Delatados por el lenguaje
Fabiane era inocente. Nosotros, al exaltar su inocencia como principal razón para que no fuera asesinada, somos culpables
El linchamento de Fabiane Maria de Jesus nos delata a través de la palabra. Hay un horror, el linchamiento. Y hay un horror detrás del horror, que es la exacerbación de la inocencia de la víctima. Es necesario que este también nos espante, porque está aún más interiorizado, sus uñas clavadas hondo en una forma de pensar como individuos y de funcionar como sociedad. No todos son capaces de coger un trozo de madera para golpear la cabeza de una mujer hasta la muerte por considerarla culpable de un crimen, pero es grande el número de aquellos que, al contar el caso la semana pasada, enfatizaron: “Era inocente”. No como un dato más del horror, sino como el más importante. Esa fue también la frase escogida para ilustrar las camisetas de los que protestaban contra su muerte: “El dolor de la inocencia”. Pero tal vez sea con la exaltación de la inocencia que nuestra violencia se revela en su vertiente más odiosa. Lo que pensamos que es luz, prueba de nuestra buena conducta, está hecho del material de nuestras tinieblas más íntimas. La exacerbación de la inocencia muestra cómo somos – incluso aquellos que no linchan a personas en la calle – peligrosos.
¿Y si fuera culpable?, como dice, provocadora, la noticia de Marina Rossi aquí en EL PAÍS Brasil. ¿Y si fuera una mujer que practicaba magia negra con niñas? ¿Su asesinato a manos de un grupo de personas en la calle estaría justificado? ¿Entonces uno podría agarrarla, otro arrastrarla y un tercero pasarle con la rueda de la bicicleta sobre la cabeza? ¿Es eso lo que estamos diciendo cuando nos espantamos más con la inocencia de Fabiane que con su asesinato?
El linchamiento de Fabiane produjo una narrativa fragmentada, que revela más sobre los autores del discurso que sobre la víctima. El sospechoso V. B., electricista de 48 años, se justificó al ser detenido: supuestamente golpeó a Fabiane con un pedazo de madera porque creyó que el rumor era “verdad”. El sospechoso L. L., ayudante de albañil, 19 años, que habría pasado con la bicicleta sobre la cabeza de Fabiane, explicó: “Ante el griterío de las personas que habían reconocido a la mujer, no dudé en participar del tumulto”. El sospechoso C. J., pintor de paredes, de 22 años, supuestamente arrastró a Fabiane por los pelos para asegurarse de que era ella, antes de ayudar a matarla.
La exaltación de la inocencia de Fabiane revela la no inocencia de la sociedad brasileña en la serie de linchamentos que viene atravesando el país
En ningún momento surgió la conmoción por haber apaleado a una persona con un palo, pasado sobre la cabeza de alguien con una bicicleta, agarrado a una mujer por los pelos. Pasada la exaltación, la cuestión que motivó hasta una petición de disculpas a la familia por parte de uno de los sospechosos, era el error. Pero el error no había sido asesinar, sino asesinar a la persona equivocada. Si había razones para el arrepentimiento era la inocencia de Fabiane, no el acto de matar. “No es ella, no es ella”, avisó supuestamente alguien en uno de los vídeos de su muerte. No la revientes porque no es ella. ¿Y si lo fuera?
Si la exaltación de la inocencia estuviera restringida a los asesinos – y a quien asistió al asesinato sin hacer nada para impedirlo – sería más fácil. Pero fue la inocencia de Fabiane la que motivó, en los más diversos espacios, preguntas retóricas como: “¿dónde estamos?” o “¿qué país es este?”. Entre los muchos comentarios sobre el caso, lamentando la muerte de Fabiane, tal vez el del gobernador del Estado de São Paulo, Geraldo Alckmin (PSDB), sea el más revelador.
Fabiane fue linchada el sábado (3 de mayo) en el barrio de Morrinhos, en la periferia del Guarujá, en el litoral paulista, y murió, en el hospital el lunes (5 de mayo). Tenía 33 años. El miércoles (7 de mayo), el gobernador, que pretende ser reelegido, fue al Guarujá para, entre otros compromisos, reinaugurar la maternidad del Hospital Santo Amaro – el mismo donde, según el periódico O Estado de S. Paulo, Fabiane tuvo que esperar un día para conseguir una plaza en la Unidad de Cuidados Intensivos. Durante la ceremonia, Alckmin se pronunció sobre la muerte de Fabiane en los siguientes términos: “Es inadmisible un acto de barbaridade como ese, que acabó con la vida de una persona que no tenía nada que ver con la desconfianza de la población, sobre todo porque no pasó de un rumor”.
