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BAJO EL CISMA DEL ISLAM

El difícil equilibrismo de Obama

Los adversarios de EE UU en un lugar son aliados en otro. El rompecabezas es diabólico

Marc Bassets

El presidente Barack Obama, que en 2009 llegó a la Casa Blanca con la voluntad de reducir la presencia de Estados Unidos en Oriente Próximo y girar a Asia, afronta el tramo final de su segundo y último mandato con esta región en el centro de sus preocupaciones.

Irak, Israel y Palestina, Siria e Irán vuelven a absorber la atención del presidente. La diferencia respecto a hace seis años y medio, cuando George W. Bush abandonó el poder, es que hoy las líneas divisorias son menos nítidas. El adversario en un lugar es aliado en otro, y la claridad moral que el republicano Bush reclamaba —buenos y malos; amigos y enemigos— ha dado lugar, con el demócrata Obama, a una telaraña de ambigüedades en la que la influencia de Estados Unidos está en cuestión.

En pocas semanas, la primera potencia se ha visto forzada a regresar a Irak, menos de tres años después de concluir a retirada, y al conflicto israel-palestino, del que la Administración de Obama se desentendió tras el fracaso, en abril, de la mediación que impulsó el secretario de Estado, John Kerry.

“El presidente Obama dedicó buena parte de su primer mandato a sacar a Estados Unidos de Irak y desviar la atención y los recursos de América a Asia y a Europa. Ahora, casi en la recta final de su segundo mandato, la Administración de Obama se da de bruces con Irak y, en términos más amplios, con Oriente Próximo”, recordaba hace unos días, en un coloquio en Washington, Tamara Cofman Wittes, directora del Centro para la política de Oriente Próximo en el laboratorio de ideas Brookings Institution. “Todo esto nos deja en una posición paradójica: podría ocurrir que, cuando el presidente Obama acabe su mandato en 2016, su política en Oriente Próximo no sea tan diferente de la que heredó de su predecesor”.

En Irak, los avances de los yihadistas suníes del Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL) han llevado a Estados Unidos a enviar asesores militares para ayudar a las fuerzas armadas iraquíes, soldados para reforzar la protección de la Embajada norteamericana en Bagdad y drones o aviones no tripulados en tareas de vigilancia.

El presidente quería reducir la presencia en Oriente Próximo. Pero la región sigue en el centro de sus preocupaciones

Estados Unidos se encuentra en Irak en el mismo campo que dos de sus mayores adversarios en la región en las últimas décadas: Irán y Siria. Los tres —Estados Unidos, Irán y Siria— combaten allí contra un mismo grupo, el EIIL. Pero en Siria este grupo combate, junto a los aliados de Estados Unidos, contra el régimen de Bachar el Asad, que a su vez cuenta con el respaldo de Irán. El rompecabezas es diabólico.

En el conflicto israelí-palestino, Estados Unidos intenta mediar entre Israel y los palestinos de Hamás, pero no habla directamente con Hamás porque este grupo figura en la lista de organizaciones terroristas del Departamento de Estado. Egipto puede ejercer de mediador, como ocurrió con el alto el fuego que puso fin a las hostilidades en 2012. Pero entonces el presidente egipcio era Mohamed Morsi, líder de los Hermanos Musulmanes, cercanos a Hamás. Derrocado Morsi en un golpe militar, el actual presidente, Abdelfatá al Sisi, recibe el apoyo de Washington, pero se opone a Hamás, lo que complica la negociación.

La defensa de Israel, la protección de los suministros de petróleo y los equilibrios entre las potencias de la zona son los pilares que han sostenido la política de Estados Unidos en Oriente Próximo, como mínimo, desde la derrota de las viejas potencias coloniales, Francia y Reino Unido, en la crisis por la nacionalización del canal de Suez en 1956. Los dos primeros pilares se han mantenido. El tercero quedó trastocado por primera vez en 1979, cuando Estados Unidos perdió a un aliado clave, el sah de Irán, y un cuarto de siglo más tarde cuando la caída de Sadam Husein, el dictador iraquí, permitió al Irán chií consolidarse como gran potencia regional sin el contrapeso del Irak de Husein, controlado por los suníes.

La incógnita en la ecuación de Oriente Próximo son las negociaciones para frenar el programa nuclear iraní, que han sentado en la misma mesa, por primera vez en más de tres décadas, a los jefes de las diplomacias de Estados Unidos e Irán. La prolongación de las negociaciones cuatro meses más, tras vencer el plazo que las potencias nucleares e Irán se concedieron en noviembre de 2013, mantiene viva la posibilidad de un acuerdo que abriría perspectivas inimaginables hasta hace poco.

Una reconciliación entre Washington y Teherán, tras más de tres décadas de guerra fría, cambiaría el mapa y los equilibrios regionales.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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