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“México, me dueles mucho. ¿Qué cosechas sembrando cadáveres?”

Una masiva y pacífica manifestación en la capital acaba con un grupúsculo tratando de incendiar el Palacio Nacional

Pablo de Llano Neira
Manifestantes prenden fuego a una de las puertas de Palacio Nacional.
Manifestantes prenden fuego a una de las puertas de Palacio Nacional.S. G. (EFE)

Este sábado al anochecer, un día después de que el Gobierno diese por asesinados a los 43 estudiantes de Ayotzinapa, una manifestación recorrió el centro de México DF hasta el Zócalo, plaza principal de la capital y centro simbólico de la República. Durante el camino la marcha fue ganando volumen hasta convertirse en una larga columna de miles de personas que acudieron a una convocatoria no partidista impulsada en una sola jornada a través de redes sociales, y con la indignación colectiva como resorte.

El transcurso de la manifestación fue pacífico, pero al llegar al Zócalo un grupúsculo violento aprovechó la ausencia de despliegue policial para echarse contra la puerta de madera del viejo Palacio Nacional, sede de la presidencia del Gobierno, cuyo titular, Enrique Peña Nieto, partió este domingo hacia China en visita oficial, decisión que le ha traído críticas por la delicada situación que vive su país.

Los radicales pintaron la puerta con aerosol, la golpearon a patadas y con vallas, llegaron incluso a intentar quemarla. Por momentos, las llamas prendían en la madera. Este grupo descontrolado, alrededor de una docena de jóvenes, puso un broche de caos a una manifestación cívica.

Cuando empezaron a atacar el edificio, hubo gritos pidiéndoles que parasen. Ellos continuaron. Estuvieron más de una hora cebándose con la puerta sin que hubiese fuerzas de seguridad a la vista. Los guardias del Palacio Nacional, que son militares, estaban dentro. Solo recibieron la orden de salir cuando la situación llegó a un extremo insostenible, si es que no fue insostenible desde el principio.

Mientras los violentos embestían la puerta, un coche llegó por un lateral del Palacio y se detuvo. Se bajó un hombre vestido de civil, con ropa oscura. Miró a los tres guardias que estaban en esa esquina de la sede presidencial y soltó enfurecido:

-¡Qué pendejada es esta!

A paso rápido, caminó por el borde del edificio hasta la caldera de jóvenes fuera de quicio. Pocos segundos después, se pudo ver a ese mismo hombre corriendo de vuelta, tratando de escapar de ellos. Pero lo alcanzaron, lo tiraron al suelo y empezaron a patearlo ahí mismo, al pie del palacio presidencial.

En ese preciso instante, apareció medio centenar de guardias por la misma esquina por donde había entrado este hombre, que tal vez era un oficial, y golpeando sus porras contra los escudos se dirigieron hacia los agresores, que se retiraron y dejaron tirada a su víctima.

Poco después, cuando las cosas ya estaban bajo cierto control, el hombre se acercó a un grupo de periodistas. Llevaba un lado de la cara ensangrentado. Los periodistas le preguntaron quién era.

-No soy nadie -respondió. Unos compañeros suyos se acercaron y se lo llevaron.

La intervención de los guardias logró alejar a los iracundos y establecer un perímetro de seguridad en torno a la puerta. Por entonces, pasadas las once de la noche, el Zócalo se había quedado prácticamente vacío y la muestra masiva de indignación cívica había sido sustituida por un insólito pandemonio de ira grupuscular en el lugar con más representatividad histórica e institucional de México.

Después de que los guardias asegurasen la puerta, llegaron agentes antidisturbios de la policía local del DF y se desplegaron por la plaza para dispersar definitivamente a los radicales. Hubo golpes contra algunos de los que quedaban en el Zócalo y un hombre quedó herido. Los policías se replegaron y al cabo de unos minutos llegó una ambulancia para atenderlo. Cuando los paramédicos lo atendían, una mujer que estaba al lado sufrió un ataque epiléptico. Hubo detenidos, pero de momento no hay información oficial del número de arrestos.

Antes del caos, la fuerza ciudadana

Cuando empezó la marcha, dos horas y media antes, al frente iba una bandera de México de 15 metros de largo cuyas bandas laterales, en vez de roja y verde, como en el emblema de verdad, eran negras. La banda blanca sí se mantenía en el medio, con el escudo del águila devorando una serpiente, pero sobre la representación del origen del imperio azteca no ponía Estados Unidos Mexicanos sino El Estado ha muerto.

La bandera era obra del “contingente de la comunidad artística”, según explicó uno de sus miembros, que prefirió no dar su nombre. Era un actor de teatro de 28 años con la voz rascada de gritar.

Él decía que la concentración se había organizado a través de las redes sociales de manera espontánea, y esperaba que ese siguiese siendo el mecanismo movilizador hasta que se alcanzase el mayor caudal de gente posible: “No buscamos que nadie tome el control, sino que todos nos unamos a la propuesta de quien sea. No queremos que se cree un caudillismo. ¡Y tenemos que lograr ser muchos más, al menos 100.000 o 200.000!”.

La manifestación partió de delante de la sede de la Procuraduría General de la República, responsable de la investigación de la matanza. En un cartel se leía: “Murillo, ¿estás cansado? Pues nosotros estamos hasta la madre. Renuncia”, en referencia al procurador general Jesús Murillo Karam, que el viernes, en la rueda de prensa en la que informó del fatal testimonio de tres sicarios -que los 43 habían sido asesinados y quemados en un basurero-, casi al final, tras responder durante media hora a preguntas de reporteros, dijo ante el micrófono: “Ya me cansé”. Un resbalón en la prórroga de una comparecencia que durante una hora había sido sólida y que justo cuando acababa dejó esas tres palabras que en las redes sociales se han convertido en un lema de hartazgo ciudadano: #YaMeCansé.

Más carteles de la marcha:

“¿Y si tu hijo fuera el 44?”.

“Ya me cansé del miedo. De las redes a las calles”.

“México, me dueles mucho. ¿Qué cosechas sembrando cadáveres?”.

“Fuera todos los partidos, ni PRI ni PAN ni PRD”.

Y además de los carteles, los lemas coreados, sobre todo uno que ya ha resonado más veces en un país que acumula 30.000 desaparecidos: “¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!”. También otro que se ha ido oyendo cada vez más durante las manifestaciones por el caso Iguala y que alude a la mafia narco-municipal (alcalde y policiales locales incluidos) que estuvo detrás de la masacre: “¡Fue el Estado! ¡Fue el Estado!”.

Esta es la cuarta manifestación desde el día de los hechos, 26 de septiembre. La penúltima fue el miércoles pasado y convocó a decenas de miles de ciudadanos, más de 100.000 según los organizadores y 20.000 según el Gobierno del DF. La mayoría eran estudiantes veinteañeros, dado que la marcha había sido convocada por las principales universidades de la capital. La de este sábado, de composición más heterogénea, no tenía otro motor que la indignación por los hechos conocidos el viernes y la fuerza de agregación exponencial de las redes.

Para el jueves 20 de noviembre está convocado un paro nacional, también a través de esos medios y sin aparentes liderazgos sectoriales. La matanza de los estudiantes de Ayotzinapa, pese a un borrón aislado y desconectado del sentir general como el brote de violencia de esta noche, podría ser la espoleta de una reacción de la sociedad civil en busca de una regeneración política contra la corrupción y la impunidad que subyacen a atrocidades como la de Iguala.

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