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Los naufragios revelan la división de Europa en política migratoria

Los líderes de la UE buscan superar las divergencias ante la cumbre urgente del jueves

Lucía Abellán
Un inmigrante es atendido por Cruz Roja a su llegada al puerto de Catania (Italia).
Un inmigrante es atendido por Cruz Roja a su llegada al puerto de Catania (Italia).Alessandra Tarantino (AP)

Europa se sienta alrededor de una misma mesa para abordar un desafío pretendidamente común, pero que encierra realidades diversas según el punto de observación. La inmigración irregular representa para Italia cientos de barcazas que cruzan el Mediterráneo hacia las costas europeas. Suecia crea nuevas plazas públicas para lidiar con un incremento de las demandas de asilo. El miedo al yihadismo y a los elevados flujos de extranjeros ha llevado a Bulgaria a construir un muro que recorre ya 32 kilómetros en la frontera con Turquía. Realidades tan distantes dificultan una respuesta común por parte del territorio que ambicionan todos los extranjeros que arriesgan su vida para buscar un futuro mejor: la Unión Europea.

Por encima de toda la casuística emergen dos polos que aglutinan a buena parte de los Estados miembros. Los países del norte, principalmente Alemania, Holanda y los nórdicos, son reacios a destinar más recursos para contener los naufragios en el Mediterráneo porque al final los extranjeros que solicitan asilo acaban recalando en la parte norte de Europa. El flanco sur, con Italia a la cabeza, rechaza afrontar en solitario la presión migratoria del Mediterráneo porque el problema le atañe a toda Europa. “No se puede mirar para otro lado”, defendió este martes el primer ministro italiano, Matteo Renzi.

La rotundidad de lo ocurrido en las costas italianas ha difuminado la línea que separa a esos dos bloques europeos y por primera vez se exhibe una voluntad de responder conjuntamente al fenómeno migratorio. Fuentes comunitarias aseguran que Alemania muestra ahora una actitud mucho más proclive a implicarse en el problema y que eso podría movilizar a otros países escépticos. Pero la complejidad de la situación —más allá del drama de los naufragios— y la falta de arrojo político de los Estados han frenado, durante años, los remedios.

Los 28 Estados comunitarios tenían registrados el año pasado 626.710 demandantes de asilo, según datos de Eurostat, la agencia estadística comunitaria. Aunque algunos expertos alertan de que existen muchos extranjeros que entran sin ser detectados y no solicitan protección, la cifra demuestra que al menos una buena parte de quienes acceden al club comunitario optan por solicitar ese estatus, que requiere demostrar persecución política u otro tipo de amenazas que impiden la vuelta al país de origen.

El colectivo se distribuye de manera muy heterogénea. Alemania registró un tercio de esas peticiones. Suecia, Francia, Hungría y Austria aportaron otro tercio, lo que implica que el grueso del reparto se concentra en pocos países. En cualquier caso, las cosas están empezando a cambiar porque ya el año pasado Italia se situó en el tercer puesto de las demandas de asilo, con 64.625. Un nuevo marco europeo obliga a quienes buscan protección inscribirse en el país al que llegan, aunque esta práctica aún no es la norma.

Los datos son aún más elocuentes al hablar de las concesiones de asilo. De todas las respuestas positivas del año pasado, la mitad las concedió Alemania, mientras España apenas otorgó la condición de refugiado a 15 personas (y rechazó a 905). “Aunque inmigración y asilo son cosas diferentes, es cierto que las políticas de asilo deberían estar más coordinadas en la UE; hay países que no están aceptando su parte”, considera Richard Youngs, experto de la casa de análisis Carnegie Europe.

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Para intentar homogeneizar los criterios, Bruselas adoptó hace casi dos años un nuevo sistema común de asilo que desincentive las fugas de un país a otro en función del grado de benevolencia hacia los refugiados. Se trataba de una exigencia de los Estados del norte para que el sur también se implicase en estos procesos. En la práctica, los Estados no lo han aplicado. El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, ha instado a hacerlo “sin demoras”. “En la actualidad un mismo demandante de asilo puede tener hasta un 75% de posibilidades de recibir el asilo en un país de la UE y menos del 1%, con los mismos motivos, en otro país”, expone gráficamente Juncker en su lista de prioridades para gestionar la inmigración.

Lo que ocurre muchas veces es que, si no son detectados al entrar, los extranjeros que huyen de sitios conflictivos y recalan en ciertos Estados del sur rechazan inscribirse como demandantes de asilo. “Nos encontramos con que en Grecia les gustaría acceder al sistema, pero saben que no implica ningún beneficio porque de todos modos van a vivir en la calle. No hay incentivos para solicitarlo”, relata Ana Fontal, del Consejo Europeo de Refugiados y Asilados. En un caso similar, los socios del norte reprochan a Italia que no haga lo suficiente para retener a los extranjeros que arriban a sus costas —y que legalmente deberán solicitar el estatus de refugiado en Italia— pero se desplazan a Estados donde la probabilidad de ser aceptados es mayor.

Los países del sur admiten esa brecha, pero argumentan que el fenómeno migratorio va mucho más allá de los potenciales refugiados y que atender —aunque sea temporalmente— a quienes llegan en primera instancia a las costas italianas, españolas o griegas supone un esfuerzo en el que el norte apenas participa. Además, muchos de los extranjeros que llegan allí se quedan de forma irregular en su territorio, mucho más propicio a la economía y el trabajo sumergidos que en los Estados del norte. Sin datos que lo atestigüen, el debate en Bruselas acaba en gran medida basado en prejuicios y emociones. “El problema no se puede resolver solo en una parte de la UE. Como los naufragios de esta semana han sido tan dramáticos, los países del norte están despertando”, confía Richard Youngs, de Carnegie.

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Sobre la firma

Lucía Abellán
La redactora jefa de Internacional de EL PAÍS ha desarrollado casi toda su carrera profesional en este diario. Comenzó en 1999 en la sección de Economía, donde se especializó en mercado laboral y fiscalidad. Entre 2012 y 2018 fue corresponsal en Bruselas y posteriormente corresponsal diplomática adscrita a la sección de España.

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