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Obama, presidente epistolar

Cada noche se lee 10 cartas de las 20.000 que rastrea a diario un equipo de la Casa Blanca

Obama comiendo con una remitente en Minnesota.
Obama comiendo con una remitente en Minnesota.AP

Probablemente cuando Rebekah Erler, una contable de Minneapolis de 36 años, le escribió en marzo una carta a Barack Obama contándole sus penurias económicas apenas contemplaba que el presidente de Estados Unidos se la contestara, y aún menos llegó a imaginar que se desplazaría a su ciudad para escuchar en persona su cruzada para llegar a fin de mes. Pero lo que parecía inverosímil sucedió a finales de junio cuando Erler y Obama almorzaron juntos en un sencillo restaurante de hamburguesas.

La comida fue la primera de una serie de encuentros en la vida de un estadounidense corriente que Obama ha ido manteniendo desde entonces para tratar de acercarse a los problemas cotidianos en un momento, a casi tres meses de las elecciones legislativas, en que su popularidad roza mínimos y su acción política está bloqueada por la parálisis que atenaza al Capitolio. La semana pasada el mandatario demócrata comió en un local de bocadillos en el Estado de California con varios remitentes. Antes lo había hecho en Delaware, Colorado y Texas.

“Eres el motivo por el que me presenté a las elecciones. No quiero que creas que no estoy luchando por ti”, le dijo Obama a Erler en Minneapolis. “Simplemente queremos poder pagar el día a día de nuestros [dos] hijos y de nuestra casa”, le respondió ella, según explicó a los periodistas tras un almuerzo que tardará mucho en olvidar. “Conté algo que le ocurre a mucha gente que conozco”.

En las últimas semanas el presidente ha almorzado en distintos estados con ciudadanos que le habían escrito cartas de todo tipo

Su carta, y la del resto de afortunados comensales, logró entrar en el selecto grupo de 10 misivas de ciudadanos que, desde su segundo día como inquilino de la Casa Blanca en 2009, sus asesores le entregan a Obama cada noche seis días a la semana. Un ejército de funcionarios rastrea a diario entre un mar de unas 20.000 cartas y correos electrónicos, supervisa que no supongan una amenaza de seguridad, las organiza por categorías y finalmente selecciona la preciada decena que considera que más pueden interesar a Obama, según revela el periodista de Washington Post Eli Saslow en su libro Ten letters (Diez cartas), en el que narra las vidas de 10 personas que contactaron con el presidente.

Las misivas le llegan a Obama en el interior de una carpeta lila y las hay de todo tipo: extremadamente críticas, gritos de auxilio, encendidas alabanzas, redactadas a mano con nerviosismo en hojas de cuaderno o con calma frente a un ordenador. Leerlas es un ritual nocturno imprescindible para el presidente, se encuentre en Washington o de viaje. Suele enfatizar que es su íntima conexión con el sentir de la calle, una forma de salir metafóricamente de la burbuja en la que vive. “Os estoy escuchando”, afirmó en California.

Normalmente, responde cada día a uno o dos remitentes, y suele hacerlo de puño y letra a aquellos que le expresan críticas elocuentes y emotivas historias de dificultad. Algunas de las cartas se las lee en voz alta a su esposa, Michelle, y otras se las reenvía a sus asesores para que se sumerjan en una determinada realidad o piensen cómo solucionar un problema. E incluso de algunas, le gusta insistir a Obama, nacen iniciativas políticas.

Al almorzar con la contable de Minneapolis —que pidió un crédito para estudiar y cuyo marido perdió su trabajo durante la recesión— buscaba respaldar su agenda legislativa, como sus propuestas de subir el sueldo mínimo y ayudar a refinanciar las deudas universitarias. No es una estrategia nueva. A todos los presidentes les llegaban cartas y decían escuchar el clamor popular, pero Obama -un maestro de la comunicación electoral- va más allá: alienta a que le escriban, y recurre mucho más a historias de héroes cotidianos en sus discursos y a invitar a algunos de sus protagonistas a escucharlos.

Para Petter Lamotte, vicepresidente de la firma de comunicación de crisis Levick, el presidente “necesita demostrar que sigue conectado” con la calle, pero advierte, por muchas comidas y cartas, el “impacto será muy pequeño” si no logra que su esfuerzo en escuchar se materialice en leyes concretas.

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