Absolución judicial, condena política
Berlusconi sortea el ‘caso Ruby’ en plena crisis de su partido
Silvio Berlusconi parece eterno, pero su agonía también. El político y magnate encadena alegrías con disgustos mientras sigue luchando, a sus 78 años, por evitar que los jueces o sus viejos compañeros de partido lo terminen jubilando a la fuerza. La satisfacción del exjefe del Gobierno italiano por la absolución definitiva en el caso Ruby —en el que llegó a ser condenado en primera instancia a siete años de cárcel por abuso de poder e incitación a la prostitución de menores— coincide con una rebelión en toda regla en Forza Italia (FI). La formación de centroderecha que durante dos décadas funcionó como una más de las empresas de Berlusconi es ahora un guirigay donde algunos sectores no solo han vuelto la espalda al viejo líder, sino que están dispuestos a infligirle la humillación de prestar su voto a las reformas emprendidas por Matteo Renzi.
Berlusconi, como si quisiera borrar la realidad a fuerza de no mirarla, utiliza el respiro judicial que la medianoche del martes le concedió el Tribunal Supremo para anunciar con toda solemnidad su regreso a la política activa. “Hoy”, dijo este miércoles a las puertas del palacio que le sirve de casa y cuartel en Roma, “Italia es un país mejor. Ahora, archivada también esta triste página, estoy de nuevo en el campo de juego para construir, con Forza Italia y con el centroderecha, una Italia mejor, más justa y más libre”. La euforia de Berlusconi, sin embargo, choca de frente con la cruda realidad de su situación judiciaria y política.
Lo que la exculpación no borra
Hay asuntos que una absolución, aunque definitiva y dictada por un Tribunal Supremo, jamás podrá borrar de la memoria colectiva de un país. Por ejemplo, que Silvio Berlusconi, mientras era jefe del Gobierno de Italia, se dedicaba a invitar a sus fiestas nocturnas a jóvenes como la marroquí Karima El Marough, más conocida en los ambientes nocturnos de Milán por Ruby Robacorazones; que les pagaba grandes sumas en dinero y joyas, y que, cuando alguna de ellas tenía problemas judiciales o laborales, utilizaba su inmenso poder como jefe del Gobierno de Italia para sacarlas del embrollo económico o judicial.
Que, por ejemplo, la noche entre el 27 y el 28 de mayo de 2010, poco tiempo después de que Ruby fuese detenida por robar unos 3.000 euros a una joven prostituta con la que compartía piso, Berlusconi llamó desde París a los policías de la comisaría central de Milán y les pidió que la pusieran en libertad contándoles una trola difícil de digerir: que la marroquí era en realidad la sobrina del entonces presidente egipcio Hosni Mubarak y que su detención podría desembocar en un incidente diplomático. Los curtidos policías de Milán aceptaron pulpo como animal de compañía y dejaron a Ruby en libertad, pero la historia trascendió y, en manos de la fiscal de Milán Ilda Bocassini, se convirtió en la peor pesadilla de Silvio Berlusconi.
En primer lugar, su regreso a la política en toda regla no es posible por cuanto, en agosto de 2013, fue condenado a cuatro años de cárcel por fraude fiscal en el caso Mediaset. Aunque se libró de tres años por un indulto y hace solo unos días terminó de descontar el año que le quedaba cuidando a enfermos de Alzheimer a las afueras de Milán, aquel fallo le supuso la pérdida de su acta de senador y su expulsión del Parlamento por seis años en virtud de una ley aprobada por el Gobierno de Mario Monti. Pero no queda ahí el asunto. El exjefe del Gobierno aún debe driblar otros dos procesos judiciales, uno en Milán por la compra de los testigos del caso Ruby —al parecer compró a buen precio la desmemoria de las jóvenes que asistían a sus fiestas— y otro en Bari que afecta a su joven amigo Gianpaolo Tarantini, aquel que se ocupaba de mandarle a chicas jóvenes —“angelitos”, en su argot— para que le curaran el lumbago.
Aun siendo los judiciales tragos muy difíciles y peligrosos —una segunda condena podría desembocar en la humillante detención del exprimer ministro—, no son los más amargos para Berlusconi. Al otrora líder indiscutible del centroderecha italiano le resulta muy fácil denunciar una confabulación periodístico-judicial contra su persona, pero no está acostumbrado a contemplar la manera en que un nutrido grupo de parlamentarios de Forza Italia —políticos de dudosa capacidad que hasta hace bien poco no se atrevían a abrir la boca sin pedirle permiso— suscriben un documento público en el que se muestran dispuestos a apoyar las reformas del primer ministro y líder del Partido Democrático (PD), Matteo Renzi. Unos proyectos destinados nada más y nada menos que a cambiar la ley electoral o a liquidar el bicameralismo perfecto convirtiendo el Senado en una cámara regional.
Como recuerdan los diputados y senadores díscolos, tales reformas fueron posibles en virtud del llamado “pacto del Nazareno” suscrito entre Renzi y Berlusconi, pero que el jefe de FI rompió cuando el joven primer ministro decidió dejarlo al margen de la renovación de la presidencia de la República. El político y magnate creyó entonces que, como en los buenos tiempos, sus diputados y senadores acatarían sin rechistar sus órdenes, pero no fue así. El desgaste político y judiciario del viejo líder y la ausencia de un relevo han convertido al centroderecha en un barco a la deriva del que es más seguro huir que quedarse a esperar que un viento improbable vuelva a hinchar las velas.
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