Los dos candidatos brasileños apoyan reformar un Congreso ingobernable
Una cámara de 28 partidos convierte la vida parlamentaria brasileña en un laberinto Los candidatos apoyan reducir el número de siglas pero nadie lleva las ideas a la práctica
El payaso Tiririca, llamado en realidad Francisco Oliveira Silva, fue el segundo diputado federal más votado en la primera vuelta de estas elecciones en Brasil. Apenas ha hecho propuestas, sus propagandas electorales son chistes y al entrar en política tuvo que pasar un test de alfabetización. Este representante del minoritario Partido Republicano —uno de los 28 partidos que ocupan el Congreso Brasileño, formado por 513 diputados y 81 senadores— es el ejemplo extremo de un sistema electoral enmarañado y siempre pendiente de reforma. Un modelo proporcional que los dos candidatos a las elecciones presidenciales de este domingo, Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT), y Aécio Neves, del Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB), plantean cambiar.
Las protestas de junio de 2013 pusieron en la agenda la necesidad urgente de una renovación en la democracia, aunque la reforma llevaba años en el debate público. Los últimos tres presidentes del Gobierno, Fernando Henrique Cardoso (PSDB), Lula da Silva y Dilma Rousseff (ambos del PT), trataron sin éxito de modificar la compleja legislación electoral. En 2006, por ejemplo, una norma que pretendía quitar poder a los partidos que no obtuviesen un porcentaje mínimo de votos, llamada “cláusula de barrera”, acabó siendo derribada en el Congreso precisamente por la presión de las siglas minoritarias. La paradoja: es difícil alcanzar consenso con 28 partidos para eliminar, precisamente, a una parte de ellos. El sistema proporcional de elección de diputados y concejales cuenta a la vez los votos recibidos por un candidato y los que obtiene la formación. Es decir, un candidato muy votado puede quedarse sin silla por concurrir con unas siglas débiles, y un partido ínfimo puede tener más representantes si tiene a alguien popular en su lista, lo que permite que Tiririca o el diputado federal más votado de la historia de Brasil, Eneás Carneiro, logren silla para compañeros de partido con muy pocos apoyos.
A su vez, formaciones grandes se alían con pequeñas para conseguir un bien preciado en tiempos de campaña: tiempo de propaganda electoral en televisión. En la primera vuelta de estos comicios, Rousseff contó con unos 12 minutos en pantalla gracias a la asociación del PT con otras ocho formaciones. Aécio Neves, del PSDB aliado con otros tantos, arrancó con cuatro minutos y medio.
Ubicar ideológicamente a una formación es complejo. En el último número de la revista brasileña Piauí, dos personas se preguntan, mientras observan una gran masa informe de cerebros y vísceras: “¿Y ahora? ¿Cómo saber qué es izquierda y qué es derecha?”. Los medios internacionales suelen simplificarlo refiriéndose al PT como centroizquierda y a su rival, el PSDB, como centroderecha. Con estos dos es difícil pero más o menos funciona. Con los otros 26 partidos resulta literalmente imposible: el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) se alía a la derecha o a la izquierda en función del viento que sople, y a su vez tiene divisiones internas que apoyan al Gobierno o a la oposición. El diputado más votado del Estado de Río de Janeiro, Jair Bolsonaro, pertenece al Partido Progresista a pesar de ser un militar católico ultraconservador, que ataca y ridiculiza a los homosexuales, defiende la pena de muerte y describe la dictadura militar como dos décadas de “orden y progreso”, el lema de la bandera nacional.
Ambos candidatos a la presidencia han hecho suya la idea del cambio en estos comicios, pero cada uno a su modo: el candidato opositor, Neves, ha propuesto aplicar la ya mencionada cláusula de barrera y el fin de las “coaliciones proporcionales” para impedir que partidos poco representativos entren en la Cámara; también el fin de la reelección para cargos del Ejecutivo. Rousseff ha sugerido listas cerradas (votar a partidos y no a candidatos), además de un referéndum sobre la financiación privada de las campañas. “La reforma política se ha convertido en una especie de lema desprovisto de contenido concreto que solo conseguirá definir el que tenga una mayoría para aprobarla”, resume el politólogo Cláudio Couto.
Pocos cambios reales se han visto. Uno es la ley Ficha Limpia, que ha impedido presentarse a cargos públicos a 250 personas envueltas en delitos de corrupción. En septiembre, una votación popular y sin validez legal preguntó a los brasileños si estaban a favor de un plebiscito sobre la reforma. Casi ocho millones de personas votaron: el 97% se mostró a favor de un cambio. Pero para que este referéndum fuese aprobado sería necesario que el Congreso lo aprobase. Algo difícil debido a que los partidos minoritarios no están dispuestos a inmolarse. Y vuelta a empezar.
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