Dos izquierdas se disputan el poder
Las elecciones presidenciales de octubre en Brasil se perfilan como un duelo entre dos mujeres con distintas ópticas
Las elecciones presidenciales de octubre en Brasil se perfilan como un previsible duelo entre dos mujeres y ya se habla de las candidatas en “blanco y negro” no solo por la raza, sino por sus trayectorias, una el reverso de la otra.
Las personalidades de la presidenta, Dilma Rousseff, y de la aspirante socialista, Marina Silva, son una especie de asíntotas de hipérbola, dos líneas que se acercan sin encontrarse del todo. Son de izquierdas, pero de tonos diferentes. La primera, más de la izquierda verde, y la segunda, de la izquierda estatalista.
Rousseff, blanca, de origen europeo, quemó su juventud en la lucha violenta contra la dictadura militar brasileña. Fue torturada y acabó abrazando los valores democráticos. Silva, negra, con sangre de esclavos africanos e inmigrantes portugueses, se forjó en la lucha política y social desde muy joven al lado del líder sindicalista y ecologista Chico Mendes, asesinado por su defensa de la Amazonia.
La presidenta proviene de la clase media alta. Estudió en escuelas privadas de calidad. Su padre era un comunista búlgaro. Su rival, también con la izquierda en sus venas, fue alfabetizada a los 16 años porque la pobreza familiar la obligó a trabajar como seringueira (cortadora de caucho). Las dos fueron a la Universidad y comparten, además de los estudios, una gran dignidad personal porque no se han manchado en el fango de la corrupción.
De carácter fuerte, a veces hasta duro, intransigentes, no muestran excesivas dotes o talento para la mediación. Son dos luchadoras. Tampoco son aptas para quedarse en un segundo plano. Están permeadas por la ambición del poder. No juegan a ser simpáticas, pero sí a ser coherentes.
Silva despierta más atracción entre los jóvenes, los votantes con mayor nivel cultural y entre una determinada franja de mujeres pobres que admiran su coraje por abrirse camino en la vida, a pesar de la extrema miseria de su infancia.
Rousseff aparece, bautizada por su mentor, Lula da Silva, como la “madre de los pobres”, la madre de “la Bolsa Familia”. En ciertos círculos, gusta que sea a veces capaz de saber imponerse más que los hombres. La empresa y los mercados las ven con una cierta dosis de desconfianza. A Rousseff por considerarla excesivamente estatalista y a Silva por su rechazo a la vieja política de negociaciones, compromisos y componendas, que es la que las bolsas prefieren.
Hay un campo donde las dos asíntotas no se encuentran: la cuestión religiosa. Marina Silva es una mujer fuertemente bíblica. Fue católica, pero de los católicos de la Teología de la Liberación, y hoy es evangélica. Rousseff milita más a gusto en el agnosticismo, aunque, en un país como Brasil, necesita de vez en cuando tomar un baño religioso.
Las dos tienen un miedo cerval a viajar en avión. En el duelo entre las dos izquierdas que está por disputarse, Rousseff llega con la fuerza del gigante Goliat por el peso del aparato de la presidencia y Silva como el pequeño David.
Dilma Rousseff tiene que rezar para que, esta vez, la Biblia no tenga razón.
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