Una buena pregunta de interpretación para la prueba de lengua portuguesa del próximo examen de acceso a la universidad. ¿Qué estaba diciendo exactamente el gobernador al pueblo del Estado que gobierna? ¿Cuál es, para él, la cuestión central en el linchamento? ¿Qué es inadmisible, según Alckmin? ¿Linchar a una persona, a cualquier persona, o linchar a una persona inocente?
La exaltación de la inocencia de Fabiane revela la no inocencia de la sociedad brasileña en la serie de linchamentos que viene atravesando el país. Las palabras revelan lo que también alimenta el apaleamiento y la muerte de personas a manos de ciudadanos en las calles. Es en el discurso, a veces subliminal, a veces explícito, donde es reeditado cotidianamente el pacto histórico de que hay una categoría de brasileños que pueden ser asesinados, o cuyo asesinato, al menos, sería justificable. Es esta misma lógica la que tolera – cuando no desea – la tortura y la muerte de presos en las comisarías y en los presidios del Brasil. Encarar los linchamentos como algo que solo pertenece al bárbaro -que es siempre el otro- es ocultar nuestra responsabilidad, la de cada uno, con una máscara de inocencia. Fabiane era inocente. Nosotros, al exaltar su inocencia como principal razón para que no fuera asesinada, somos culpables.
Encarar los linchamentos como algo que solo pertenece al bárbar -que es siempre el otro -es ocultar nuestra responsabilidad
La barbarie no debería sorprendernos, como si fuese nueva entre nosotros. La sociedad brasileña históricamente la tolera, cuando no la estimula. Como ya ha sido dicho más de una vez, también aquí, está en las raíces de la formación de Brasil. La barbarie llegó junto con los que se anunciaban como civilizados ante los pueblos indígenas que aquí estaban, los bárbaros. Y fueron también los llamados civilizados quienes promovieron una fuerza de trabajo esclavo, alimentada por negros traídos de África (y también por indios). Ni la esclavitud ni el extermínio indígena han sido superados en Brasil, y las marcas de la una y la reedición del otro forman parte del día a día del país, hoy.
Fingir que la barbarie es sorprendente no va a ayudarnos a combatirla. En el Brasil actual, indígenas, ribeirinhos [personas que habitan en los márgenes de los ríos] y comunidades quilombolas [descendientes de esclavos fugitivos] han sido expulsados de sus tierras por el propio Gobierno federal – y muchos de ellos han muerto a manos de sicarios, a encargo de terratenientes. Asusta el número de sintecho asesinados en Brasil los últimos tiempos, así como el de crímenes homófobos. La expulsión de personas de sus casas para la construcción de estadios del Mundial es conocido –o debería serlo– por todos. La violencia en los presidios y las ejecuciones en las favelas y las periferias se han convertido en una banalidad solo interrumpida por espasmos. Incluso los linchamentos están lejos de resultarnos extraños, lo que en nada disminuye su horror y la necesidad de combatirlos.
Si hay algo nuevo es tal vez la forma en la que las palabras se encarnaron para hacer de Fabiane una persona para el linchamento. Internet no creó – ni empeoró – al humano. Solo lo reveló como nunca antes. Nos dio a conocer. Antes no sabíamos lo que pensaba el vecino o el empleado del banco o el sujeto que nos saludaba en el café de la esquina. Ahora grita en Internet y, más que gritar, exhibe todo su infierno. Pasea el equipo completo, con titulares y reservas, de sus odios y prejuicios. En Internet, el humano perdió el pudor de sus vísceras. Al contrario, en vez de ocultarlas, pasó a exhibirlas como un trofeo de autenticidad.
Es en ese contexto que el dueño del perfil de Facebook Guarujá Alerta publicó el 25 de abril la siguiente noticia, que jamás podría ser llamada de noticia porque siquiera fue confirmada antes de ser publicada: “Hay rumores en la zona de playa de Pernambuco, Maré Mansa, Vila Rã y Areião de que una mujer está raptando niñas para realizar magia negra... Sea rumor o no debemos estar alerta”. Ningún pudor de publicar un rumor. Cero pudor. Al contrario, Internet nos demuestra que hay un enorgullecimiento en el impudor, en asumir la falta de principios, confundiéndola con lo que es presentado como “coraje de denunciar”.
