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¿Por qué es importante el resultado de las elecciones en Nigeria?

Claves de unos comicios históricos en el país más poblado de África y primera economía del continente

Muhammadu Buhari comenta su victoria.Foto: reuters_live
José Naranjo

El líder de la oposición Muhammadu Buhari, de 72 años, ganó las elecciones celebradas el pasado fin de semana en Nigeria y se convertirá en el próximo presidente del país. Repasamos aquí las claves de los comicios en el país más poblado de África.

Desde que Nigeria se convirtió en una democracia en 1999 el poder ha sido ocupado por el Partido Democrático Popular (PDP). Este sistema de facto de partido único ha creado una esclerotizada red clientelar que ha fomentado hasta niveles casi insoportables la corrupción en todos los niveles de la administración. Parecía imposible romper esta dinámica. De hecho, han tenido que agruparse en coalición cuatro partidos de oposición para que la primera alternancia de la democracia nigeriana se produjera. Y lo más positivo es que ha sido pacífica. Existía un temor fundado a que, fuera cual fuera el resultado, se reprodujeran incidentes violentos como los acaecidos tras los comicios de 2011 con los mismos protagonistas, Jonathan y Buhari, pero entonces con victoria del primero.

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La campaña fue muy agresiva y buena parte del voto se polarizó entre musulmanes del norte y cristianos del sur en un país que en un pasado no tan lejano vivió enfrentamientos religiosos. Sin embargo, el gesto de Jonathan admitiendo su derrota y felicitando a su rival incluso antes de que acabara el recuento pasará a la historia de una África demasiado acostumbrada a dirigentes que quieren eternizarse en el poder a toda costa. “Ninguna ambición puede ser más importante que la sangre de un solo nigeriano”, dijo el martes por la noche Jonathan en una frase para la eternidad. Y más inestabilidad y fractura interna del gigante nigeriano, país más poblado y primera potencia económica de África, pasaría factura a todo el continente.

Después de seis años de violencia in crescendo en el noreste de Nigeria con un Boko Haram cada vez más sanguinario y desafiante, la situación había llegado a principios de 2015 a un punto de no retorno. La ocupación de medio centenar de localidades y la proclamación de un califato el año pasado por parte de los yihadistas liderados por el escurridizo Abubakar Shekau ya no suponían sólo una amenaza interna, se había convertido en un problema regional. Por ello, en febrero los ejércitos de Chad, Camerún y Níger, con el respaldo de la Unión Africana, lanzaron una ofensiva aún en curso que ha permitido hacer una pinza sobre el grupo terrorista, asediado también desde el sur por la reacción del propio Ejército nigeriano tras años de derrotas.

El nuevo presidente de Nigeria, Muhammadu Buhari.
El nuevo presidente de Nigeria, Muhammadu Buhari.AFP

El nuevo presidente es musulmán y del norte, fue gobernador en el noreste, conoce bien el problema, pero de él no se espera precisamente una posición dialogante. Buhari, quien salió ileso de un intento de asesinato perpetrado por Boko Haram en 2014, es un militar de carrera que siente como propia la humillación de que los países vecinos hayan tenido que venir en ayuda de Nigeria, incapaz de embridar el problema. Por eso, durante la campaña ya dejó claro que no hay espacio para la negociación con terroristas y que redoblaría los esfuerzos para acabar con ellos en el terreno militar. “Si estuvieran interesados en la paz, ¿por qué han matado a 13.000 nigerianos?”, decía hace tan solo un mes en una entrevista concedida a la BBC. La única pregunta que se plantean hoy los analistas es si Buhari renovará el acuerdo para que un ejército como Chad, potencia militar emergente en África central, siga penetrando en suelo nigeriano. Más bien parece que el exgeneral querrá ocuparse él mismo del asunto, para lo que se enfrenta al reto de motivar a unos oficiales a quienes el noreste del país les sigue pareciendo un rincón lejano y hostil donde no vale la pena enviar a los soldados a morir.

“Si Nigeria no acaba con la corrupción, la corrupción acabará con Nigeria”. Esta ha sido una de las frases estrella de Buhari durante la campaña. El escándalo denunciado en 2013 por el gobernador del Banco Central de Nigeria, Lamido Sanusi, de la malversación de 15.000 millones de euros procedentes del petróleo o el despilfarro y la ostentación de los cargos públicos nigerianos, incluido el propio presidente saliente Jonathan, han llenado las alforjas de la paciencia de los nigerianos. Buhari ha anunciado su intención de implicar a la nueva Asamblea Nacional que surja de estas elecciones en la adopción de medidas contundentes contra la corrupción. Durante sus 20 meses de mandato en los años ochenta, el entonces dictador se hizo famoso por su intolerancia ante el robo de dinero público y su mano dura contra quienes eran pillados con las manos en la masa. Buhari llegó a promover incluso castigos corporales contra funcionarios que llegaban tarde al trabajo o condenas ejemplares, de hasta cientos de años de cárcel, contra exministros. Uno de ellos huyó a Londres y el general ordenó su detención por parte de personal de la Embajada y su traslado en un contenedor diplomático, un affaire que agrió las relaciones entre Reino Unido y Nigeria. Sin llegar a esos extremos, el nuevo presidente de Nigeria sabe que la lucha contra la corrupción debe ser una de sus primeras tareas, sobre todo con el grave problema al que se enfrentan a diario dos de cada tres nigerianos que viven bajo el umbral de la pobreza. La caída de los precios del petróleo ha generado una pérdida de ingresos al Gobierno nigeriano que ha ahondado en la brecha entre ricos y pobres. Buhari, un convencido de la intervención estatal, pretende poner la economía en “manos competentes”, fomentar un reparto más justo de la riqueza y crear empleo en todos los estados del país, no solo en el sur petrolero. Para ello cuenta con diversificar la economía apostando por la agricultura, el comercio y la industria local.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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