Internet despierta la indignación con Orbán
El primer ministro húngaro retira una tasa sobre la Red tras las primeras protestas populares en años
En un gesto que no se ve a menudo, Viktor Orbán se rindió el martes y confirmó que el plan de convertir Hungría en el primer país del mundo que tasa el tráfico en Internet queda fuera de su agenda. Ya no lo pospone un año, como anunció la semana pasada, sino que directamente lo desecha. El primer ministro húngaro aseguró que era la renuencia de las compañías de comunicaciones la que le había convencido, pero lo cierto es que el anuncio de este proyecto suscitó la semana pasada las dos mayores protestas que ha vivido el país durante la ola de expansión del poder de Orbán, con decenas de miles de personas en las calles de Budapest y varias poblaciones menores.
El viernes pasado, tres días después de la segunda de las manifestaciones, la plaza de József Nádor seguía llena de pintadas contra el proyecto, que pretendía gravar con 50 céntimos de euro cada gigabyte de datos descargado de Internet (el Gobierno matizó después que hasta llegar a un máximo de 2,2 euros para individuos y 20 para compañías). Los manifestantes levantaron sus teléfonos como en un concierto para iluminar el Ministerio de Economía. Luego un sector lanzó teclados y pantallas contra la sede del gobernante Fidesz. Y en un movimiento inaudito en los últimos años, fijaron un ultimátum de 48 horas al Gobierno para que corrigiera.
Ni las pintadas ni las protestas son comunes en la Budapest de Orbán. El primer ministro ha arrasado en las tres elecciones que se han celebrado este año en un país donde la oposición parlamentaria no existe. Los manifestantes aseguran que la indignación que ha despertado el impuesto obedece a la limitación en la libertad de expresión que introduciría en un momento en que éstas se multiplican en el país. La pregunta es si se plantean ahora que éste sea el principio de un movimiento más amplio.
En un correo electrónico lleno de euforia, Zsolt Varady, uno de los oradores en la manifestación del martes, anunciaba: “¡Lo hemos conseguido!”, y celebraba la retirada de la medida. Varady es un empresario que en 2002 creó una popular red social en el país, Wiw.hu, y asegura que la lucha contra el impuesto encaja perfectamente en otras iniciativas similares de recuperación ciudadana del espacio de debate. “Por ejemplo, yo llevaba ya tres semanas impulsando una campaña para mejorar el sistema de impuestos”, explica: “Estoy tratando de convencer a los partidos de que, sin un sistema impositivo correcto, sin transparencia y sin una lucha eficaz contra la corrupción, la sociedad no va a comprender que pagar impuestos justos puede ser positivo”.
Bulcsú Hunyadi, analista del think tank Political Capital, coincide en que este movimiento puede servir de paraguas para la contestación que lleva años narcotizada. “El impuesto de Internet no ha sido el único motor de las protestas”, desgrana en las oficinas de Political Capital en Budapest. “También lo han sido la corrupción y la reciente decisión de EE UU de impedir la entrada en el país de seis prominentes húngaros ligados al Gobierno por casos de corrupción”. Los manifestantes han protestado contra otros tics autoritarios, como el acoso a las ONG que reciben financiación extranjera.
La Comisión Europea también condenó la iniciativa de Orbán como “parte de un patrón de acciones que limitan la libertad o intentan obtener réditos sin apuntar a un fin social”. La idea de Orbán de gravar “los enormes beneficios generados online” ha generado incluso oposición en el propio Fidesz, un partido que se presentaba como liberal pero que, sólo en el último año, ha introducido cerca de una decena de nuevos impuestos sobre sectores como la energía, los bancos o la publicidad, algo que los críticos con la formación interpretan como demostración de su carácter intervencionista y la falta de ideas para generar beneficios.
Desde Fidesz oponen que las protestas no han sido tan espontáneas y que las han teledirigido los partidos de la oposición, basándose en que Balázs Gulyás, el organizador de la primera marcha y gestor de la página de Facebook 100.000 contra la tasa de Internet, es hijo de una parlamentaria socialista.
“Fidesz sugiere que existen esos lazos, pero el Partido Socialista no parece tener la salud necesaria para organizar algo así”, explica Andras Bozoki, profesor en la CEU, una universidad privada financiada por el magnate George Soros: “Los partidos necesitan nuevos líderes que los hagan creíbles. Estas protestas han sido independientes de ellos”. A ojos de Bozoki, éste es el movimiento más interesante de los últimos años y, a pesar de su diversidad y podría sostenerse: “Estaba llena de optimismo. Era una amplia coalición de jóvenes y ciudadanos de edad media y de diferentes estratos sociales”.
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