Túnez, una historia de tolerancia
El pequeño país mediterráneo ha sido siempre un cruce de culturas que ha atraído a visitantes desde antes del nacimiento del turismo
Tres guerras, separadas por siglos, pueden servir para resumir el papel central que un país tan pequeño como Túnez ha tenido en la historia y para ilustrar la inmensa riqueza arqueológica y artística del museo del Bardo, que sufrió el martes un ataque terrorista que costó la vida a 23 personas, 20 de ellas turistas. En las afueras de Túnez capital, se encuentra Cartago, la ciudad que rivalizó con Roma por el control del Mediterráneo y que acabó por ser arrasada al final de las guerras púnicas. La famosa frase de Catón, "Carthago delenda est" ("Cartago debe ser destruida") se cumplió en el año 146 antes de nuestra era. La destrucción por las tropas de Escipión fue total y echaron sal sobre las cenizas (además de matar o vender como esclavos a toda la población). Con los años se convirtió en una próspera colonia romana. Apenas quedan restos cartagineses, aunque el más importante es indeleble: los puertos púnicos, dos lagunas que son en realidad una de las mayores obras de ingeniería de la antigüedad. La primera servía para la flota civil, y era pública, la segunda escondía cautelosamente la flota militar y era invisible para los romanos. Ahora son utilizadas por los pescadores en un bello barrio de casas coloniales francesas, entre palmeras y buganvillas.
Un poco más allá, en el mismo barrio, se encuentra un segundo lugar que demuestra la importancia estratégica de Túnez: el cementerio militar americano de Cartago, donde reposan en tumbas blancas perfectamente alineadas los restos de 2.841 soldados estadounidenses, que lucharon contra los nazis del Afrika Corps en 1942 y 1943. Es un cementerio igual que el que aparece al principio de Salvar al soldado Ryan, como aquel recuerdo de los millones de jóvenes que dieron la vida por acabar con Hitler. Rick Atkinson ganó un premio Pulitzer con su relato de aquellos combates que constituyeron la primera derrota grave de Alemania en su libro Un ejército al amanecer, muchas de cuyas páginas transcurren en este país. Kasserine, donde tuvo lugar una de las batallas cruciales de la II Guerra Mundial, se encuentra muy cerca de la montaña de Chambi, llegando a la frontera con Argelia, donde se ha instalado una guerrilla yihadista que ha puesto en jaque a las nuevas autoridades tunecinas casi desde la salida de Ben Alí. La historia, a veces, se enroca.
La tercera guerra es imaginaria aunque está tan instalada en la imaginación universal como los elefantes de Aníbal o los combates de tanques de Rommel, Patton y Montgomery. Transcurrió hace muchos años, en una galaxia muy lejana que es, en realidad, el sur de Túnez, el Sáhara. Allí rodó George Lucas La guerra de las galaxias en 1976 cuando ni siquiera sospechaba que su serie de películas iban a convertirse en un mito contemporáneo. A finales de 2014, un grupo de fans lanzó un proyecto internacional, llamado Save Mos Espa, para restaurar los escenarios originales de la película. El objetivo era no sólo recuperar un icono de la cultura pop, sino atraer a los extranjeros que habían huido en desbandada de Túnez a causa de la inestabilidad desde que empezó la Primavera Árabe. El turismo es una industria esencial para la maltrecha economía tunecina –contando impactos indirectos y sectores inducidos, la industria turística representa más del 15% del PIB–, que ha sufrido un golpe fatal con el ataque contra el Bardo.
Este rincón del Mediterráneo ha atraído a pintores y escritores desde antes de la invención del turismo de masas y arrastra una merecida fama de ser un lugar acogedor y tolerante. Por un lado, está el turismo de playa, con Hammamet –allí situó Patricia Highsmith una de sus mejores novelas, El temblor de la falsificación– y Susa como capitales. Su estrategia ha consistido en respetar los centros históricos y construir ciudades turísticas paralelas, llenas de hoteles de todas las cadenas internacionales. La isla de Djerba, situada cerca de Libia, es el tercer centro de este tipo de turismo. Prueba de la tolerancia tunecina es que aquí vive una de las comunidades judías más importantes del mundo árabe, que sufrió el primer atentado de Al Qaeda tras el 11-S, en 2002, contra la sinagoga de la Ghriba. The Wall Street Journal le dedicó a esta comunidad un reportaje el pasado 13 de febrero titulado "Los últimos judíos árabes". También en el puerto de La Goulette, cerca de Túnez, sobrevive una comunidad judía: de hecho uno de las víctimas del atentado antisemita de París contra el supermercado Hyper Cacher, Yoah Hattab, de 21 años, había nacido en este puerto y era hijo del rabino de Túnez.
Más allá del sol, el patrimonio histórico del país es impresionante: Kairaún, ciudad santa del Islam; las ciudades romanas de Dougga, Bulla Regia, Sbeitla están entre las mejor conservadas del Mediterráneo; el anfiteatro de El Djem es el más grande del mundo tras el de Roma. Y luego está el recuerdo de Cartago, que Gustave Flaubert imaginó en Salambó. El autor de Madame Bovary fue uno de los primeros que se dejaron fascinar por este país, junto a Guy de Maupassant y Paul Klee, que pintó el famoso café que corona el pueblo blanco y azul de Sidi Bou Said. "Ya no pienso en mi novela. Disfruto del país, eso es todo", escribió Flaubert en una carta que refleja la capacidad de Túnez para atrapar a sus visitantes. Los tunecinos han desarrollado una enorme capacidad para acoger a los extranjeros, porque está en su cultura y porque son conscientes, desde hace mucho, de que el turismo forma parte de su estilo de vida.
En los últimos años, todas esas ruinas estaban medio vacías y los guías ávidos se lanzan sobre los escasos turistas, casi siempre provenientes de cruceros. Sin embargo, el Bardo nunca dejó de recibir extranjeros. Antigua residencia del sultán y museo desde 1888, es un palacio magnífico que acoge la mejor colección de mosaicos del mundo, que resumen toda esa concentración histórica y la riqueza de las villas del Túnez romano. Reflejan la mitología –los mosaicos de Ulises frente a las sirenas o de los cíclopes son impresionantes–, la vida cotidiana, la caza y la pesca, los trabajos del campo, la cultura –es especialmente célebre el de Virgilio– reflejan un mestizaje que ha logrado resistir las guerras y las invasiones, una historia que no puede ser derrotada por el terror.
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