Algunos de los comentarios de hombres y mujeres, publicados a continuación, muestra la diseminación del odio, travestido como defensa del bien: “Maten a esa hija de puta. Quien se la encuentre, sin compasión”/ “Si viene a Morrinhos, esa perra va a recibir una ráfaga [de balas]”/ “Vamos a hacer magia de revuelta con ella, prendiéndole fuego’”. Inmediatamente surgió un retrato hablado, que sería descrito por la prensa como el de una mujer “negra y gorda”; después surgió la foto de una rubia.
Días después de la publicación del rumor, Fabiane, con poca o ninguna semejanza con cualquiera de las imágenes, fue linchada. Hasta niños participaron de la paliza. El retrato hablado había sido hecho en 2012 por la policía carioca y se refería a una sospechosa de haber secuestrado a una niña en la zona norte de Río. Ningún niño o niña había desaparecido en la región del Guarujá en los últimos tiempos, el crimen no existía. Pero se empezó a ver brujas en todas partes, y también en otras regiones del país en las que se reprodujo el rumor. Fabiane fue la única muerta, pero varias mujeres pueden haber corrido el riesgo de ser asesinadas. De nuevo, las mujeres y la brujería, como en las hogueras de la Inquisición.
Si hay algo de nuevo es tal vez la forma como las palabras encarnaron Si hay algo nuevo es tal vez la forma en la que las palabras se encarnaron para hacer de Fabiane una persona para el linchamento
(Solo un paréntesis. Hay que pensar sobre el peso de la palabra escrita en esta tragedia. Sobre cómo la palabra escrita, ahora en Internet, es decodificada aún por muchos -en especial por aquellos que a lo largo de la historia tan poco pudieron acceder a ella- como verdad. La frase “está en el periódico” o “lo leí en el periódico”, usada para asegurar la veracidad de algo ante otros, es ahora también “está (o loleí) en Internet”. Es lo que muestra la cantidad de correo no deseado con rumores de lo más absurdos que atascan todos los días las cuentas de correo electrónico y también las redes sociales, porque muchos los replican, sin verificar la fuente o siquiera dudar, para alertar a su circuito de conocidos, familiares y amigos sobre amenazas terribles. Falta mucho para que la lectura crítica - tanto de la prensa tradicional como de los medios alternativos, así como de cualquier otra producción narrativa- se establezca para la mayoría, tan carente de educación en este país.)
Cuando Fabiane fue atacada aquel sábado, cargaba un libro de tapas negras. Quien se la cruzó vio en él una obra de magia negra. Cuando le ofreció una fruta a un niño en la calle, el gesto fue interpretado como una tentativa de seducción. Solo hizo falta que alguien gritase “es ella, es ella”, para que empezase el linchamiento. Es importante comprender cómo Fabiane se hizo bruja. Pero también es fundamental entender cómo dejó de serlo.
En Internet, el humano perdió el pudor de sus vísceras. Al contrario, en vez de ocultarlas, pasó a exhibirlas como un trofeo de autenticidad
El hechizo al revés es revelador. El libro de magia negra era una Biblia. La fruta ofrecida era un gesto de generosidad. Fabiane era blanca, era religiosa, era madre de dos hijas, era ama de casa y le gustaban los niños. Su única mácula, para el sentido común, sería un diagnóstico de "trastorno bipolar", relacionado según los relatos “con el parto de la primera hija”. Pero, incluso en este caso, a ella le ahorraron el prejuicio habitual, asociado a las enfermedades mentales, por testimonios como este, de una amiga: “[En las crisis] salía a abrazar a la gente, diciendo que amaba todo el mundo, nunca hizo daño a nadie”.
Fabiane, por lo tanto, no solo era inocente, sino que era la imagen de la inocencia. Era el retrato idealizado de la femineidad conectada a la maternidad. No tengo cómo contrastar cuánto esa imagen, una vez deshecho el hechizo, contribuyó a la conmoción de Brasil. Pero sospecho que bastante. Y ello también revela cómo nosotros no somos inocentes.
