Brasil, el ajuste que viene
El país ha entrado en recesión técnica y tiene verdaderos problemas para crecer sin que se le dispare la inflación
Pese a todo lo hablado y escrito sobre las presidenciales brasileñas, lo primero que sorprende cuando se aterriza en São Paulo en estas vísperas electorales es la ausencia en sus calles de propaganda política. Nada de cartelones con la imagen de los candidatos, ni vehículos atronando con bocinas y eslóganes. La campaña ha discurrido por los canales de televisión y las redes sociales –más de 70 millones de brasileños están conectados a Internet- y lo ha hecho con absoluta normalidad democrática. Brasil celebra su séptima elección presidencial directa y consecutiva con tres candidatos que garantizan la estabilidad institucional. Un éxito y un ejemplo en una América Latina que decididamente va dejando atrás el siglo XX.
La campaña comenzó con una tragedia: la muerte en accidente de avión de Eduardo Campos, el joven y prometedor líder del Partido Socialista Brasileño (PSB), el pasado 13 de agosto. En pocos países la muerte ha marcado tanto la política como en Brasil. El suicidio de Getúlio Vargas o el fallecimiento de Tancredo Neves en los albores de la transición democrática encogieron el corazón de la nación profundizando la incertidumbre sobre su destino. No fue así ahora, pero sí alteró por completo la disputa electoral prevista. La desaparición de Campos convirtió a la ecologista Marina Silva, tan carismática como incorruptible, en un fenómeno político, encarnando casi una visión idealizada de lo que significa ser brasileño para millones de ciudadanos. Su irrupción fue magnificada por los sondeos de opinión, a los que tan aficionados son los brasileños, que llegaron a situarla no solo por delante de Aécio Neves, el candidato del PSDB, sino a darle ventaja en más de una ocasión sobre la presidenta y líder del PT, Dilma Rousseff.
Pero las campañas son carreras de fondo y el PT contaba con sobrados recursos para revertir esa tendencia. Tenía 12 años de gestión de Gobierno con una política social que sacó a más de 30 millones de brasileños de la pobreza; el carisma y el genio político del expresidente Lula y a un partido que probablemente sea la única organización de masas implantada en todo el territorio de este país-continente. Aún más: contaba por ley con seis veces más de tiempo de propaganda en televisión, el principal medio de información para la mayoría del público, que el resto de candidatos. Bastó una andanada de ataques a la falta de concreción del programa de Marina Silva para que las encuestas volvieran a poner las cosas en su lugar.
La campaña, de confirmarse el domingo los sondeos, habrá demostrado que los brasileños quieren más un cambio en la forma de gobernar que un cambio de Gobierno
Marina, por su parte, recogió en un principio las confusas demandas de cambio de la sociedad brasileña que se pusieron de manifiesto en las manifestaciones de junio de 2013 con su eslogan Una Nueva Política, un deseo mucho más perentorio entras las clases medias y altas de las grandes ciudades que entre los sectores más pobres y populares. Pero las contradicciones de su programa económico –el dilema entre sostenibilidad y desarrollo-, la ambigüedad de su mensaje, la falta de una verdadera organización y sonadas marchas atrás como en el caso de la legalización del matrimonio homosexual, le hizo ir perdiendo fuelle. Su candidatura comenzó a desinflarse en beneficio de Aécio Neves, un social-liberal en términos europeos, con experiencia como exitoso gobernador del rico Estado de Minas Gerais, y sobre todo representante de la vieja política, es decir, del establishment y de la coherencia en un momento crítico para el país. Una encuesta hecha pública el sábado por la tarde otorgaba un 40% a Dilma, 26% a Aécio y 24% a Marina.
La campaña, de confirmarse el domingo este sondeo, habrá demostrado que los brasileños quieren más un cambio en la forma de gobernar que un cambio de Gobierno y que ni las circunstancias actuales ni la experiencia histórica –Fernando Collor de Mello- hacen recomendable la elección de un outsider.
Brasil ha entrado en recesión técnica y tiene verdaderos problemas para crecer sin que se le dispare la inflación, ese dragón de tan funesto recuerdo de no hace tantos años, y una divisa, el real, revaluada así como un Estado intervencionista y socialmente protector que será difícil de mantener en las condiciones actuales. Sea quien sea el ganador de estas elecciones estará abocado a llevar a cabo un ajuste económico que no será popular.
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