Ucrania, entre lo posible y lo pésimo
El resultado de un pacto para la paz en el este de Ucrania podría ser otro espacio enquistado
El resultado de un pacto para la paz en el este de Ucrania, si se produce, no será lo óptimo para ninguna de las partes involucradas en él, ni para Rusia, ni para Ucrania, ni para los separatistas prorrusos ni tampoco para la Unión Europea, que siente en su territorio las siniestras vibraciones de una guerra cuyos muertos se cuentan por miles y sus afectados por millones.
En forma de deseo, lo óptimo sería una especie de rebobinado de los acontecimientos del pasado año en Ucrania, retomando la acción antes de los primeros muertos en el Maidán de Kiev, en enero de 2014.
El pacto puede conducir a la fijación de otro espacio enquistado, que se sumará a los conflictos congelados heredados de la URSS. Estos conflictos, que en su origen respondían a dificultades de convivencia reales entre distintas comunidades sobre el terreno, adquirieron con el tiempo un valor simbólico global como miniescenarios de la guerra fría entre Rusia y Occidente. Para quienes celebraron el 25º aniversario de la caída del muro de Berlín el pasado otoño es vergonzoso que en 2015 no se haya resuelto aún el conflicto del Transdniéster, en plena Europa. En Donbás cabe esperar algo peor, dado que el envenenado ambiente entre Kiev y los separatistas prorrusos está lejos de la relativa tolerancia y liberalidad reinante entre el Transdniéster y Chisinau, la capital de Moldavia.
Para encontrar una solución verdadera para el este de Ucrania hay que llegar a un acuerdo sobre un marco de seguridad conjunto percibido como estable y seguro por Rusia y por sus vecinos occidentales europeos. Todo lo demás, son apaños, aunque Occidente esté presto a pagar para que las andanadas de artillería no le suenen tan cerca.
Así las cosas, todas las partes tienen razones para cerrar un pacto por la paz ya, aunque sea provisional.
Para Rusia, son los crecientes gastos de la guerra (envío de apoyo logístico militar y ayuda humanitaria y económica) y el temor a que el endurecimiento de las sanciones contribuya al deterioro de la situación económica del país, donde se producen despidos masivos que afectan a grandes centros industriales y también a regiones que, como Kaluga, fueron modelo de la nueva cooperación industrial con Occidente.
Todos tienen razones para cerrar un pacto, aunque sea provisional
Para Ucrania, la crítica situación financiera y los temores de que en estas condiciones desfavorables la sangría humana genere protestas desestabilizadoras para las autoridades (un tercer Maidán), y que los jóvenes no acudan al frente. En Kiev hay miedo a que Debáltsevo, donde son acosados varios miles de uniformados leales a las autoridades de Kiev, acabe en una carnicería.
Para los separatistas, mejor que desgastarse en la guerra es subsistir en una autonomía territorial, incluso confusa, si cuentan con un alto el fuego asegurado y tal vez la protección de pacificadores. Hoy la contienda agrava cada vez más la situación humanitaria y convierte el territorio bajo su control en unas ruinas sin perspectivas.
En el Foro de Seguridad de Múnich, el ministro de Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, dio una pista de lo que su país quiere, al margen de los métodos destructivos y contraproducentes que emplee hoy para lograrlo: a saber, “formar un espacio económico y humanitario único que se apoyara en los principios de seguridad indivisible e igual en toda nuestra región”. Para que estos postulados globales prosperen, hay que enfriar el conflicto en el este de Ucrania, y después, sin bajar la guardia, otear el horizonte en busca de nuevas construcciones más sólidas, en las que la anexionada Crimea, debe estar también sobre la mesa.
Mientras, como resultado conjunto de la diplomacia, es posible la aparición de otro de esos espacios enquistados donde los organismos internacionales ejercen su tutela durante años, sin resolver la esencia de los conflictos.
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