigual guerra entre uno de los países más ricos y poderosos del planeta, apoyado por una amplia coalición árabe, y la guerrilla que se ha apoderado de parte del país miserable que es su vecino. Con unos perdedores seguros, los yemeníes, que ya han sufrido 1.200 víctimas mortales, 300.000 personas desplazadas y un empeoramiento generalizado de las condiciones de vida, agua potable y acceso a la salud de gran parte de la población.
En Oriente Próximo, como en todas partes, los errores de hoy son la semilla de las catástrofes de mañana. Además de pobre, Yemen es un país muy joven. El 63% de la población tiene menos de 25 años. Su tasa de fertilidad es de las más altas de la región, de forma que sus 24 millones de habitantes de ahora llevan camino de duplicarse como mínimo a mitad de siglo. Esos son ingredientes excelentes para fabricar carne de cañón dispuesta para cualquier cosa: guerras abiertas o inacabables campañas terroristas.
Aunque está a escasa distancia de la opulencia de Dubái o Abu Dabi, Yemen es todo lo contrario de la Arabia Feliz, el nombre que le dieron los romanos.
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