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La crisis por la exculpación de Ferguson persigue a Obama

El presidente busca un complejo equilibrio entre el respeto a la independencia judicial y la lucha contra la discriminación

Marc Bassets
Manifestantes en la embajada de EE UU en Londres.
Manifestantes en la embajada de EE UU en Londres.PAUL HACKETT (REUTERS)

La crisis de Ferguson coloca a Barack Obama en una posición delicada. Desde que comenzó su carrera política, el primer presidente negro en el país de la esclavitud y la segregación ha evitado identificarse como el líder de una sola comunidad. Tras la exoneración, por parte de un jurado, del policía blanco que este verano mató a un joven negro desarmado, Obama busca un equilibrio: entre el respeto a la independencia de los tribunales y el reconocimiento de que en las fuerzas de seguridad de Estados Unidos persisten actitudes discriminatorias.

El margen de maniobra de Obama es estrecho. La separación de poderes —y la necesidad de mantener la confianza en el sistema— le impide criticar la decisión del gran jurado del condado de San Luis (Misuri), compuesto por una mayoría de blancos. El gran jurado decidió no imputar a Darren Wilson, el policía de 28 años que el 9 de agosto mató a Michael Brown, de 18 años, en Ferguson, una localidad de 21.000 habitantes en las afueras de San Luis. La muerte de Brown desató protestas y disturbios que esta semana, tras la decisión del jurado, se han reavivado y se han extendido por otras ciudades, como Nueva York, Boston, Los Ángeles y Atlanta.

Otro obstáculo para que Obama intervenga es el propio federalismo norteamericano. El Gobierno central, que él representa, no controla ni a los tribunales ni a las policías locales. Desde que los disturbios estallaron en agosto, la gestión de la seguridad en Ferguson ha recaído en las autoridades de esta ciudad, del condado de San Luis y del Estado de Misuri. Washington ha sido más un observador distante e impotente que un actor con capacidad para influir en los acontecimientos.

De lo que sí dispone Obama es del poder de la palabra, de su elocuencia y habilidad para, en momentos de crisis, dirigirse a la nación, unirla, reconfortarla, orientarla. Durante su mandato, que comenzó en 2009 y concluirá en 2017, lo ha hecho en ocasiones contadas. Por ejemplo, tras los tiroteos masivos en Tucson (Arizona) en 2011 o en la escuela primaria de Newtown (Connecticut) un año después.

El problema en Ferguson es que las relaciones raciales son un terreno minado en EE UU. Precisamente por ser negro, Obama se esfuerza en no pronunciar mensajes —sobre la falta de oportunidades o la discriminación ante el sistema de justicia— que un presidente blanco podría asumir con mayor libertad. En su primera intervención, el lunes por la noche, tras el anuncio de la decisión del gran jurado, reconoció que “hay personas buenas en ambos lados de este debate”. “No es mi trabajo como presidente comentar investigaciones en curso o casos específicos”, dijo el martes.

El presidente puede abrir un debate sobre las relaciones con las minorías

Obama, cuya imagen de político posracial es indisociable de su ascenso a la Casa Blanca, quiere ser el presidente de todos. De los negros y de los blancos. De los que creen que el gran jurado y el fiscal del condado de San Luis, Robert P. McCulloch, que es demócrata, cometieron una grave injusticia al evitarle el juicio a Wilson, y de los que sostienen que habría sido una aberración juzgar sin pruebas a un policía por ejercer su derecho legítimo a la autodefensa. De los que están convencidos de que EE UU sigue siendo un país racista y de que, medio siglo después del I have a dream (Tengo un sueño) de Martin Luther King, los afroamericanos sufren formas de discriminación más sutiles pero a veces igualmente dañinas, y los que creen superado el trauma, señalan como prueba que el presidente es hijo de un africano y la primera dama descendiente de esclavos y acusan a los líderes negros de cultivar un victimismo que frena el avance de los marginados.

En el caso de Ferguson la vía judicial no está agotada. Quedan algunos resquicios por los que el Gobierno federal puede actuar. El titular del Departamento de Justicia, el fiscal general Eric Holder, que es afroamericano, abrió en verano una investigación para aclarar si Darren Wilson violó los derechos civiles de Michael Brown al dispararle. El FBI (iniciales de la Oficina Federal de Investigación) es competente para investigar abusos de poder que entrañen una discriminación de la víctima. Pero fuentes oficiales citadas en la prensa de EE UU aluden a las dificultades para recabar pruebas.

La opción que le queda al presidente es instar a un debate sobre la relación de la policía con las minorías, en particular la afroamericana. Si Ferguson ha galvanizado a medio país, es porque la muerte de un civil negro por los disparos de un agente es una experiencia común en las ciudades y suburbios de EE UU. Un estudio de la publicación ProPublica revela que el riesgo de que un joven negro muera por los disparos de la policía es 21 veces mayor que el de un joven blanco (otros datos para el debate: el 90% de muertes violentas de negros es por disparos de negros).

Desde que asumió el poder evita ser visto como líder de una sola comunidad

Obama ha encargado a Holder que se reúna con agentes policiales, políticos locales y líderes religiosos para encontrar medidas para que las prácticas policiales “sean justas y se apliquen con igualdad a todas las personas de este país”. EE UU celebra el jueves el Día de Acción de Gracias —la auténtica fiesta nacional— y, a la espera de las protestas de los próximos días, es poco probable un gesto del presidente. Viajar a Ferguson no está en la agenda. Por ahora.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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