España: ¿Euroescepticismo sin euroescépticos?
La desconfianza en la UE crece aunque sea un país proeuropeo
España no suele estar en el radar de los riesgos cuando se miden las constantes del europeísmo y del euroescepticismo y se emiten alertas por países: aquí no existe el fenómeno de Marine Le Pen y su discurso antiinmigración triunfante en Francia; tampoco el impulso antisistema del grupo de Beppe Grillo, que no acaba de encontrar su lugar en el sistema de Italia; ni la retahíla antiBruselas del UKIP británico; ni las voces populistas del Este de Europa o del Norte. No hay un fenómeno así en España, cierto, ni peligro de contagio a la vista en ningún partido, pero sí hay un fenómeno nuevo que no se puede pasar por alto: y es que España entera se está volviendo euroescéptica.
Así lo atestigua el apabullante derrumbe de la confianza en la Unión Europea que manifiestan los españoles en las encuestas. Con un paro enquistado del 26% de la población, una deuda disparada al 96,5% del PIB (era de solo el 37% antes de la crisis) y una promesa de recuperación que no llega a transformarse en realidad, España boquea en busca de un oxígeno que no llega desde los instituciones europeas ni desde los socios europeos. Los recortes impuestos a cambio del rescate financiero han mermado los derechos y las prestaciones sociales sin que ese dinero se haya sentido en las economías de la población; la demanda interna no despierta y la europea crece demasiado lentamente.
En ese contexto, solo el 23% de los españoles confía en la Comisión Europea, y el 65% desconfía, según el último Eurobarómetro (otoño de 2013). Solo el 23% confía en el Parlamento Europeo y el 67% desconfía. La gravedad de estos datos se hace aún más profunda al comprobar que España se ha puesto a la cola de la UE en esa desconfianza: son el 39% los ciudadanos europeos que confían, frente al 48% que desconfían de la Eurocámara, por ejemplo. Y comparte posiciones en esa cola con países como Italia, Portugal, Grecia, Irlanda y Chipre (todos ellos más azotados por la crisis), además del irredento Reino Unido. Y un dato más: a la pregunta "¿Cuenta mi voz en la UE?" España se sitúa de nuevo a la cola en desafección al responder solo el 18% "sí" y 80% "no".
Así que tenemos un problema. Mientras en otros países algunas opciones logran vertebrar el descontento con la Unión Europea, en España ningún partido es portavoz de este distanciamiento de la población con el proyecto europeo. Y no es que sea eso lo que están reivindicando los ciudadanos, no. Otras encuestas muestran el profundo arraigo del europeísmo en un país como España, donde el acceso a la Unión supuso el portazo definitivo al pasado oscuro de la dictadura y el aislamiento: el 65% de la población sigue pensando que pertenecer a la UE ha sido positivo para España (Metroscopia). Pero es una mejor Europa, capaz de tomar decisiones que hagan llegar la recuperación al ciudadano, lo que están echando de menos. Que los españoles no encuentren respuesta en Europa ni en los partidos que les deben representar en la Eurocámara es lo que alimenta eso que la Real Academia Española de la lengua llama escepticismo: "Desconfianza o duda de la verdad o eficacia de algo". Y ese algo es la Unión Europea.
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