La delincuencia común es la tarea pendiente en Colombia
Tras los éxitos contra la guerrilla o el narco, Colombia afronta el reto de acabar con la criminalidad
En Bogotá, no es raro que alguien le cuelgue el teléfono y lo justifique con que está en la calle. No tiene nada que ver con el ruido o la falta de cobertura, sino con el miedo a que le arranquen el móvil de la mano. A Diego Medina, un empleado de banco de 40 años, le ha pasado dos veces en tres meses. Ni siquiera ha terminado de pagar los plazos del último celular, que le robaron hace diez días. Fue junto a su casa, en un barrio de clase media a las cuatro y media de la tarde. “Aparecieron cinco personas en dos bicicletas, uno se me cruzó y me dio un puñetazo, otro me tiró al suelo, intenté resistirme, me patearon y otro me puso un revólver en el pecho. Ya no hice nada”, cuenta. Nadie le ayudó, nadie llamó a la policía. De hecho, él tampoco lo hizo: “Es tiempo perdido, no sirve de nada”.
El robo de teléfonos móviles es el más común en la capital de Colombia, uno de los que generan mayor alarma —varias personas han sido asesinadas este año por resistirse—, de los que más se habla en la prensa —El Tiempo, el principal periódico, tiene una categoría de noticias dedicada solo a este hurto— y al que los candidatos presidenciales se han referido en sus propuestas. Pese a que la policía dice que se ha reducido un 18%, se ha convertido en el símbolo de la inseguridad, uno de los asuntos que más preocupa a los ciudadanos en un país que ha reducido enormemente los niveles de violencia, desmanteló los grandes cárteles de la droga, desmovilizó a los paramilitares y que está negociando la paz con la guerrilla. Sin embargo, tiene aún una tasa de 30,8 homicidios por cada 100.000 habitantes. Más que Brasil o México, por ejemplo.
La guerra y el conflicto con las FARC quedan ahora muy lejos de las ciudades. Es algo que se percibe como lejano frente al problema diario de la inseguridad, que ha ido cambiando. “Hasta finales de los noventa, en Colombia había grandes organizaciones criminales que controlaban toda la cadena del narcotráfico, como por ejemplo el cártel de Medellín, de Pablo Escobar”, explica el experto en seguridad de la fundación Paz y Reconciliación Ariel Ávila. “Pero a medida que fueron cayendo y que los mexicanos se quedaron con el grueso del narcotráfico, se fragmentó el negocio en bandas que actúan en las ciudades muy especializadas en la extorsión y el tráfico de drogas a pequeña escala, el robo de celulares… Esos negocios se han descentralizado, pero no son anárquicos”, argumenta.
Siempre atestado de gente, en una ciudad de ocho millones de habitantes donde no hay metro, en el Transmilenio —un sistema de autobuses articulados— se produce la mayoría de los robos. “Yo siempre me cierro los bolsillos al entrar y me coloco el bolso delante”, explica Paula, una estudiante de Sociología de 18 años, cerca de una céntrica estación. Va con Tomás, al que ya han atracado tres veces en los cinco años que lleva en Bogotá, siempre a punta de navaja. “Antes de salir a hacer deporte planifico la ruta, según la hora que sea, o ya no me paro a hablar con desconocidos que me dicen algo, como al principio”, cuenta.
La tasa de homicidios del país es superior a las de México y Brasil
Para María Victoria Llorente, experta en seguridad y directora de la Fundación Ideas para la Paz, “aunque objetivamente no ha aumentado la inseguridad ciudadana, lo que diferencia a Colombia en cuanto a, por ejemplo, el robo de móviles, es el uso de la fuerza. Seguimos siendo una sociedad tremendamente violenta”, reflexiona.
“Aquí nos enfrentamos a un problema de criminalidad normal, pero tenemos una policía que destinó a toda su élite y sus recursos a luchar contra el narco y contra la guerrilla, donde fue muy eficaz”, explica. “Ahora hay que desmilitarizarla”, enfocarse, cuenta, en formar a los equipos de agentes de calle para un tipo de amenaza que ya ha cambiado, al menos en las ciudades.
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