La guerra civil asoma en Bagdad
Los milicianos chiíes hacen un alarde con desfiles armados y puestos de control
“Estos son los cimientos de la futura Ópera de Bagdad”, explica el arquitecto Jorge Bustinza frente a un enorme espacio ocupado por grúas y materiales de construcción en la orilla occidental del río Tigris, entre los puentes de Al Yumhuria y Sinak. Allí donde los ojos del profano sólo ven tierra revuelta y bloques de cemento, el vizcaíno sitúa el teatro, el Ministerio de Cultura y otros dos edificios administrativos. El proyecto, en el que participa la empresa española Aquiline, es sólo uno de los muchos con los que la capital iraquí quiere dejar atrás cuatro décadas de guerras, e iniciar un futuro de esplendor que se le ha resistido desde que los mongoles arrasaran el califato abasí en el siglo XIII.
Sin embargo, un poco más al oeste, en la calle Damasco, la realidad se impone a la voluntad de normalización. Un grupo de hombres con uniformes variopintos levanta a toda prisa un nuevo puesto de control, entre el parque Al Zaura y los terrenos de una antigua base militar en cuyos muros se anuncia una ambiciosa urbanización bautizada, en inglés, como Iraq Gate (Puerta de Irak). La estructura, mucho más simple que los proyectos arquitectónicos, está terminada pocas horas después; un nuevo obstáculo al libre movimiento de los bagdadíes.
Desde que el pasado día 10 el Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL) conquistara Mosul, la segunda urbe de Irak, e iniciara su marcha hacia Bagdad sin aparente resistencia de las fuerzas armadas, los habitantes de la capital han vivido con el alma en un puño. Durante un par de días, muchos optaron por quedarse en casa y evitar unas calles cada vez más hostiles. El fantasma de guerra civil volvió a apoderarse de la ciudad de Al Mansur. Incluso ahora, cuando el Ejército ha reaccionado por fin y parece haber frenado a los rebeldes a cierta distancia, Bagdad teme el enfrentamiento confesional. La ofensiva de los suníes ha despertado a las milicias chiíes.
“No hace falta que venga nadie. Hay mucha gente que apoya al Daish y las milicias chiíes ya están aquí. La duda es cuándo van a enfrentarse”, manifiesta un residente en el barrio de Mansur. Daish es el acrónimo en árabe del EIIL, una facción de Al Qaeda que ha logrado explotar el malestar de la comunidad árabe suní de Irak y liderar a una docena de organizaciones diversas en armas contra el Gobierno.
“No pasarán”, advierte una pancarta en la plaza de Faris al Arabi. Sobre un fondo verde, el color del islam, un grupo de milicianos como los que he visto montando el control, exhiben sus armas en pose marcial. A su lado, un dibujo de los santuarios de Nayaf y Kerbala, donde están enterrados Ali y Husein, las dos figuras fundacionales del islam chií. El mensaje va dirigido a los extremistas suníes que han amenazado con llegar hasta esas ciudades santas, situadas a unos 160 kilómetros al sur de Bagdad.
“Son los hombres de Asaib Ahl al Haq”, me indica Diah, el conductor, con un gesto preocupado. El grupo, cuyo nombre significa Liga de los Justos, es una de las múltiples milicias islamistas chiíes que surgieron en Irak tras la invasión estadounidense en 2003. Se escindió del Ejército del Mahdi tres años más tarde, cuando un cabecilla, Qais al Khazali, cuestionó un alto el fuego aceptado por su líder, el clérigo Muqtada el Sadr. Los militares norteamericanos le atribuyen respaldo de Teherán y miles de ataques a las fuerzas de la coalición.
“Los milicianos habían desaparecido de la vista, pero desde la toma de Mosul han vuelto a las calles”, señala Mahmud Kalil, un funcionario que ve con recelo su proliferación. Además, de Asaib Ahl al Haq y el Ejército del Mahdi, hay al menos otras tres milicias chiíes operativas: Badr, Kataeb Hezbolá y los Caballeros de la Esperanza (del Consejo Supremo Islámico de Irak, CSII).
En realidad, hace ya meses que se habla de sus acciones. A medida que el Gobierno de Nuri al Maliki se ha visto empantanado en la lucha contra los insurgentes en Faluya, Ramadi y otras localidades de la provincia de Al Anbar, ha recurrido a estos voluntarios para reforzar a las tropas regulares. También han vuelto a vigilar los barrios donde son fuertes ante el aumento de los coches bomba y, según todos los indicios, a vengar esos atentados con asesinatos de suníes.
“Al Maliki ha reforzado la acción de las milicias”, asegura Amir al Kenani, un diputado sadrista. Añade que desde 2011 el Gobierno ha dado apoyo militar a Badr y Asaib Ahl al Haq, y facilita tarjetas identificativas oficiales a sus miembros. “Los utiliza para llevar a cabo operaciones contra sus rivales políticos”, denuncia.
Ahora, ante el temor al avance del EIIL y sus aliados, todas las milicias chiíes parecen haberse unido frente a los extremistas suníes. Al Kenani niega sin embargo que el Ejército del Mahdi esté en la calle. “Muqtada al Sadr ha llamado a formar brigadas de paz”, precisa. “Tememos que la situación empeore debido a la presencia de hombres armados en las calles apoyados por el Gobierno”, añade.
Con un nombre o con otro, los seguidores de ese popular clérigo desfilaron ayer por las calles de Ciudad Sadr, en respuesta a la fetua para defender el país que la semana pasada lanzó la máxima autoridad chií, el gran ayatolá Ali Sistani. Y no lo hiceron precisamente desarmados. Kalashnikovs, fusiles de asalto, lanzagranadas y otra parafernalia bélica subrayaban sus advertencias a los insurgentes. “No al terrorismo; no a Estados Unidos. Nos sacrificaremos por Irak”, coreaban.
De momento, en las áreas donde están desplegadas las milicias reina la calma, lo que algunos vecinos interpretan como prueba de su connivencia con las autoridades. Resulta difícil establecer los límites. La Organización Badr, formada por exiliados iraquíes que lucharon del lado iraní durante la guerra entre Irán e Irak, se convirtió formalmente en un partido político, encabezado por el actual ministro de Transporte, Hadi al Amiri, y sus fuerzas se integraron en el Ejército y la policía.
Los expertos temen el enfoque sectario de estos grupos. Cualquier incidente inesperado podría prender la mecha en un momento en que las sensibilidades están a flor de piel. Incluso en el mejor de los casos, resulta difícil imaginar que vayan a retirarse de sus posiciones una vez que pase la crisis. “Con la ciudad prácticamente segregada por confesiones, existe el riesgo de que se cantonalizen los barrios”, reflexiona un diplomático europeo.
Nada más lejos de los grandes planes de desarrollo que las autoridades tienen previstos para Bagdad.
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