El 'alcalde vitalicio' de Washington
Marion Barry, que durante 16 años gobernó la capital de EE UU, muere a los 78 años
El incidente habría acabado con la carrera de cualquier político. No con la de Marion Barry, conocido como el alcalde vitalicio de Washington, que el domingo murió por una dolencia cardiovascular a los 78 años.
El 18 de enero de 1990, agentes del FBI detuvieron al alcalde Barry en la habitación de un hotel de la capital mientras consumía crac, la droga que en aquella época golpeaba los barrios más desfavorecidos de Estados Unidos. Barry, que unos años antes fue una de las promesas de la política afroamericana, pasó seis meses de cárcel. Salió, y en 1994 volvió a ganar las elecciones. En 1999, después de cuatro mandatos en el cargo, abandonó la alcaldía y afrontó nuevos escándalos. Pero, hasta el último día, representó en el consejo municipal a los más pobres.
No puede entenderse el Washington actual —no el de la Casa Blanca, el Capitolio, las instituciones internacionales, las embajadas, sino el de los barrios del Este y el Sur, invisibles para la minoría blanca— sin Barry. Washington era, en el apogeo de Barry, una ciudad con dos tercios de negros. "Prácticamente no hay blancos pobres", escribía en 1994 el periodista David Remnick en un reportaje sobre Barry titulado El situacionista. "Los barrios al sur del río Anacostia son casi completamente negros y con ingresos bajos o, con menor frecuencia, con ingresos medios. El Washington blanco prácticamente ignora esta región; los taxistas suelen rechazar llevarte allí desde el centro". Años después, otro reportero, Matt Labash, escribió que, para muchas personas del resto de Washington y los barrios residenciales de las afueras, el Distrito 8 —feudo de Barry— "bien podría ser Burkina Faso".
Para una parte del Washington blanco, Barry era un demagogo y un corrupto: un alcalde que agravó los problemas financieros y la inseguridad en la ciudad, un político que jugó la carta racial, la del victimismo y el resentimiento, un hombre con fallas personales profundas no apto para dirigir la capital de Estados Unidos.
Para otra parte, sobre todo para sus votantes en los barrios castigados por décadas de racismo y discriminación, era un líder querido, el primero que les escuchó y procuró por su bienestar, alguien que conectaba con ellos como ningún otro político era capaz de conectar. Ellos le entendían y él les entendía.
"Marion Barry representa al hombre negro normal, no al hombre negro de clase media. Su manera de caminar, su color de piel: el hombre negro medio de la calle se identifica con él. Existe una conexión natural entre el señor Barry y los hombres que han tenido problemas", dijo a Remnick la abogada Mary E. Cox, que trabajó para él.
Barry encarnó la versión más brutal de la historia de esperanzas frustradas de la generación de políticos negros anterior al presidente Barack Obama.
Nació en el Sur profundo. Sus padres eran campesinos: trabajaban en los campos de algodón. Estudió química y fue uno de los líderes del movimiento estudiantil por los derechos civiles. Posiblemente "fue uno de los más dotados, políticamente", entre los jóvenes que a principios de los años sesenta encabezaban este movimiento, escribió el periodista David Halberstam su libro The Children, sobre la generación de los derechos civiles,.
Cuando, tras años de activismo vecinal, alcanzó la alcaldía de Washington en 1979, el impacto fue enorme: la generación de los derechos civiles asumía el poder y no en cualquier lugar, sino en la capital de Estados Unidos. El apoyo de la élite blanca y progresista fue decisivo. La decepción llegó pronto. Los casos de nepotismo y corrupción plagaron su administración. Los rumores sobre sus adicciones se multiplicaban.
Las élites blancas le dieron la espalda. "Puede", escribe Halberstam, "que como alcalde fuera un fracaso —puede que los servicios de la ciudad hubieran declinado dramáticamente, que las escuelas fueran un chiste trágico, que el crimen en las calles fuera peor que nunca y que por ello la ciudad fuese conocida como la capital del mundo en homicidios— pero si los blancos estaban en contra de él, entonces, ipso facto, era un héroe negro, un valor seguro políticamente".
A ojos de sus seguidores, la detención por drogas y el paso por la cárcel le humanizaron. Y proliferaron las teorías conspirativas, que él mismo alimentaba, sobre la obsesión por de los poderosos blancos por atraparle: la filmación de él y una mujer compinchada con el FBI, en la habitación de un hotel, sería la prueba irrefutable de que los poderosos blancos iban no solo a por él , sino a por los afroamericanos más desfavorecidos de la ciudad. Su detención y condena fueron un activo electoral.
Después de recuperar la alcaldía y renunciar a la reelección en 1998, las tribulaciones de Marion Barry no terminaron. Los problemas con el fisco, la mala salud y las ocasionales salidas de tono marcaron los últimos años. En 2012, por ejemplo, irritó a la comunidad asiática al afirmar que sus comercios estaban sucios, y a los polacos al llamarlos polacks, una palabra despectiva.
Con escaso poder, más allá del distrito 8, Barry se había convertido en una figura folclórica. Estados Unidos había cambiado: Barack Obama, un político ajeno a la experiencia y a la retórica de la generación de Barry, era el primer presidente afroamericano. Y Washington, donde los negros han dejado de ser la mayoría, también cambia, aunque las secuelas de la discriminación —desempleo, pobreza, fracaso escolar, criminalidad— persisten.
"A través de un vida y una carrera larga y a veces tumultuosa, se ganó el amor y el respeto de incontables washingtonianos, y Michelle y yo transmitimos nuestras condolencias a la familia, amigos y votantes de Marion", escribió Obama en un comunicado.
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