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Tribuna
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Venezuela, enferma grave

No hay un hospital público en toda Venezuela que esté funcionando adecuadamente

En Venezuela todos experimentamos, de una forma u otra, la crisis sanitaria. Largas filas para tomar un ascensor (cuando sirven), horas esperando para ser atendida por un médico, remedios que no se consiguen, exámenes que hay que posponer porque los instrumentos estáan averiados. Esos “inconvenientes” son tan frecuentes en la época bolivariana, que uno se acostumbra a ellos.

Pero a veces, toca ver de cerca un caso complicado y entonces es inevitable darse cuenta de la gravedad de la crisis. Recientemente una persona cercana buscaba con urgencia un medicamento anticonvulsivo. Preocupada por la gravedad del caso, empecé a investigar en los diferentes sitios donde los enfermos venezolanos y sus familiares acuden desesperados en búsqueda de medicamentos que no se consiguen en el país porque no se fabrican más, no hay dólares para importarlos o cualquier extraña razón, de las que abundan en la República Bolivariana. Me encontré con padres tratando de localizar medicamentos para sus hijos con cáncer, familiares de enfermos terminales que no consiguen un calmante para aliviarles el dolor, médicos que no pueden operar porque no tienen anestesia. La cantidad de casos es patética y la variedad de padecimientos sin alivio, causa horror. Como es posible que en un país petrolero no haya dinero para importar los remedios más esenciales? Como se explica que un gobierno que ha engañado al mundo con los supuestos avances en sanidad y asistencia social tenga una población que se está muriendo desamparada?

Venezuela tenía una tradición de excelentes médicos, iniciándose con reformadores de la enseñanza de la medicina como el Dr. Vargas en el siglo XIX y el Doctor Luis Razetti al iniciarse el siglo XX. La Escuela Vargas de Medicina de la Universidad Central ha contado con grandes profesores como los doctores Pepe Izquierdo, Pifano, Martin Vegas, Pastor Oropeza. Jacinto Convit revolucionó el tratamiento contra la lepra y leishmaniasis. En los años 40, un gran esfuerzo sanitario permitió erradicar la malaria (que hoy en día ha vuelto). El Dr. José Maria Bengoa emigró después de la Guerra Civil española y realizó trabajos sobre nutrición en Venezuela que tuvieron repercusiones mundiales. A una buena formación de nuestros médicos, se le añadía un calor humano que no se encuentra en muchos países desarrollados. La mayor parte de estos profesionales de la medicina, formados en las universidades locales podían luego, gracias a buenos sistemas de becas, completar sus postgrados en el exterior. Contrariamente a la propaganda gubernamental muchísimos de los doctores que tuve el privilegio de conocer, además de su práctica privada donaban horas de su trabajo profesional en hospitales públicos. Todos los graduados de medicina, al terminar sus estudios en la universidad tenían que pasar tiempo en barrios o lugares recónditos del interior, ejerciendo su “año de rural” en los sitios más pobres del país. Todo esto fue borrado, ignorado, ridiculizado, cuando llegó Chávez. Para justificar la entrada al país de miles de cubanos, se dedicó a calumniar a los médicos venezolanos, obstaculizando su desarrollo profesional y pagando salarios de miseria. A Fidel Castro en cambio, se le paga su “asistencia” con la módica suma de 100.000 barriles diarios de petróleo, o sea $ 1.265.924 por año. Los módulos de Barrio Adentro, programa que se creó para que ejercieran los paramédicos cubanos, hoy en día están cerrados en un 80% y los restantes funcionan en las más precarias condiciones. 50% de los médicos cubanos han desertado y de los 16 hospitales que Chávez prometió construir, solo hizo uno.

Muchísimos médicos venezolanos han emigrado. Algunos, de religión judía, por el antisemitismo militante del régimen y otros por las mismas razones que centenares de miles de personas se están yendo del país: imposibilidad de progresar, deterioro del nivel de vida, inseguridad. Este último punto es particularmente dramático en el gremio de la salud, donde se ha visto que bandas armadas entran a un quirófano a ultimar un paciente y de paso arremeten contra médicos y enfermeras. No hay un hospital público en toda Venezuela que esté funcionando adecuadamente y las clínicas privadas se deterioran aceleradamente por falta de insumos. La escasez (que alcanza según las estadísticas un 70% en los medicamentos de alta rotación y 80% en el material médico quirúrgico), además de todas las fallas estructurales, es el punto que más desesperación causa entre los pacientes. Faltan desde los antipiréticos más elementales hasta las medicinas sofisticadas para los pacientes con cáncer. En este momento, 50.000 pacientes esperan turno para ser operados porque no existen los materiales necesarios. En Venezuela ya no se fabrica nada y el gobierno, que todo lo controla, no otorga los dólares necesarios para importar.

Para culminar su política de destrucción de la tradición sanitaria que existía en épocas anteriores, el gobierno ha creado un sistema paralelo para graduar a miles de “médicos”. No se exige un examen de admisión en dichas escuelas, que tienen un programa que es mucho adoctrinamiento político y poco conocimiento científico. Los médicos que han tenido que trabajar con esos graduados, que en realidad son víctimas del engaño del gobierno, afirman que se les tienen que enseñar las bases más elementales de la carrera médica. Esta es la triste situación de la salud pública en el país con las más grandes reservas petroleras del mundo y que ha sido asesorado en la materia por los hermanos Castro.

Maruja Tarre es profesora Universidad Simón Bolívar. Caracas.

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