¿Y si Fabiane fuera “negra y gorda”, como fue descrita en el retrato hablado? ¿Y si Fabiane exhibiera piercings y tatuajes? ¿Y si Fabiane fuera lesbiana? ¿Y si Fabiane fuera agresiva? ¿Y si Fabiane fuera del candomblé, o del batuque, o de otra religión afro-brasileña, que los pastores evangélicos neopentecostales tanto relacionan en los templos y en los programas de televisión con el satanismo, una actitud criminal poco o nada combatida? ¿Y si Fabiane fuera bruja? ¿Y si Fabiane fuera lo opuesto de la idealización femenina? ¿Llorarían tantos hoy por ella?
¿Y Fabiane sería, por ello, menos inocente?
La palabra escrita, ahora en Internet, es decodificada aún por muchos -en especial por aquellos que a lo largo de la historia tan poco pudieron acceder a ella- como 'verdad'
Tal vez, si su imagen no se correspondiera con el estereotipo de la madre de familia, oiríamos cosas como: “Es que con esa apariencia, era fácil confundirla”. O: “La historia está mal contada, ella buena no era...”. Tal vez entonces el hechizo jamás fuera deshecho y Fabiane continuara en la lista no escrita de las personas linchables. ¿Es posible? ¿O estoy exagerando? Me gustaría estar exagerando, pero me arriesgo a sospechar que no.
Merece la pena prestar atención al comentario de L., al ser detenido y pedir disculpas a la familia de Fabiane. “Pido disculpas a la familia, estoy muy arrepentido. De verdad, perdón. Uno ve a su madre en casa, a su tía, e imagina que podrían haber sido ellas”. De repente, el verdugo percibe que su víctima no es una bruja, una diferente, sino una semejante a las mujeres de su familia que ocupan un lugar materno. Y, como hijo, sobrino, de esas mujeres, semejante a él incluso. Por la lógica inmediata, si la conversión en bruja por la turba enloquecida, de la cual él formó parte, sucedió con Fabiane, ¿por qué no sucedería con su madre, con su tía? ¿Con él, con cada uno de nosotros? ¿Será también un miedo nuevo que hace aumentar la conmoción por Fabiane? ¿Y ahora, que la barrera de los linchables se ha roto y una madre de familia, una devota, murió a golpes?
Uno de los sospechosos dijo a la policía que otros dos autores del linchamento de Fabiane fueron asesinados por el narcotráfico. La información fue publicada en la prensa. Si de verdad queremos afrontar la barbarie, necesitamos saber si esa afirmación es verídica. Y, si fuera verídica, necesitamos exigir que los asesinos de los asesinos sean investigados, juzgados y castigados, en cumplimiento de la ley. De lo contrario, somos solo bárbaros que creen que los linchadores deben morir, en el ojo por ojo, diente por diente. Como aquellos bárbaros que salivan en sus casas cuando asisten a la noticia de que los violadores fueron violados en la cárcel, donde están bajo protección del Estado.
Llorar por los inocentes es fácil. Lo que nos define como individuos y como sociedad es nuestra capacidad de exigir dignidad y legalidad en el tratamiento de los culpables
Llorar por los inocentes es fácil. Lo que nos define como individuos y como sociedad es nuestra capacidad de exigir dignidad y legalidad en el tratamiento de los culpables. El compromiso con el proceso civilizatorio es arduo y exige lo mejor de nosotros: respetar la vida de los asesinos. Todo lo que no sea eso es demagogia.
Hay varios llamamientos circulando por Internet relacionados con las palabras “justicero” y “ajusticiamiento”. Quiero traer la reflexión aquí, porque ya descubrimos hace muy – y también ahora – que las palabras son poderosas. Y andan. Y encarnan. Y revelan. Y autorizan. Linchamiento no es “ajusticiamiento”. Es crimen. Linchador no es “justiciero”. Es criminal. Sea una persona o una turba, quien mata es asesino. Quien lincha y mata no quiere justicia, quiere venganza, a veces sin saber siquiera de qué. Si queremos superar la barbarie, tal vez sea necesario no confundir “justicia” y “venganza” – tampoco en las palabras.
Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros de no ficción Coluna Prestes - o Avesso da Lenda, A Vida Que Ninguém ve, O Olho da Rua, A Menina Quebrada, Meus Desacontecimentos y de la novela Uma Dos. Correo electrónico: elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter: @brumelianebrum
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