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La crisis con la policía amenaza el futuro del alcalde de Nueva York

El demócrata de Blasio ha perdido todo su capital político en apenas una semana

El alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, el 22 de diciembre
El alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, el 22 de diciembreCARLO ALLEGRI (REUTERS)

Un desconocido Bill de Blasio solo necesitó 750.000 votos en noviembre de 2013 para ser alcalde de 8,4 millones de habitantes. Ahora, la inquina de apenas 35.000 agentes amenaza con poner fin a su carrera. Esos 750.000 sufragios supusieron el 73% de las papeletas. Los 35.000 profesionales son el 100% del mayor y más difícil cuerpo de policía de Estados Unidos. Nueva York no se puede gobernar sin el apoyo de su pequeño ejército azul. El primer alcalde demócrata en 25 años ha tardado 12 meses, los que lleva en el cargo, en comprobarlo.

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Hace un par de semanas, De Blasio era la estrella emergente del partido demócrata. Aupado por una ciudad en la que afroamericanos e hispanos ya son mayoría, su gestión de la crisis del ébola y de las protestas por el caso Garner le elevaron a cotas insospechadas. En la reforma migratoria se puso al frente de una coalición de alcaldes, se fotografió con el presidente Barack Obama y acudió como político de la semana al programa de George Stephanopoulos en la ABC. Los elogios abundaban. Chris Smith, del New York Magazine, escribió: “No sugiero que el caso Garner sea algo positivo para nadie. Pero de Blasio está creciendo por cómo lo ha manejado. Los buenos políticos son los que saben ver el momento y aprovechar sus oportunidades”.

Una semana después, De Blasio es un boxeador grogui. Estos días multiplica los gestos de homenaje a los policías muertos para intentar restablecer puentes con el departamento. El funeral por el agente Rafael Ramos —asesinado hace unos días— del sábado será la primera prueba de fuego. Pero no la única.

Para salvarse no le basta su éxito en la reducción de la criminalidad (300 asesinatos este año, un récord), ni sus reformas progresistas aprobadas sin oposición (carné de identidad), ni el apoyo a inmigrantes y desfavorecidos (ayuda legal a menores sin papeles, ampliación del salario por enfermedad o comida gratis para escolares), ni sus planes de crecimiento sostenible (reducción de las víctimas del tráfico), ni tantas otras iniciativas que oscurecieron el legado de su predecesor, el conservador Michael Bloomberg. Dos tragedias fuera de su control, la muerte del afroamericano Eric Garner y el asesinato de dos policías en Brooklyn, han dinamitado todo lo construido.

De Blasio ha intentado introducir nuevos usos en territorios donde las leyes viejas persisten. La primera es manejar a la policía. Dos imágenes resumen los errores del alcalde. En agosto, en las primeras tensiones del caso Garner, sentó a su izquierda, en una conferencia de prensa, al reverendo Al Sharpton, conocido agitador afroamericano. A su derecha sentó al jefe de policía, William Bratton. Esa equidistancia fue un insulto para los agentes.

La segunda imagen se produjo el pasado sábado. Decenas de policías dieron la espalda al regidor cuando entró en el hospital que custodiaba los cadáveres de los agentes tiroteados. Esta semana arremetió contra los periodistas en un acto. “¿Qué pensáis hacer? ¿Seguir dividiéndonos?”, espetó. El regidor ha perdido el control de la situación y su batalla ha crispado a la ciudad como no se recordaba desde los sangrientos años setenta (2.500 asesinatos al año), como apuntó, para irritación de De Blasio, el propio Bratton.

Conflicto reavivado

Varios casos han reavivado el conflicto racial en EE UU.

  • Michael Brown, un joven negro de 18 años que iba desarmado, recibió 12 disparos de un policía blanco en Ferguson (Misuri) en agosto. Su muerte desencadenó una oleada de disturbios que se extendieron por todo el país.
  • Eric Garner, un hombre negro de 43 años que vendía cigarrillos, murió después de que un agente blanco de Nueva York le hiciera una llave de estrangulamiento prohibida al detenerle en plena calle.
  • Tamar Rice, un chico negro de 12 años, murió por los disparos de un policía blanco en Cleveland (Ohio); jugaba con una pistola de juguete.

La policía odia a De Blasio. Su discurso sobre una nueva relación con la ciudadanía es despreciado por una mayoría de agentes que creció durante las administraciones conservadoras y punitivas de Giuliani y Bloomberg. El abandono de las políticas de mano dura y su sustitución por otras más integradoras y respetuosas con las minorías fue considerado como una desautorización de su historia reciente. De Blasio dejó al cuerpo sin el discurso que le había permitido librar una guerra en las calles con el amparo del poder. El conflicto por el convenio colectivo de los agentes inició las hostilidades.

El primer torpedo llegó en agosto. La Sergeants Benevolent Association, uno de los dos grandes sindicatos, se opuso a la celebración en Nueva York de la Convención Demócrata, una de las grandes iniciativas de De Blasio, porque el alcalde “no se ha ganado el derecho a ser el anfitrión” dada la proliferación de la criminalidad. El argumento era falso.

De Blasio calibró mal aquel ataque y desde entonces ha maniobrado de manera errada. Con la tensión racial al máximo, utilizó su condición de esposo y padre de afroamericanos para calmar las aguas. El tiro le salió por la culata. “Mi mujer y yo hemos tenido miedo de que nuestro hijo Dante se topara con algún policía”, declaró para calmar a los colectivos afroamericanos. Aquello desató la ira de los policías. “Nos ha dejado a los pies de los caballos”, denunciaron los portavoces sindicales.

Otro grave episodio aumentó la tensión. Rachel Noerdlinger, exasesora del reverendo Sharpton y jefa de gabinete de la esposa del alcalde, dimitió a mediados de noviembre por los problemas de su novio y su hijo con la ley. Con antecedentes ambos, se dedicaban a insultar a la policía en las redes. Estos días se ha sabido que durante la campaña electoral, el alcalde se salía del coche oficial para hablar con sus colaboradores tras enterarse de que sus escoltas le habían grabado. El último episodio se vivió hace una semana. De Blasio se reunió en el Ayuntamiento con los líderes de las protestas. Fue otra anotación en el debe de la policía. La muerte de dos compañeros reventó toda la rabia acumulada.

El territorio que pisa el alcalde no es firme. La ola que le aupó al poder se ha retirado. Los neoyorquinos creen que la tensión racial es peor que en la era de Bloomberg, más de la mitad opina que la ciudad está mal dirigida y tres de cada cinco cree que las relaciones entre la policía y la comunidad han empeorado. La agenda de De Blasio está en el barro junto a él.

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