Ni Dilma es Lula, ni Aécio es Cardoso
Los que han salido de la miseria en Brasil, los hijos de la clase C, ya no quieren ser vistos ni tratados como pobres
Las simplificaciones son siempre erróneas al igual que las dicotomías. También en estas elecciones. Simplificar es, por ejemplo, decir que Dilma es Lula o que Aécio es Cardoso. Si la presidenta candidata Rousseff fuera Lula habría sido elegida probablemente en la primera vuelta. Lo sabía muy bien el PT cuando proclamaba el “Vuelve Lula”.
Tampoco Neves es Cardoso. De haberlo sido no habría llegado a la segunda vuelta, ya que en el inconsciente colectivo, y aunque injustamente, el sociólogo del PSDB cuenta con mucho más rechazo que el exsenador minero.
Si las simplificaciones suelen estar erradas, también lo son las dicotomías, por ejemplo esa división del país entre ricos y pobres. El PT sería el partido de los pobres y el PSDB el de los ricos. Se da el caso que nunca los ricos fueron tan ricos, ni los banqueros y empresarios ganaron tanto en este país como bajo los 12 años del PT. Y, al revés, las primeras reformas sociales desde la Bolsa Escuela a la revolución escolar que colocó en las aulas al 90% de los niños y niñas, mitad de los cuales trabajaban sin poder estudiar, fueron obra del PSDB.
Sin la revolución monetaria llevada a cabo por el partido de Cardoso que acabó con el drama de la inflación, Lula y Dilma no habrían podido llevar a cabo su otra revolución: la de colocar a millones de trabajadores pobres en el mundo del consumo y de ese modo superar la grave crisis mundial del 2008.
El discurso de pobres contra ricos está gastado
No sabemos qué rumbo tomarán los debates de esta nueva vuelta electoral. Se equivocarían Dilma y Aécio si en vez de convencer a los electores de quien de los dos ofrece a los brasileños un futuro más luminoso y más moderno, sobre todo para la hoy sacrificada clase media y para los hijos de la nueva clase C, con propuestas concretas y puntuales, que puedan entender hasta los menos ilustrados, se envolvieran en una pelea sobre el pasado o sobre el “y tú más”, sobre quién es más de los pobres o sobre qué pasado fue más glorioso o tenebroso.
Quizás no nos hemos dado cuenta lo suficiente de que Brasil, aunque lentamente, está cambiando. Si ha habido esta vez más abstención que en los últimos 20 años es porque los votantes se han hecho más críticos y no les da igual, como en el pasado, votar a quien sea. Ni les es hoy tan fácil a los políticos “comprar” el voto de los menos politizados.
No estaría de más que en los debates que empezarán ahora, que ambos candidatos entendieran una cosa: que el discurso de pobres contra ricos está gastado. Brasil, según la ONU ha salido ya del mapa mundial de la pobreza. Es más bien un país de clase media y los que han salido de la miseria, ya no quieren ser vistos ni tratados como “pobres”. Tienen el orgullo de poder ya disfrutar de beneficios de las clases que siempre envidiaron: como tener acceso a internet, una televisión de plasma; una inscripción a la televisión de pago o un seguro de salud privado. Y hasta un coche aunque sea de segunda mano. Y el deseo antes prohibido de poder viajar en avión.
El enigma estaría en quién de los dos candidatos está hoy más preparado para sentir los deseos más profundos de las clases medias
Si Brasil se endereza hacia la modernidad; si es de algún modo un país de clase media, los candidatos deberán saber tocar esa fibra de orgullo que late en el corazón de los que salieron de la pobreza y que lo que desean es seguir subiendo en la escala social. Quieren ahora esos expobres, sobretodo para sus hijos- y ellos son el futuro de este país- además de la ascensión económica, la ascensión social, la de la educación y la profesionalidad en el trabajo para poder pescar ellos mismos sin tener que pordiosear un plato de pescado.
Si acaso, la lucha no será ya entre ricos y pobres, ni entre Lula y Cardoso, sino entre las diferentes clases sociales. Hoy- y si no es aún hoy lo será mañana- el éxito político estará sobretodo en manos de los que mejor sepan dirigirse a las diferentes clases medias, porque pobre, ya ninguno quiere ser en Brasil.
El enigma estaría, pues, en quién de los dos candidatos está hoy más preparado para sentir los deseos más profundos de las clases medias y de los que forcejean por colocar a Brasil en el mapa de la modernidad.
En ese caso, la pelea no puede consistir en colocar espejos retrovisores para proyectar el pasado de unos y otros, sino más bien en iluminar lo que se desea hacer hoy, mañana y pasado mañana para este país con vocación de imperio y que se ha olvidado ya de su atávico complejo de perro callejero.
Una vez más la victoria estará en manos de quién sepa ofrecer más esperanzas que miedos; más novedad y modernidad que conservadurismo y viejas recetas ideológicas.
Brasil tiene también el derecho de querer entrar en la posmodernidad que es siempre más pragmática que ideológica.
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