Alepo, la ciudad de las tres batallas
Las tropas sirias tratan de arrebatar a los rebeldes el centro de la metrópoli más grande
La batalla de Alepo se libra en dos frentes: calle a calle, en el frente urbano, y a campo abierto, en la periferia. En la mayor metrópoli de Siria y corazón económico del país, el Ejército de Bachar el Asad —la entrenada y equipada Guardia Republicana— avanza lentamente cercando a los rebeldes en el este de la ciudad. Pero en el noreste de Alepo y en el norte de sus alrededores, los roles se intercambian y son los insurrectos quienes controlan la mayor parte del terreno, mientras las fuerzas de élite sirias luchan por mantener sus posiciones. Y todavía puede nacer un tercer frente: el Estado Islámico (EI) avanza hacia Alepo por el noreste.
Para llegar al último puesto en el frente del barrio de Karmel el Jebel, los uniformados sirios han de cruzar callejuelas expuestas a la mirilla de francotiradores y tramos a través de boquetes abiertos en las paredes que conectan internamente las viviendas. Donde antes habitaba una familia, de cuyas vidas no quedan más que fotos de boda y ropas calcinadas, ahora hace guardia el soldado Alí Ismain Ozman, de 21 años y oriundo del barrio. Desde su posición tiene vistas a su casa, pero si asoma la cabeza sobre los sacos de arena para mirarla, le llueven los disparos y solo atisba a ojear varias banderas de Al Nusra, del Estado Islámico y de la Brigada Al Tauhid.
En la operación en la que el Ejército logró hacerse con la posición que defiende Alí, el soldado recogió entre los muertos el cuerpo de Hasan, su compañero de pupitre del colegio. “Hay extranjeros que luchan, pero muchos son sirios del barrio que tomaron el mal camino. Les han comido la cabeza”, concluye el joven militar.
Para entrar en Alepo hay que rodear el sureste, en manos rebeldes, y tomar la ruta de Janaser. Es el único camino medianamente seguro bajo control del régimen para aprovisionar la ciudad y el hilo de conexión con Damasco.
El curtido general Abu Hasan, en la cincuentena, lidera a sus hombres de la Guardia Republicana. Llegaron a Alepo hace dos años tras afianzar el control sobre la ciudad de Homs. Ahora intentan dominar el frente urbano para centrarse en la periferia. Entrenados para combatir a otros Ejércitos, las tropas sirias han tenido que enfrentarse a métodos de guerrilla urbana. Después de 41 meses de conflicto, empiezan a mimetizarse con los rebeldes y a adoptar sus técnicas.
Las fuerzas de El Asad han copiado las técnicas de guerrilla de los opositores
Con el fin de cerrar el cerco a los opositores, las tropas sirias parecen haber optado por una guerra de desgaste. El general Abu Hasan admite que en dos años han avanzado 500 metros. “La estrategia clásica de guerra no funciona. Se producen muchos destrozos y pérdidas de vidas civiles. Mantendremos posiciones hasta que llegue una solución política”, resume el general.
Desde Karmel el Jebel se divisa también la ciudadela de Alepo, centro de la ciudad antigua, patrimonio de la humanidad por la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura). El sargento Hasan Haidar, de 36 años, lleva uno apostado allí. Transita a diario el corredor que une Bab el Faraj, una de las siete puertas de la ciudad vieja, con la ciudadela, el único punto, aunque el más alto, bajo control del Ejército sirio. “Es difícil luchar entre callejuelas y proteger monumentos. Aquí el francotirador es el rey de la calle. Basta un solo hombre para provocar muchas bajas. Las cosas han cambiado cuando los americanos les han proporcionado ametralladoras Dushka y rifles Shtayer con un alcance de hasta tres kilómetros”, protesta Hasan. La presencia de francotiradores crea zonas grises en las que ningún bando tiene control. Hasan asegura que la mezquita Omeya, de la que dice que no quedan ni minarete ni fuente, es una de ellas.
Mientras continúan los combates entre rebeldes y leales, dos millones de habitantes prosiguen su vida. Los que huyeron a la capital han sido reemplazados por los que escapan de las afueras. La mayoría ha abandonado la parte este, donde los barriles bomba lanzados por el régimen han borrado barrios enteros del mapa.
Los habitantes parecen haber pactado una ilusoria rutina para poder continuar con sus vidas. Mujeres y niños hacen cola en las fuentes públicas cargados con bidones de plástico. Cuando llega la electricidad, los vecinos se avisan y aprovechan para darse una ducha mientras funcione la bomba de agua o para cargar los móviles. En las líneas de frente que dividen los barrios, mujeres cargadas con cestas de verduras caminan entre controles militares y edificios derruidos, a pesar de la presencia de francotiradores en algunas calles.
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